lunes, 23 de febrero de 2009

Adivinanza

Queda a media cuadra de un local que se llama "Yoga", que según los valores del historial de mi uso de la razón - debe ser lo más antigüo de la calle (avenida) Colón junto a la iglesia de los jesuitas, que ahora están remodelando.

Muy moderno porque pareciera que hay de todo. Con tres pesos te alcanza lo que en cualquier otro lugar te sale de cinco pesos para arriba. Pero no por ello el público responde a mansalva, ya que de otra manera no se justifica el cambio de marca. Lo que más me sorprende es que la marca nueva es de las más viejas que hay en Mendoza. No sé si tan vieja como El Guipur, casa Arteta, casa Galli, Elior,  o Scala Música, pero por ahí anda. Y respecto de esa marca -la que estamos hablando- nunca supe dónde queda la casa o sede central. Porque hay marcas que vos más o menos ubicás su centro neurálgico. Pero sobre esta marca creería que pocos mendocinos saben dónde queda su sede central. En mi caso yo no lo sé. Quizá no tiene sede central. Está espontáneamente donde tiene que estar. En una esquinita de Las Heras, la Sexta Sección o como ahora, la calle Colón esquina... 

Yo pasaba por esa esquina cuando volvía del colegio secundario a casa. Venía por esa calle y luego doblaba por Colón y seguía derecho por la Arístides, hasta Paso de los Andes. El nombre de esa calle corresponde al de un país latinoamericano. ¡Ah! Buenísimo, con este dato ya tenemos la mitad del acertijo resuelto. Cuidado. No todos los países latinoamericanos son destino de vacaciones de los mendocinos. 

Entramos al negocio para tomar un café, aunque en realidad ese local se dedica a otra cosa. El que nos atendió terminó siendo también el que manejaba el café y hasta el barrendero del local. Lo más raro de allí es que ese negocio está dividido en dos partes, a tal punto que si uno pide una golosina hay que salir a la vereda y entrar nuevamente en ese mismo negocio. A medida que lo iba viendo me preguntaba hasta qué punto un simple local comercial tiene que vender de todo para seguir subsistiendo. Para eso existen los shoppings: vos entrás a un super megalocal y tenés de todo, aunque tengas que pagarlo en cajas diferentes (por tratarse de distintos locales, se entiende).

En este local, donde las tres vocales que integran la palabra que denomina la marca corresponden a una misma letra,  resulta raro pero encontré algo que hasta el momento no había hallado en otros semejantes: la posibilidad de mezclar un gusto normal, con azúcar, con otro gusto pero light o diet (sin azúcar). Como diabético siempre me sentí discriminado en el sentido de tener que elegir gustos que no son los más ricos, fabricados por empresarios que quizás creen que el limón, el chocolate y la frutilla son los gustos más ricos. Hay un solo gusto que seguirá siendo por siempre el campeón mundial de los gustos, así venga granizado o con nueces.

No sé qué pasó pero al lado de ese local había un restorán mexicano. Muchos locales de la calle Colón y Arístides están hecho para durar muy poco. Aunque en este caso reconozco que le pifiaron en una cosa: el de abrir el local con precios muy baratos y al poco tiempo convertirse en un restaurante caro. ¿Por qué? le pregunté una vez. La dueña me dijo algo así como "cuando abrimos vendimos casi a precio de costo para atraer el público. Y una vez que ya tenemos nuestro público, entonces aumentamos los precios". Así, cualquier cliente se siente palolto, diría el japonés Malolto. Y así fue que ese local -que está al lado del que estamos hablando- cerró.

Bueno, nos fuimos del negocio sin antes comprarnos un juguito en el kiosquito de al lado. Bajamos hasta 25 de Mayo y en esa esquina estaban celebrando un casamiento, cosa extraña, porque los vejestorios nostálgicos del Club del Clan suelen hacerse sus aventuras en esa esquina. Pero ahora había una torta gigantesca adentro de ese local. Muchos tipos de traje y un mozo elegante repartiendo cassatas en la vereda. En ese mismo local, hace un tiempo, toqué en vivo con mi banda La Cachorra. Con el tiempo se transformó en el boliche más parecido al de las historietas de Isidoro Cañones, una suerte de Mau Mau mendocino.

