sábado, 28 de junio de 2008

Piqueteado

Será porque no viajo mucho o porque hasta hoy tuve suerte, pero la cosa es que esta mañana enfrenté por primera vez en mi vida un piquete. Fue en San Lorenzo y España. Siempre fui muy crítico de los piquetes y de los dirigentes "mediatizados" que reclaman sus derechos cortando caminos. Pero lo que me pasó hoy comprueba que la realidad termina siendo la única realidad y no lo que uno cree desde una ideología o prejuicio.

Iba por San Lorenzo, todo bien, y cuando llego a España veo que dos taxistas cortan la calle por donde yo venía, se bajan y se me vienen encima. Les tiré un bocinazo porque tenía que hacerme un análisis a un laboratorio químico. No les abrí la puerta. "No somos delincuentes. Estamos protestando porque esta noche asesinaron a un compañero nuestro y estamos hartos de la inseguridad, ya no se puede trabajar ni vivir así".

¿Por qué, de repente, me solidaricé? Porque su rostro tenía una lectura: vivir al borde de la muerte para ganarse la vida, paradójicamente. Me bajé del coche y nos pusimos a charlar con el grupo de taxistas que se habían acercado allí. Quise meterme en la vida de ellos y entenderlos. me di cuenta que no era necesario: no tengo por qué creer que ellos son personajes de una tira de ficción porque ellos son la misma realidad que vivo yo, o sea, no tengo que aparentar estar en otra vereda para comprenderlos o confrontarlos. Si no me pasó a mi...perdón, en realidad, sí: el año pasado mi coche desapareció una semana y dos veces en mi vida me han puesto el revólver en la cabeza.

Pero pareciera que una vez que las aguas se calman inmediatamente pasás a la otra vereda, es decir, a la vereda de que lo normal es que no me tiene que pasar nada.

viernes, 27 de junio de 2008

Porno free en el Kiosco

Esta mañana venía caminando por Colón. Iba a autorizar una consulta con el odontólogo en OSEP. En la vereda de la clínica Aconcagüa, una mujer empezaba a llorar y abrazaba a otra, más grande de edad que ella (como si le acabara de decir "lamentablemente murió"). Veinte metros adelante, dos chicas onda hippie, con las miradas desviadas (como si aún estuvieran afectadas por la resaca psicodélica) entraron como si no quisieran entrar a un negocio que vende ropa interior. Apenas entraron salía una señorita embarazada, con una mirada pura e infantil que parecía decir que "se viene lo que siempre quise vivir de la vida". Hice zapping en mi cabeza, pero los botoncitos de goma del control remoto se fueron a tomar una cerveza en la esquina por un rato: lo único que tenía adentro de mi era un marcapasos con un sonido cuadrafónico de separador de MTV (es decir, un videoclip transparente y ruidoso).

Frente a Jesuita, donde empieza o termina Colón, en la vereda del correo, hay un quiosco (quería ver la tapa de los diarios). Busco (searching) y mis ojos caen en picada a la portada de una revista PlayBoy. Cuando era chico, en los 80, esas revistas venían con una faja negra. Ahora la mina en pelotas no se daba cuenta de que la estaba mirando. Cuando levanté la cabeza vi a un par de chiquillos con guardapolvo blanco y la conciencia me tiró un mensaje claro: decile al kiosquero que esa revista está a la vista de los niños.

_ Mirá, te quería decir una cosa. ¿Viste esa PlayBoy? Mirá, fijate que muchos chicos pasan por acá, ¿entendés?
_ Sí, y ¿qué pasa?
_ Pasa que...vos sabés que esas revistas no son para menores. Además, cualquier webón que quiera esa revista ya sabe cómo es. No es necesario colocarlo tan a la vista de los chicos. No sé si me entendés.

No es que no me entendió: digamos que me entendió y se-re-hizo el huevón. Pero llegué a notar que el mensaje de mi conciencia pegó un salto y cayó clavado en su conciencia.

Recuerdo que una tarde se juntaron unas amigas de mi mujer, todas trabajadoras sociales, y hablaban de un caso de violación en Las Heras. Una de ellas había dicho que a los violadores esas revistas de minas en pelotas lo carburan todo el tiempo en la mente y la consecuencia lo termina pagando una víctima inocente.

