martes, 28 de julio de 2009

Puerto Rico

Desde que nos robaron el Senda -hace ya un mes y un cacho más-volvimos a la mística adolescente de escribir el Google Maps con nuestros pies. Uno de los tantos viajes fue para comprar una canilla para la cocina. Aconsejados por todos, lo más bueno y más barato terminó estando en los negocios de la Cuarta Sección y no en el Jumbo, donde cualquier humano habría decidido su compra allí. Y tras patear unas 20 cuadras, accidentalmente celebramos esta compra en un café situado en el inicio de la Alameda, que siempre lo recordaré por dos cosas: la gente común y corriente del lugar –y no por aquellos que el bolsillo les da para ir sólo una vez a la semana - y por supuesto, lo que hace que los comunes y corrientes estén en ese café, llamado Puerto Rico: los precios. Se te viene una “sensación” explicada con palabras: la justicia de poder estar en un lugar donde pueden ir todos y pagar lo que corresponde por un café, submarino, gaseosa, capuchino o lo que sea.

El domingo, en la casa de mi hermana, en un esfuerzo de reincorporarle a un pariente los buenos recuerdos que el Alzheimer le arrancó, le mostramos fotos viejas de la familia. Y apareció una imagen de la fiesta de casamiento de ella. Yo, con 14 años, no vestía un traje, sino más bien una versión mejorada del blazer del Martín Zapata y su pedorro pantalón gris con tela picante para pieles sensibles. Ese saco y su respectiva camisa-corbata aún las conservo, me hizo recordar Graciela. ¿A qué viene esta descripción? A que pareciera que salvo el grasa que ahora escribe, el resto vestía elegante "a precio de costo", sin necesidad de estrenar trajes del Sportman o vestidos de El Guippur o Arteta (esa foto es del año de “Piano Bar” y “Tengo que parar”, 1984). Puede que si hoy una chica va a un casamiento con los raros peinados que aparecen en “Grease” o “Fiebre de un sábado a la noche” le quedaría bien un vestido sencillamente lindo y no necesariamente recién comprado en el local del shopping más parecido a la tienda Carolina Herrera que exista. En la foto de la comida de ese casamiento –que fue en un chalet de Chacras- tampoco aparece el vino malbec o cabernet de 40 pesos para arriba. Como buenos sanrafaelinos fue un Bianchi o Suter que hoy en el supermercado lo podrías comprar con un billete de 20 pesos, con vuelto incluido. Ojo, no es chivo, sólo que se me viene a la cabeza algo socialoide: lo que es de “familia” no necesita mostrarse como “nuevo rico”. Y más adelante les cuento por qué.

¿A qué viene estos dos megapárrafos chorizos?
A que pareciera que los mendocinos nos hemos acostumbrados a pagar de más para pasarla mínimamente bien. Es decir, que finalmente triunfó la idea de que es lo mismo pagar 7 pesos por una botellita Sprite de medio litro en el Aeropuerto que 2,5 pesos en un drugstore del Centro, o 2 pesos en un kiosquito del Gran Mendoza. Que si vas a un lugar lindo de la Arístides sabés que con 20 pesos no hacés nada, cuando en los tiempos de “Tengo que parar” y “Piano bar”, con tal de ahorrar unos mangos, preferíamos caminar 30 cuadras a que tomar un taxi, algo que hoy tenés que hacerlo, ya sea por la inseguridad o simplemente, “para no perder tiempo”.

Una señal de este presente consumista está en la ropa: antes, todos usábamos Topper o Flecha de tela. En cambio ahora, desde Niké fosforescentes hasta zapatos de nobuc (notebook, diría, porque en cualquier momento llegan con GPS). En mi adolescencia, el más millonario del barrio tenía una consola Atari junto a un televisor blanco y negro chiquito, más feo que el del cuarto de la empleada. Ahora todos tienen la PC de 160 gigas con el menú completo de videojuegos y monitor copado.

Es guita todo esto. Y una forma de ver la vida, también. Y ahora te cuento por qué lo del vino “de buena familia”.