Cuando planteo este tema con amigos y profesionales veo que me encasillan en un tipo de mentalidad o ideología que por condenar a la pornografía pareciera estar enfermo de muerte y condenado a la falta de validez. Todo porque las ideologías saben justificar bien lo que muchas veces la conciencia te dice que no está bien.

El problema es que la ideología siempre termina chocando con la realidad y allí aparecen los resultados.

Grave problema físico

Concretamente en Mendoza nadie sabe cúanto pesa exactamente. Es así. Me pasó hace 15 días cuendo fui al médico de la diabetes, que me puso en la balanza y salió 94. Tres días después fui a la farmacia Mitre de la calle Colón y me dio 95. Después me crucé a la Mori que queda al lado del Carrefourcito y la balanza indicó 93. El domingo me subí a la balanza de la farmacia Chester del Jumbo y me dio 93 y medio. Unas horas antes, en el Centro, me pesé en una balanza de la farmacia del Puente y me dio como 88 u 87 (no recuerdo bien). Ayer fui a la nutricionista y me pesó en una balanza no electrónica: 92 y medio.

Repasemos: 94, 95, 93, 93 1/2, 87 u 88 y 92 y medio. ¿Servirá el redondeo?

Digamos que el relativismo es admisible en cuestiones de peso. Pero no excedamos los márgenes (intentemos ser realistas). Es decir, podemos decir que somos "relativamente" rellenitos o pipones, pero jamás decir "tengo 18 kilos de más, así que estoy 10 puntos".

miércoles, 25 de junio de 2008

Cochinadas

Conclusión: para mí es así y para vos es asá. En esto se apoya el relativismo. Y ahora llegó a la educación en un tema puntilloso: las cochinadas.

El domingo cenamos en el restorán árabe de la calle Arístides. Éramos unos cuatro en la mesa, entre ellos, una señora grande. En un momento ella saca una servilleta de papel y se hace -como lo decíamos cuando éramos chicos- "sonar los mocos". Luego hace un bollo con ese papel y lo deja arriba de la mesa. No era para tanto, apenas una nariz humedecida. Por alguna razón estructurante de mi ADN me fui al mazo: le dije que tirara esa servilleta en el tacho. Ella me miró como no entendiendo que le quería decir que estaba haciendo algo maleducado (para mí, después me di cuenta). Atinó a defenderse pero mi respuesta fue demoledora: "siento asco de ver esa servilleta allí". Finalmente agarró ese bollo y lo tiró en el tachito del baño de mujeres. Lo que pude advertir es que nadie se prendió conmigo en esta embestida. Parecía que yo era el único desubicado. ¿Puede ser que sea así?

Esta mañana voy a sacarme sangre a un laboratorio conocido de la calle Don Bosco. Vos llegás allí, sacás un número y te presentás en el mostrador con todo el equipaje: orden de análisis del médico y frasquito comprado en la farmacia con el pichí. El de mí lo tenía adentro de una bolsita de plástico que estaba adentro de la cajita que te da la farmacia, con el rótulo para inscribir el nombre del paciente, del médico y la fecha. A mí me tocó el número 74. El pichí recién lo tenés que sacar adentro del laboratorio, es decir, donde te sacan sangre. Bueno, ocurrió que antes de mi estaba una señora que apenas nombraron su número sacó de la cartera el frasquito con el pichí, envuelto en una bolsita transparente. Por un rato no giré mi cabeza hacia la derecha, donde estaba ese pichí amarillo puro, a la vista hasta de la cámara de seguridad. Claro, nadie dijo nada porque quedaría desubicadísimo que alguien le diga a esa señora: "mire doña, nosotros también traemos un frasco de mermelada vacío, con el primer pichí de la mañana, que aún sigue calentito. Pero no hemos instalado en este laboratorio una mesa que sirva de stand para exponerlo a todos los que pasen por este lugar porque usted ya sabe, a todos nos pasa que sentimos algo revuelto en el estómago cuando vemos una cosa así como la que usted trae".