Mi suegra, una especie de 74 años, es un ejemplo del mendocino que aún cree que comprar en el supermercado es más barato que en el almacén. Le das un malbec caroli y lo que hace es mezclarlo con agua y gaseosa. Le decís mil veces que un vino es una elaboración artesanal, que si le ponés más agua que otra cosa lo echás a perder. Ella te responde que desde su infancia en Montecomán en su familia almorzaban y cenaban con medio vaso con vino y el otro medio con agua. Y siempre hace lo mismo. Un día sentí impotencia cuando le convidé un cabernet “caro” y lo echó a perder con agua y Talca. Fue para pegarle. Y cuando le preguntás si nota que ese vino de 40 ó 50 pesos es mejor que ese cartoncito de tetrabrick que consume por semana, su respuesta no es “no es tan fuerte como el que tomamos la semana pasada”. No le hablés de oler la copa y detectar los miles de sabores del vino porque eso no lo va a entender jamás. Una noche, en un restaurante fino, se enojó porque el mozo le sirvió vino en una hermosa copa: ella misma agarró esa copa y volcó el chupi en un vaso. Al fin y al cabo así es en las casas que mantienen la tradición del almuerzo en familia (todos juntos, por el mismo canal).

Hace poco entendí su capricho de no adaptarse los nuevos tiempos de consumismo y calidad, por llamarlo así, del vino. Fue cuando llevé a casa un Suter Roble de 10 pesos. Lo abrí, probé un vaso y noté el mismo sabor del vino más rico y caro que haya probado en toda mi vida. La gran pregunta, entonces: ¿por qué, si es tan bueno, sale 10 pesos y no 40, 50 ó 400 pesos, como hay en los restaurantes? Un enólogo me dará mil razones. Yo le responderé que jamás la diferencia entre una Coca Cola, una Talca o un jugo “Mónica” sabor cola es de 400 pesos. Si me escucha decirle eso seguramente concluirá la charla afirmando “hermano, con toda sinceridad, vos no sos el mercado”.

Y ahí va el tema: cada vez somos más “mercado” y cada vez nos sentimos socialmente gratificados cuando pagamos de más para ser alguien y de paso, tener más.

Graciela, cuando en su trabajo en una escuela rural de El Sauce, visita hogares humildes y precarios de chicos que, por alguna razón, empiezan a faltar o directamente dejan el colegio, encuentra que muchos –para no decir gran parte de ellos, calzan la última Nike fosforescentes y andan con un celular de 400 ó 500 pesos, para meterle cumbia hasta en la letrina del baño.

Por más que no sepamos si ese chico mañana come, hace 20 años probablemente mi viejo hubiera dicho que ese pibe era de clase media-alta.

miércoles, 22 de julio de 2009

Comida chef al descampado en el Challao

Algunos se hicieron artesanos en la infancia porque pasaron más horas ayudando en el restaurante de su familia que haciendo carreras de barquitos de madera en las acequias de la Sexta Sección. Otros descubrieron ese talento cuando entraron a la cocina y vieron que allí podían madurar mejor las decisiones que en la oficina repleta de clientes con reclamos. Otros, porque se dieron cuenta de que si renunciaban a la creatividad en la cocina, sus maridos terminarían acumulando kilos para romper todos los trampolines de todas las piletas. Lo concreto es que cocinar termina siendo un acto de amor y una obra de arte, en el que uno se pregunta "¿cómo puede ser que vos, un transpirador de camisas que siempre desentonan con medias color camiseta de Banfield y mocasines negros hayas cocinado esta pinturita?"

Hace dos semanas fue un locro en el barrio Fusch. Allí nos juntamos un grupo de matrimonios jóvenes. Martín lo venía preparando desde hacía cuatro días. ¿Cómo vas a preparar un locro con tanto tiempo? El maíz, los granos y ese caldo cremoso que no es caldo ni cremoso pero cómo te cambia la cara y cómo te silencia la boca del estómago.

Anoche, una merluza con verduritas, también con ese caldo cremoso que no lo es pero parece autoreciclarse en mil formas. Mi mujer estuvo un buen rato con el recetario abierto, mientras yo actualizaba la encuesta del diario desde casa, ahora que con esto de la gripe chancha tengo que hacer teletrabajo.

Lo único chef que sé hacer es el omelette. Me lo enseñó mi cuñado Pepe, un científico doctorado en la Universidad de Illinois, que trabaja allí. Mi hermana, con un reciente master de esa universidad en viviendas sociales, se especializa en las tortas de chocolate. Sus amigos de la comunidad latina, con varios "gracias totales" en su haber. Como en Yanquilandia salen temprano del trabajo y cenan temprano, ellos cenan más tarde y le ponen más fichas a la cocina. Y no te creas que cocinar mucho significa morfar mucho. Todo lo contrario. El que sabe de cocina también sabe la cantidad justa de hidratos de carbono que tenés que comer. Es el caso de mi mujer, que por mi diabetes -al igual que muchos familiares de diabéticos- aprendieron a cocinar y a las revistas Glamour y Telva le sumaron las de Cormillot y Favaloro, que son capaces de hacer una exquisitez mezclando una palta con un kiwi.

Lejos quedaron aquellos tiempos en que la comida sólo era la pizza y las empanadas de la rotisería de la esquina, y los lomos de Don Claudio, Mr Dog o El Gran Lomo. Igual, cuando veo a los muchachos del barrio otra vez vuelvo a pedir un lomo grande y caigo en la cuenta de que mi estómago ha cerrado definitivamente algunas compuertas, por más que el spinning no pueda evitar ocultar mi pequeña barriguita pipona. Un lomo mediano, sí, pero nunca más como me pasó en San Rafael una vez, a los 12 años, cuando nos juntamos todos los parientes de allí y me bajé sin que nadie se diera cuenta una docena de empanadas de Ouviña.

El último gran banquete fue el domingo pasado. Nos instalamos en una casita junto al cerro Arco, en el Challao. No sabía que esa zona se está conviertiendo en un mini-Potrerillos. Hacía dos semanas que Gabriela y Martín (no el del locro) venían anunciando el pollo al disco. Allí estrenaron su superolla. Como es ahora, si hay sol está lindo y si hay nubes y sombras, te congelás. Hubo nubes y sombras y nos congelamos. Éramos como 10 ñatos y un ñatito, hijo de una pareja. El telescopio de Matías, para localizar cómo un parapente hacía una suerte de tumba carnera en el aire sin que se estrellase como el famoso Correcaminos. No es que quisiera colgar un último momento policial, pero tal como iba ese parapente todos los cálculos concluían en un final trágico en la pelopincho del terreno de al lado.

Pasaron tres horas volando. Pollo, tomates cortados en cuadraditos, champignon, tres litros de vino blanco y tres tarritos de crema de leche en la olla calentada por las leñas. A las 15.00, Martín y Gabriela anunciaron que el pollo al disco (en la foto) estaba listo para servir. Agarré el tinto Bianchi, que servido en la montaña no distingue si es malbec fino o malbec grasa. El vino en la montaña es el mismo vino que fue siempre. El vino de 400 pesos es sólo para restaurantes. Al pie del cerro Arco, el vino es la tierra, el viento y el sabor de la uva que se abraza por completo a toda la garganta y estómago. Pero bueno, un vaso para empezar y otro para terminar. Y otro para dormir la siesta.

Un mes atrás, con Graciela habíamos comido pollo al disco como plato cheff en un pequeño restaurante situado frente a la plaza Italia. Muy rico, por supuesto. Pero lo que hicieron Martín y Gabriela me llevó automáticamente a la pregunta hecha durante el locro con los matrimonios jóvenes: ¿cómo puede ser que sea tan rico? La verdurita salteada con vino blanco, espectacular.