El tema no es tanto el pichí envasado a la vista de todos o la servilleta moqueada arrugada. Lo que me preocupa es la cara de "no pasa nada, esto es normal" que ponen los protagonistas de la cochinada.

Al final yo me pregunto: por más que sienta asco, ¿son cochinadas o yo estoy perseguido?
Cuando no existía el relativismo, nuestros padres se encargaban de responder esta pregunta. Pero, ¿y ahora qué?

domingo, 22 de junio de 2008

El último tabú mendocino

En Mendoza hablar de religión siempre fue casi imposible. Nunca me he encontrado ante un tema en el que muchos comparten –aunque no se note- coincidencias de fondo, pero que no se animan a decirlo por miedo al aislamiento o a que te tilden de “vos no sos vos, sos lo que tu viejo quiso de vos”.

¿Por qué tanto tabú (miedo)? Porque es un tema en el que todos nos predisponemos a cuestionarlo y a la vez, en el que hemos experimentado cosas casi totalmente distintas, por lo que resulta difícil establecer un punto de partida para iniciar la charla. Y a esto se le suma el prejuicio de no hablar para no ofender al otro. Además –y esto lo intuyo yo- pareciera que hablar de religión significa hablar de algo en que todos deberíamos tener la misma autoridad moral para hacerlo. Como esto nunca lo es así –porque no todos tenemos el mismo nivel de gente buenita- entonces se nos genera un miedo a tener que recibir una crítica de alguien que ni siquiera nos conoce.

Creo que la religión no debería ser un tabú. Sobre todo para quienes han tenido buena experiencia en la vida. Sobre todo para quienes encontraron el sentido de la vida y aprendieron a amar de verdad gracias a la religión.

viernes, 20 de junio de 2008

Como si fuera Belgrano

Vive en la calle Cabildo Abierto. Debe andar en los 80 años. En la época en que funcionaban los ferrocarriles vivió su mejor momento: jefe de estación en Montecomán, General Villegas, Realicó, Medrano y Junín, entre algunos. Dicen que las chicas "de bien" de estos pueblos rurales se acercaban a la estación para que él les tirara un piropo de gentil hombre. Así logró abrocharse a una sanrafaelina, con quien luego se casó y tuvo tres hijos. Se jubiló en la ciudad de Mendoza y tuvo su propia casa en la Sexta Sección. Un día le ofrecieron ser garante de un amigo y a los seis meses la justicia lo sentenció a pagar las deudas de ese caradura. Tuvo que vender su casa. Y desde ese momento vive en una pensión vieja y desagradable, casi hacinado, en esa calle de Godoy Cruz.

No es de los viejos que con los años pierden el humor y se convierten en aquellos nostálgicos que ven el bienestar del futuro en el pasado, "cuando laburaba de sol a sol". Tampoco lo escuché hablar mal del Turco por clausurar la historia de los ferrocarriles argentinos. Un viejo con la conciencia limpia, porque hizo mucho para merecer un mínimo bienestar, y una viveza criolla de salvataje lo dejó sus ahorros prácticamente desnudo en la vía.

Ayer fue a cobrar su jubilación a un Nación frente a la plaza de Godoy Cruz. "¡Che!, ¿no me ubicás? ¡Yo soy el hijo de tu amigo el Miguel! ¿te acordás del Miguel?". Él miró a este hombre simpático que quería hacerle recordar un instante de lo mejor de su pasado y le dijo que "sí". Hablaron un rato como si se conocieran de toda la vida. Charlaron un rato largo y veinte minutos después estaba solo, como si lo hubieran abandonado, en la playa de estacionamiento del Libertad de Godoy Cruz. Cuando su hija lo pasó a buscar le pidió el papelito que sale del cajero automático. "Papá, aquí dice que sacaste mil pesos. ¿Cuánto tenés?". El viejo sacó del bolsillo cien pesos. Saquen la cuenta.