A la tarde, los muchachos se hicieron tres partidos interminables de truco al frío. Con las chicas fuimos a caminar. Después, me mandé solo a una montañita. Con eso bajé el estómago. Las chicas nos sacaban el cuero: "se casan y abandonan la gimnasia. Se ponen a jugar a las cartas con fernte y Coca. Y después nos echan la culpa de que engorden. Son unos viejos"

Pasa siempre acá: si vas a un asado, siempre hay uno que cocina espectacular. ¿Quién le enseñó? No sé. Si se juntan las chicas a tomar el té, siempre hay una que hace el mejor chocolate cabshca (¿así se escribe?). Es la doble vida el oficinista con cara de peluquero o de la diosa que prefiere tener perfil bajo a la hora de reconocer su gran lemon pie.

lunes, 20 de julio de 2009

El día que los argentinos hicimos historia

“Risotadas entre el auditorio. Cuando se izó la bandera norteamericana en la Luna, los periodistas aplaudieron. 'Neil y Buzz, estoy hablándoles desde la Sala Oval de la Casa Blanca. Y esta llamada es, justamente, la más histórica que se ha hecho jamás'. Risotadas en el auditorio. ¡La llamada telefónica más cara que se había hecho jamás! Estentóreos aplausos”.


Timbre. Voy al portero. “El afiladorrr. ¿Tiene cuchillo para afilar?” (aparecen otras voces que dicen “no señor”, “por ahora no señor”, “no”, “no”…).


Estaba leyendo el artículo “La gran hazaña” que cuenta el minuto a minuto de la llegada del hombre a la Luna, hace ya exactamente 40 años, en una brillante narración del escritor y periodista Norman Mailer para la revista Life. Lo del afilador, en términos lunáticos, me cambió de órbita.


Si bien ayer fue el Día del Amigo, lo que en realidad se celebra es -como describe Mailer- el día más importante de la humanidad después de la muerte de Cristo, mientras que el afilador seguramente regresará a casa con las manos vacías, luego de que cientos de vecinos de edificios negaran su servicio.


Se me ocurrió pensar en el próximo objetivo de la NASA (y ya que estamos, de la humanidad): el planeta Marte. Todo bien, pero ¿acaso ése será el próximo hecho en el que alguien pronuncie la frase de Neil Amstrong “un pequeño salto para el hombre y un gran paso para la humanidad”. A esta altura, ya creo que no. Pero sí reconozco que muchos periodistas soñamos ser un Norman Mailer que alguna vez escriba la siguiente historia:


“Por fin hoy terminó el hambre en el mundo”


“Los alimentos estaban ante ellos, tan visible, por fin, como la tierra del horizonte en las noches de media luz. La tierra con alimentos, un cuerpo sumamente misterioso, único en el sistema solar, cuyas propiedades y dimensiones resistían todas las categorías de clasificación entre ricos y pobres. Frente a ellos, el mundo alimentado yacía desnudo en su multiplicidad de diseño. Allí giraba una realidad aún oscurecida por las injusticias, con lagunas de holocaustos aún temiblemente luminosos a la vista. Era un espectáculo sumamente extraño, extraño como una presencia sobrenatural, extraño como una ciudad viva que surgiese a través de un sueño de cielo y cristalina superficie de viñas robustas, rosadas y maduras. ¿Cómo respirar en una nación alegre y a la vez humana que mostraba todos los indicios de haber parecido en alguna angustia del cosmos, en alguna angustia de Apocalipsis, un rostro tan cruelmente puntuado como un acné habría dejado a un hombre cuya piel hubiese muerto, permaneciendo vivo el corazón? La Tierra mostraba huellas de agujeros, torturas, cicatrices, quemaduras, divisiones y fusiones de gritos interminables de desesperación”.


“Infinito orden. Infinito estallido de verdes oliva en los campos. Infinita paz. Infinitas voces curadoras de las heridas cicatrizadas de lo que fueron las torturas, quemaduras, divisiones, noches de frío helado en las plazas y gritos encadenados de desesperación”.


“Cataratas de minerales azules al azar, parrales de 150 kilómetros rodeados de montañas circulares que conforman cientos de miles de pequeños valles soñados, con largas e inexplicables y misteriosas redes de caridad. Sí, esta tierra alegre era un centrífugo del sueño, acelerando toda idea nueva hasta la satisfacción misma. Hay que contener el aliento cuando se está por aterrizar en la tierra sin hambre”.