Dos argentinos, que cuando hoy conmemoren el Día de la Bandera, tendrán distintos motivos para celebrar: uno estará orgulloso del "país generoso" que le permitió ganar 900 pesos sin mover un brazo; el otro no se dejará vencer por la amargura y seguirá orgulloso su pasado laborioso y del ejemplo que dejó en los jóvenes de aquellos tiempos, aunque literalmente tenga que esperar un mes para volver a comer bien y comprarle un remedio para el Alzheimer de su esposa.

Siempre habrá gente honesta y ejemplar como Belgrano, que por esta cuestión del cambalache, van a ser ex clase media ahora pobres y también olvidados, subestimados y engañados por esos argentinos con visión de futuro individualista y a corto plazo, forjadores de la viveza criolla.

jueves, 19 de junio de 2008

Sin aliento

Anoche, cuando vi Argentina - Brasil, por primera vez en mi vida sentí una suerte de vergüenza por hinchar por mi país. Jamás pensé que me iba a pasar ésto y aún no lo entiendo.

Llegué a casa apenas empezó el partido. Venía del supermercado, que estaba lleno, como siempre. La calle Mitre no parecía un domingo al amanecer: había gente como siempre. Prendo el televisor y cuando vi a los jugadores con la camiseta de mi país empecé a sentir algo así, que dicho con palabras sonaría a como: "¿a qué país representan estos muchachos? ¿por qué se esfuerzan tanto por un país que todavía no es país, porque está dividido en pobres e intelectuales vs clase media y campesino? ¿para qué se rompen tanto el lomo si acabamos de tirar por la ventana toda la historia que construimos en más de 200 años?, ¿por qué voy a alentar a alguien que se quiere suicidar?, ¿no valdrá la pena representar a un país más chico y pobre, pero al menos más unido?, o esa camiseta que ustedes representan todavía no tiene intención de ser ni siquiera camiseta (rómpansen el lomo por algo que al menos tenga ganas de ser representable).

Menos mal que no hicimos un gol, porque este sentimiento extraño hubiera sido mayor.

Espero no estar loco, pero que a todos nos está costando entender este cambio de cosmovisión de país, donde debatir y compartir son sinónimos de cáncer. Claro, supongamos lo siguiente: ¿cómo sería la Selección si Riquelme fuera sinónimo del campo, Tevez fuera sinónimo de Gobierno y Abbondanzeri sería sinónimo de Cobos (diálogo + Gobierno)? Nada, sería igual.

Lo que sí estoy seguro es que los tres son de Argentina y hacen el esfuerzo para que nosotros sintamos la camiseta y el amor a nuestro país. Los tres juntos más el resto del equipo.

Quizás porque jamás viví en torno a los odios y resentimientos. No me crié así y cuando lo vi en nuestro ámbito, siempre lo rechazé o jamás pensé que iba a llegar tan lejos.

O será que los K están firmemente convencidos de que Carlitos Tevez sólo puede ganarle a los 11 de Brasil que salieron a la cancha.

Ahora, seguro que vamos a alentar más si es toda la Selección contra Brasil que sólo Tevez (u otro) contra ese equipo.

miércoles, 18 de junio de 2008

Vivir sin choco

En casi todos los departamentos del Centro de Mendoza no se puede vivir con chocos, así vivás en un semipiso. Para no deprimir a los que nos criamos con bichos, el premio consuelo es la visa otorgada por los consorcios para los gatos y canarios.

Aunque suene incómodo quizá no está tan mal. Veamos:

1) Escasean las "esquinas baldíos" para que el choco haga sus necesidades (mirándote a la cara, como suelen hacerlo).

2) Gran parte de los árboles están del lado de las acequias, por lo se tendrían que fabricar pequeños puentes para que puedan levantar la patita.

3) Existen MenInGreen cuidando los coches. Esto impide que también cualquier neumático se convierta en arbolito, aunque de igual modo ésto aún no se considera como un obstáculo para ellos.

4) Los chocos no saben apretar los botones del ascensor y mucho menos, abrir y cerrar las puertas plegadizas de los mismos. Grave problema si quieren "cortarse solos".

5) Los chocos se sentirían muy incómodos si cuando el suena el timbre se dan cuenta de que tienen que bajar ocho pisos para llegar hasta la puerta del edificio y recién allí oler por debajo de la puerta al visitante que arriba. Se ha comprobado que los chocos finolis de cincuentonas en departamentos suelen hacerse los zonzos cuando suena un timbre: se meten debajo de la almohada paqueta del living y hacen el papel de estar atravesando el quinto sueño.

6) ¿Te imaginás a un choco ladrando en el balcón de un edificio? Sin dudas que sería un choco despistado porque no hay calles por donde pasen carretas, bicicletas o chocos adversarios. La única que le queda es ladrarle al choco que vive dos pisos arriba: muy difícil, ni un iPhone lograría establecer un contacto genuino entre los dos bichos.

7) Dejaste la puerta abierta y el choco salió a la calle. Sonaste. Se perdió. No es como en un barrio, donde lo podés buscar en bicicleta en los lugares donde sabés que puede llegar a estar. El Centro es un lío. Y en horario pico, peor.

Más allá de estas hipótesis excusatorias, muchos ya nos hemos acostumbrados a vivir sin chocos: nada mejor (o peor) que una leoncita de peluche que haga el papel de "mascota imaginaria" (en mi perra vida pensé que iba a llegar a ésto)

domingo, 15 de junio de 2008

El otro Día del Padre

Cuando sos un recién casado es normal que de vez en cuando te pregunten para cuándo el bebé. Uno responde "vamos a disfrutar un poco el estar juntos y después vendrán los hijos" y todos consienten en favor de esa respuesta, porque después los hijos "te roban todo el tiempo".

Va pasando el tiempo y quienes están más cerca de vos más o menos conocen tu historia, así que no te dicen nada. Así no resulta difícil enfrentar la respuesta a esa pregunta (sobre todo para la mujer) cuando alguien te lo pregunta por atrás (en forma sorpresiva y sin una respuesta fabricada en mano). Suelen ser las abuelas, tías abuelas u otro familiar mayor el que en el fondo espera que vos echés un poco de onda a la reproducción.

Y sigue pasando el tiempo, entonces la pareja decide tener un hijo (por fin no nos van a joder más con la pregunta).

"Yo no esperé: en el primer mes quedé embarazada", "Nosotros estuvimos un año buscando". "Cuando dejés de preocuparte ya vas a ver que el bebé va a aparecer". Y otros muchos más. Por esas cosas de las casualidades del empleo (sobre todo en el empleo público), esas chicas que fueron compañeras de pasantía, ahora efectivizadas, empiezan a quedarse embarazada como por goteo: una a la vez, mes a mes. Entonces el diálogo cambia: pañales, estados de ánimo de la mujer y otros se convierten en el tema a charlar todo el tiempo.

Muy bien, todo esto es el Lado A.

Vamos al Lado B.

Querés ser mamá ( y papá). Lo están intentando con todo. Vas a tu trabajo y todas las del grupo de las embarazosas invaden con preguntas embarazosas. Una sonrisa diplomática y decir que "lo seguimos intentando". Al día siguiente se repite el mismo escenario y esas mismas amigas retrucan la misma pregunta embarazosa y empiezan a cargar contra el marido ("quedate tranquila que a mi marido también le costó mucho...¡decidirse!") y así, unos dosciento ochenta y siete argumentos más o menos iguales. Para el colmo, la crisis ya no es una reacción de una pregunta embarazosa, sino que comienza a hervir desde adentro de esa mujer: la contemplación de una mamá con un bebé + la contemplación serena y ansiosa de otra mamá con un bebé y así sucesivamente. Todo parece una cuestión psicológica hasta que esa persona a quien amás con todo tu corazón empieza a llorar, dolida porque no puede ser mamá. Luego, el papá empieza a preguntarse "no te pongas así, quizás soy yo" y aparece una sensación de terror en volumen mínimo. Acto seguido, un momento extenso de desconsuelo.

Es muy común en Mendoza creer que el 100 por ciento de las mujeres son aptas para tener hijos naturales. Y el 100 por ciento de quienes hacen las preguntas embarazosas no son conscientes de que hay parejas que lo intentan con todo pero que prefieren mantener un perfil bajo. Quizás tiene que ver esa idea de que "nos merecemos todo" por lo tanto "todo tiene que salir bien" porque sí.