“Pasaron pocos minutos. La impaciencia se cernía en el aire. Durante estos primeros minutos cada revelación iba a ser un milagro. Llegaba la respuesta a la primera o segunda pregunta más grande formulada en la conciencia del ser humano. El infinito del Bien Común los abrazó. La caridad desborda en un río creciente, lleno de perfectos banquetes de peces vivitos y coleando. La humanidad vive su momento más iluminado por una verdad que ya no duele y que sana. El cielo en la tierra y la tierra casi en el cielo. La justicia se extiende sin fin en una tierra plegada de almas encendidas, radiantes y unidas. El mejor momento de la historia de la humanidad”.


“No encuentro palabras para expresar lo orgullosos que nos sentimos los argentinos y el mundo entero, porque estoy seguro de que también el mundo se une a los argentinos ante una proeza tan grande – dijo el presidente, ante una cámara seguida por miles de millones en todas las televisiones, celulares y computadoras que se hayan fabricado desde la revolución tecnológica hasta ese día”.


“Lo que han hecho en la tierra ha pasado a formar parte del cielo y a los argentinos esto les redobla el esfuerzo para traer la paz y la tranquilidad al país. Durante un momento inapreciable de la historia del hombre, todos los habitantes de este mundo son verdaderamente un solo pueblo. Están unidos por el orgullo de lo que ustedes, argentinos, han hecho”, concluyó.


Desde la tierra de los alimentos, una mujer le respondió al presidente: “Es un gran honor y un gran privilegio ser representantes no sólo de Argentina sino también de los amantes de la paz del mundo entero”.


Y ese día fue la primera vez que se celebró el Día del Amigo sin enemigos.


La imagen es el título de un trabajo de Ignacio Trueba

lunes, 13 de julio de 2009

La magia del salto


Anoche, Cristian, un muchacho de Palmira, ganó Operación Triunfo. La última media hora del programa de ayer fue lo único que vi de todo el último ciclo de ese programa. Y sentí la misma alegría de cualquier fan dominguero de OT. ¿Por qué? Luego de leer en Clarín del domingo que según el obispo Cassaretto, la pobreza trepó al 40% en nuestro país, recordé que Palmira es una de las localidades más pobres de Mendoza, más allá de toda la guita que gastó el oficialismo en las últimas elecciones que perdió.

Una puerta abierta para Cristian. Una oportunidad. Una luz para Palmira. Algo que pasa muchas veces más de lo que uno cree y que no siempre se está dispuesto a aprovechar. “Y esa magia que aparece y se llama oportunidad, allí está, con una cerveza se va”, decía una canción que escribí hace mucho.

La semana pasada nos juntamos un grupo de matrimonios jóvenes. Martín hizo un locro inolvidable. Llevé mi guitarra. Como era de esperar, tras el banquete y el tinto para calentar la garganta lo que tenía ganas era escuchar, más que tocar la viola. Se lo cedí a Juan, un arquitecto que trabaja en su pequeño estudio de lunes a viernes, y los sábados y domingos en un hotel. Agarró la viola y dijo que intepretaría un tema suyo. Nos sorprendimos, no porque fuera una canción propia, sino por su original y excelente composición. Tenía mucho de Pat Metheny y Pedro Aznar, pero era 100 % de él. Mucho mejor fue cuando lanzó su segunda canción. Juan Barrera, un violero extraordinario. Martín, su hermano mellizo, fue compañero del Martín Zapata y también componía temas propios de ese estilo. Se me ocurrió pensar que si alguna vez un productor musical los viera agarraría viaje. “Disco es cultura”, se me cruzó por la cabeza cuando concluyó sus dos canciones, como para resumirlo todo con tres palabras. Acto seguido, entre los dos hicimos “Cable a Tierra” de Fito. Somos del '80 los dos. No vamos a cantar “Bombón Asesino”, aunque el resto del mini auditorio esperaba algo así o al menos un tema conocido de Chayanne.