Si en Mendoza es común sentir vergüenza porque tenés un hijo down o una mamá con Alzheirmer es por esa idea absolutista de que "la gente de bien y de buena familia" tiene la obligación de tener hijos perfectos (y que no salga medio negrito porque o sino cuando vaya a comer a un restaurante de lujo le van a pedir el DNI, por más que la Ley ahora prohíba eso).

jueves, 12 de junio de 2008

Se acabó el flan

Por ser diabético tengo que hacerme la idea de que gran parte de las cosas más ricas que todo el mundo tomaron distancia de mi estómago hace tiempo. Entonces, como si fuera parte de una técnica de supervivencia, mis recorridos en el supermercado son recontra estructurados: sobrecitos de jugos light, gaseosa light, tostadas crackers o livianas, queso crema light, leche descremada, dulce de leche Ser, yogur verde y finalmente, lo más rico de todo lo que yo puedo comer: el flan dietético.

Hoy se acabó el flan. Y no puedo hacer trampa (eso es comprar un flan común, echarme insulina corriente y disfrutar).

Cuando mi cabeza logró salir de mi acuosidad mañosa advertí lo que muchos no quisiéramos ver algún día en el futuro: la escasez de alimentos en todo el mundo.

El super mendocino ya empieza a verse vacío. Muchos productos llegan a ocupar sólo el 50 por ciento de las góndolas y donde se sitúan los lácteos más ricos, el 20 por ciento es mucho.

Por un lado siento pena que todo esto pase (porque lo que no puedo ver ahora en el supermercado lo están tirando en este momento en alguna ruta de la Pampa Húmeda) y por otro, una picarona tranquilidad, por el hecho de saber que en el fondo siempre nuestra tierra sabrá proveernos alimentos, por lo que es cuestión de dejar pasar estos 99 años malos para que se cumpla ese refrán que dice que "no hay mal que dure 100 años".

Sin embargo..., ¿cuánto falta para que este mal cumpla 100 (años)?

No hay flan para rato.

miércoles, 11 de junio de 2008

El hijo del policía

Su padre era policía. Y digo "era" porque lo mataron cuando su mujer estaba esperando un hijo de él. Ahora el chico sigue diciendo que su papá es policía porque su mamá, tras quedarse viuda, logró formar una relación con un hombre, también policía. Como el tema adopción no es nada fácil, ella pensó que lo mejor que podía hacer era decirle a su hijo que su padrastro es su papá, porque la vida no le dejó una alternativa más fácil para entender al chico.

Ahora tiene seis años y va a un colegio rural situado en Colonia Segovia, Guaymallén.

La asistente psicopedagoga me dijo ayer que ese chico fue a pedirle ayuda porque un compañerito le apuntó con una navaja para amenazarle...porque su papá es policía.

Porque su papá es (era) policía. Que en paz descanse.

Nosotros también necesitamos descansar en paz y cortar con la cadena de odio que nos domina.

domingo, 8 de junio de 2008

La fanática que Chayanne jamás imaginó

Ella vive en una villa de emergencia, quizá la más peligrosa de Mendoza. Pero pertenece a la gente que trabaja, no a los que más difundimos los periodistas en los policiales. Trabaja como empleada doméstica en tres lugares distintos y siempre se la ve tranquila y agradecida en la vida. Alguna vez me dijeron que eso significa tener experiencia en la vida.

Pero siempre aparece una anécdota que rompe los esquemas: esta vez fue mientras planchaba en mi departamento, me comentó que la última vez que vino Chayane a Mendoza lo fue a ver. Todo bien pero…

…ese día se levantó a las 6.30. Se tomó el colectivo que la llevó de la villa al barrio donde trabaja. Se desocupó como a las 17 y se fue a mi departamento del Centro. A las 19 se fue caminando hasta el Estadio. Entró, se metió bien adentro y no descansó en todo el concierto. Terminó la función, y le escapó a los puestos de choripanes. Esa noche no cenó. Se fue caminando del mundialista hasta el Centro y de allí siguió paso a paso, hasta la villa, que queda en el Gran Mendoza, a unos 15 kilómetros de Ciudad. Por lo menos esa noche se acostó a las 4 am.