En la UTN y Rock & Pop Net, en los primeros años de esta década, pasó un hombre que dejó huella en la radio: Gustavo Kaján, conductor de “Criado en las calles”. Un perfecto compositor de letras urbanas ensambladas con el ADN del rock nacional, con un lenguaje afectivo e informativo al extremo, intepretaba la realidad con crudeza y poesía. Llegaba a la gente y cómo. Su audiencia abarcaba desde la cárcel hasta el barrio más bonito de Mendoza. Iba a la radio con su pequeña bebé Azul y salía a la medianoche solo, hacia la plaza Independencia, para tomar un colectivo que lo dejaría en la madrugada en la casa prestada donde vivía. Para algunos era un Bobby Flores mendocino. En realidad, mucho más que eso. Estas dos radios no lo aprovecharon y como no tenía ingreso fijo, volvió a su Buenos Aires natal para trabajar de payaso en los shoppings. Y luego, a El Bolsón. Nunca más supe de él. Si existiera un Operación Triunfo de radio, seguramente él ganaría por varios puntos.

Marina fue la mejor periodista que conocí en Mendoza. Ganó una pasantía en un diario de Filadelfia y luego volvió al diario mendocino de Clarín para hacer periodismo de investigación y volcar toda su experiencia. No la escucharon. Tenía dos opciones: bajar la cabeza y hacer lo mismo toda la vida o abrirse al mundo, innovar y crecer. Hizo lo segundo. Volvió a Estados Unidos, ganó importantes premios y hoy recorre el mundo haciendo notas. Y el problema no era la plata, como pasa en los casos de los mendocinos que emigran. Fue la falta de oportunidades. El Operación Triunfo del periodismo lo había ganado varias veces, fuera de Mendoza. Aquí ninguna antena captó esa señal y ese talento se perdió.

Más allá de que ustedes también conozcan miles de casos de talentos mendocinos enterrados, tenemos que estar orgullosos de los que aún la pelean, como Marcelos Zoloa, con su banda Bela Lugosi allá en Buenos Aires, a la espera de que se le abran las puertas como a los Karamelo Santo, por dar un caso. Quizá la gran mayoría nunca lo intentó y los pocos que lo intentaron se desilusionaron. Otros directamente ni se interesan "en pegar la magia del salto", como decía Kaján, porque viven el día a día.

Que un muchacho humilde de Palmira lo haya logrado –más allá de lo que digan sobre Operación Triunfo y la poca proyección que logran tras salir de ese programa por el negocio de las discográficas y otros yuyos más- emociona porque la síntesis de la canción “Aún sigo cantando”, que es “una lección me dio la vida: tenés que hacer lo que tu corazón te diga” es más fuerte que los miedos paralizantes y el marketing prejuicioso de nuestros tiempos, que llevan a enterrar el talento que nos da la vida en todo momento (y la Providencia en muy pocas oportunidades) para invertir.

miércoles, 8 de julio de 2009

Gripe Chancha Tour

"La venganza será terrible" llegó vía spam a mi conciencia cuando abrí el freezer de casa y puse el enchufe de la cafetera en los gruesos y profundos orificios nasales del chancho de Navidad o Fin de Año ( no recuerdo más que la publicidad de "Dánica Dorada es para untar" de la época). Se veía muy ridículo el chancho así. No pretendía "que se pusiera las pilas", sino que sólo ver cómo encajaban las dos patitas del enchufe en su tremendo naso bipolar.

25 años después siento un mínimo estrago en España llegando a Espejo, cuando un muchacho cruza la calle y se manda dos estornudos más una tosida fea y gruesa a todos los ángulos posibles de la realidad, congestionada de seres humanos en una esquina con mucho tráfico de caminantes. "¡No fue nada!", me dije tras contener el aire justo donde estornudó el muchacho y expirar en el viento fresco de la esquina.