No me dijo si le faltó el dinero para tomar un colectivo o comer un choripán. Creo, sinceramente, que se sintió tan agradecida de la vida que se olvidó de que tenía que caminarse todo y de que...tenía 60 años. Creo que eso pasa en los que son pobres y humildes (cada vez menos, en la actualidad), que saben sobrellevar la vida de tal manera que lo que para nosotros es una cosa grande e imposible, para ellos es algo simple.

jueves, 5 de junio de 2008

Punk discriminado

Hace un mes, en el kiosco que está al lado del diario, pasó caminando un adolescente punk: remera y pantalón negro y el pelo hecho un serrucho eléctrico. La hijita del kiosquero se puso a llorar. Me sorprendí, aunque más tarde comprendí un poco: "así no transmiten paz", me dijo alguien muy cercano. Tenía razón: el mundo sigue siendo a gusto de los adultos, desde la vestimenta hasta los kioscos de calle Colón y San Martín, donde muchos ponen en primera plana tapas de revistas de minas en bolas (como literalmente decimos). Tampoco lo es ShowMatch o Bailando por un sueño. En fin, más allá de seguir fundamentando la discriminación a los niños en la vida pública, pensé si realmente al punk lo estaban discriminando por el hecho de transmitir una imagen que no genera paz. Yo fui adolescente y nunca se me hubiera pasado por la cabeza que un niño me viera la cara y se pusiese a llorar si andaba vestido medio rotoso o con los pelos parados.

Ayer, sin embargo, la reflexión del punk me terminó de cerrar: estaba en el super chino de la calle Colón y cuando llegué a la caja entró un pibe punk (también vestido de negro y con el pelo hecho una sierra eléctrica). El gran jefe chino, siempre en la caja, hizo una pausa en su labor de sacar las cuentas con el cajero eléctrico: su mirada echó un flechazo inquisidor en la nuca del punk y empezó a seguirlo a lo largo de todo su mercadito con esa mirada de chico malo. El punk, más pancho que empleado público haciendo tiempo para marcar tarjeta a la hora prevista de su salida laboral, sacó una cerveza de una góndola y se fue directamente para la caja. El gran jefe chino llegó primero que él a la caja y directamente le cobró. En ese pequeño lapso de tiempo, el punk abrió un caramelo del recipiente que suele usar el gran jefe chino para reemplazar las moneditas por caramelos -como muchos hacen ahora en Mendoza. El punk le pagó y se fue. El gran jefe chino por fin expiró todo el barril de aire que guardaba en sus pulmones y dijo:

_ La otra vel llevalse snaeonlakdf y no pagal.

Me puse en el lugar del punk. Pobre, la verdad es que lo están discriminando. Aunque creo que a ellos les hace bien que la realidad de vez en cuando le ponga en el rostro que ellos son distintos (o creen ser distintos, porque al fin y al cabo casi todo eso es producto de los cambios hormonales de la adolescencia, que hace confundir a muchos).

martes, 3 de junio de 2008

Perdidos en Vista Flores

Es un prejuicio conocer de arriba a alguien (¿qué tendrá que ver?).

Casi a las 15 del domingo llegamos a Tunuyán. Lo único que yo conocía de ese departamento era la avenida San Martín. Como soy sanrafaelino, esa ciudad fue siempre un lugar de paso.

Según nos explicaron, en un momento íbamos a encontrar un cartel que nos indicara "Vista Flores", el objetivo a cumplir. Tras mirar y mirar apareció en una vereda, como si ese cartel indicara el acceso a una galería céntrica (nada que ver con la señal vial). Si doblábamos hacia donde nos decía ese cartel seguramente saldrìamos en los policiales de todos los diarios mendocinos, así que supusimos que esa flecha estaba indicando la siguiente calle, a la derecha. Así lo hicimos. Doblamos y avanzamos dos cuadras, hasta topar. Allí no había señalización. Sonamos. Mi mujer bajó el vidrio del asiento de acompañante y justo le preguntó a un grupo de jóvenes que pasaba por allí. "Primero a la derecha y después a la izquierda, derechitooo hasta que se divide con el camino al Manzano Histórico. Allí tenés que hacer a la izquierda, otra vez", clarísimo (para despistarme aún más). Puse primera y me dejé guiar por el sentido común.