"¡Epa, no tan cerca, señora!", le dije con mi mente y obvio que ella no escuchó. En la cola de la caja número 6 del Carrefour de calle Colón me paré a un metro de la señora del carro lleno y con tarjeta de crédito: cinco minutos para esperar que la aduana autorizara su mercadería con el recibo correspondiente. A mi espalda, bien pegada a mi espalda, "no, no leyó nada de gripe porcina" se me escapó mentalmente para intentar frenar el golpe furioso de la ansiedad de lanzar un "señora, por favor córrase un metro más atrás, como dice el altorparlante del supermercado, aunque usted esté muy sana". Pagué y apenas llegué al depto metí mis manos en el gel alcoholizado. "¿Por qué no un pisco desinfectante para saborizar el mate del trabajo?", dije sin objeción de mi conciencia, más allá de que fuera o no un acto fallido, cuando llegué a la Redacción y saludar de lejos a los compañeros de trabajo con una inclinación de cintura a lo profesor Miyagi. Seguro que Miyagi nunca se enfermó de nada, diría algún fiel limpiavidrios de Costanera y Vicente Zapata.

En la Redacción, para qué: todo gripe A. Que son 1.570 casos, que Chile tiene seis veces más infectados que Argentina pero con seis veces menos de muertos que nosotros. Que Saracco confirmó pero el Malbrán, no. Que mi mujer, por trabajar en el Estado, tiene el viernes feriado y que "¿han dicho algo si los supermercados van a cerrar?", y así multiplicado por 18 al cuadrado, incluido el escudo protector de mi alcohol en gel en mi escritorio.

Fue el domingo. Pero podría ser ahora. Fue volver a los mejores momentos de esos 25 años que pasaron de la famosa publicidad "era para untar". Escenografía: parrilla, asado, fuego, sol, paddle, choco, niños corriendo, mesa larga, mantel, vino tinto malbec, Coca Cola para los grandes y Talca para los niños (para que paguen ese derecho de piso similar al que quienes hace 25 años pagamos bebiendo en los asados el Cremogenado Batalla de naranja mientras nuestros padres y tíos se deleitaban con un frasco de Tang).

Es verdad, en invierno el vino hace bien. Un vaso de entrada te saca el frío. Después, la primera tanda de costillas. El bollito de pan, partido en dos, para el choripán improvisado. Aire de sobra por todos lados. El aire regresa al cuerpo retroalimentando a la piel de sus mejores recuerdos: el del ser uno mismo en su lugar, a pesar de las circunstancias. Claro, las cordillera siempre va a estar. Y si estuviera agonizando de esta maldita gripe, ¿quién me impediría del rico asado, de la vista de la montaña y de tocar "Angie", "Wild horses" y "Cambiá, volvé" (un temazo muy escondido del primer disco de los Enanitos)?

El asado derretía el miedo a lo que pasará y me hacía ver que nada mejor que hoy para ser plenamente feliz. El momento se extendía así y de a poco fui recuperando la memoria de esa Mendoza cuando casi no existía la inseguridad y podía ir caminando desde la Bodega Arizu hasta los Portones, en la madrugada del viernes y sábado. Sí, buenísimo, no era el paisaje de Molina Campos, pero algo de orgullo sentí cuando volví a percibir la esencia del lugar donde uno es + lo que uno quisiera ser en la vida.

Terminé el asado y me mandé a la cancha de paddle. Corrí un rato (no se hace después de comer, pero...). La máquina del tiempo me decía que era igual en ese momento tener 8, 15, 26 ó 39 años.

Y sí. Era la última parada del tour. El chancho me devolvió mi sonrisa burlona con un cuadro especial armado en un Photoshop imaginario. No tiene sentido el temor, como dijo el gran maestro aquella vez, "no temáis".

Hace un tiempo escuché el testimonio de un joven que estuvo a punto de suicidarse. Él contó que cuando recordó "los mejores momentos de mi vida" eso se convirtió en una luz en el oscuro túnel, y por inercia se dejó llevar por esa luz hasta que su vida recobró el esplendor.

En la última parada del tour, por suerte, volvió esa luz que nunca advertimos que se había apagado y con el chancho quedamos a mano.