Un mundo nuevo para mi. No sabía que Tunuyán también tiene su "conurbano" y zona de boliche (uno solo, por eso en singular, pero es tan famoso Malake que merece llamarse ese lugar "zona de boliche"). En el planito que nos dieron en el IPV figuraba una calle llamada "Calle Pública" (supongo que así se llamará la calle donde está Canal 7 BsAs) (callate, Mario). En realidad vimos como unas siete "calles públicas" (salvo que fuera una sola y que se mostrara como laberinto). Finalmente la mirada intuitiva de mi mujer ("esas casas de allí parecen ser del IPV") nos depositó en los ocho barrios donde teníamos que entregar las boletas.

El pueblo se llama Vista Flores, pero si uno eleva la mirada lo más sorprendente son las montañas, ahora todas nevadas y bien cerquitas. Estaríamos (calculo yo) a unos 10 ó 15 kilómetros del Manzano Histórico. En cada barrio había un promedio de tres chocos por habitante: un perro me mordió de atrás cuando entregué una boleta y me dejó medio rengo durante toda la tarde (porque fuimos a la única farmacia de allí, que si bien decía "abierto", al parecer todos dormían la siesta, porque no pudimos comprar el alcohol y el pervinox).

Uno viene de Mendoza y se acostumbra a los escenarios de las noticias policiales: familias separadas y destruidas, hijos de distintos apellidos pero de una sola madre abandonados a la deriva en las dudas de la adolescencia, olor a marihuana en algunas esquinas (y ahora, lamentablemente, en la plaza Independencia); jóvenes que podrían ganarse la vida como plomeros, pintores o camioneros, limpiando los vidrios en esquinas muy transitadas, cajas de tetrabrick en las acequias, gente en las esquinas sin hacer nada todo el tiempo, asesinatos, miedo a que te roben, etc.

Aquí, al revés: a los que tenían miedo era a nosotros, que sólo llevábamos una boleta para que ellos terminen de pagar sus casas. Vi a niños jugando a lo largo de varias cuadras y no sólo en la vereda de sus casas. Familias enteras viviendo el domingo. Ninguna casa disparaba una ametralladora sónica y desafinada de cumbias villeras. El silencio imponía su personalidad en los rostros pacíficos y humanos de esa gente entera y no viciada de las cosas materiales del mundo urbano. Nadie estaba al cohete. Parecía que cada uno tenía un rol determinado allí. Se podía respirar a Dios con ese aire azul y maravillosamente fresco helado.

Al último barrio no pudimos llegar porque como directamente no existía la señalización, tuvimos que intuir demasiado para al menos lograr hacer el penúltimo barrio. Calculo que anduvimos más de media hora sobre un camino de tierra que parecía ir a ningún lado (recomiendo no andar de noche en el campo, si sos un despistado estándar). Nos paramos en una finca a preguntar y por suerte se animaron a abrirnos la puerta (creían que éramos unos asaltantes). Dos horas después llegamos a Mendoza, no sin antes recordar un coche que llevaba como acoplado una lancha, me pasó rapidísimo en una curva donde estaba la doble línea amarilla (calculo que iba a más de 120 kilómetros) (yo creo que hasta que no te morís partido en mil pedazos no sos conciente de que sos una crónica policial en estado potencial).

En el noticiero del lunes decía un productor agrario que muchos jóvenes del interior de Mendoza vienen a la capital para trabajar, al menos, de limpiavidrios. Después de lo que vi el domingo ojalá que muchos adolescentes de esa ciudad perdida (para los despistados crónicos) de Tunuyán y de muchos más acepten los consejos de algún mayor que le sepa decir si vale la pena cambiar una vida quizás pobre o limitada, pero llena de valores, por una vida más jodida en todo sentido.