Bajamos unas cuadras más y esa noche quedó en el olvido de la almohada matrimonial y lasábana. El sábado a la noche fue muy fresco, por cierto, así que nos dormimos en el exacto momento en que el avión comenzó a despegar hacia el firmamento infinito de los sueños. Pero si dormimos bien fue gracias a esa cosita dulce que degustamos en ese local de la calle Colón que tiene el nombre de una marca mendocina que siempre, en algún instante de la historia presente y futura, encontraremos hasta el fin de los tiempos.

¿Qué local estoy hablando? Adivinen ustedes

miércoles, 18 de febrero de 2009

El último tabú mendocino

¿Por qué el GNHC es el último tabú de los mendocinos (y sobre todo, las mendocinas)? Porque la realidad lo constata así (aunque aclaremos que cada mendocino vive su propia realidad) y porque cuando emerge al escenario de nuestras vidas inmediatamente nos sentimos aislados.

Si en un colectivo lleno hay olor a Gas Natural Humano Comprimido, los pasajeros van a condenar con su mirada a un hombre, nunca a una mujer. Es así. No sé por qué. 

El GNHC siempre ha sido un tema de conversación entre los hombres. ¿Y las mujeres? "Ay, no seas cochino", dicen (si el que pregunta es un hombre).

Debido a que GNHC suena más neutro y menos cochino que gasesito, pepé o pedo (¡por favor, que esta última palabra no te ponga los pelos de punta!) utilizaremos ese término.

Como dice el primer párrafo, cada uno ha vivido su realidad. En mi caso, nunca sentí ni escuché un GNHC de una mujer. Quizá muchos de ustedes tampoco. Entonces esta pregunta cae de maduro: ¿Acaso las mujeres no sufren de gastritis? En los 39 años de vida que tengo aún no hallé una respuesta.

Vos podés padecer gastritis porque sí y es lógico que de vez en cuando se te escape una porción de GNHC. Y es lógico que cuando eso ocurre no hayas levantado la mano diciendo "disculpen, se me escapó a mí", porque te van a mirar mal (y se me ocurre que en este tema las mujeres son muy moralistas).

Yo creo que el GNHC debe ser un tema común de conversación entre las mismas mujeres y que ni siquiera ellas mismas se molestan si en medio de una reunión aparece el tufillo a baño de estación de servicio YPF de la Ruta 7 en los años 70. Si pasa eso, lo más seguro es que la autora material del hecho se levante y abra la ventana, o gatille un aerosol Glade y prenda un cachito el aire acondicionado. Y además salga con cualquier papa como "¡el cambio climático qué mal nos está haciendo!" o "mi bebé anda ligerito".

Entre los hombres el tema es otra cosa. Un muchacho que logra imponer la escapatoria de su GNHC en su cama matrimonial ya es un héroe, y más cuando su señora esposa aceptó esta realidad. Claro, otra pregunta se cae de maduro: ¿por qué las mujeres íntegras y confiables no se espantan con el GNHC? Porque naturalmente están preparadas para cambiarle los pañales a los bebés, una tarea hermosa para verlo por Discovery Channel, pero con un tufillo para nada parecido al de un jardín de rosas y claveles cuando el escenario no es la TV sino que la misma realidad. Adriana, una amiga, llegó a decir un día que el pañal usado de su hijito mayor solía tener un olorcito a rosas. (¡en serio!). Ahora, de ser cierto que a las mujeres no les espanta para nada el olor a GNHC, ¿entonces por qué sus cuerpos prefieren reservarlo y no echarlo afuera, a toda orquesta de trompetas, como hacemos los hombres?

Es difícil. No es elegante, entonces, no es femenino. Convengamos que efectivamente, se trata de un tabú. Recuerdo en el grupo de novios que íbamos con mi mujer el caso de Andrés y Natalia: después de tres años y medio de novios ellos se animaron a hablar por primera vez del tema. "Mirá, mi amor, yo sé que ésto no te gusta a vos, pero a veces me pasa y no puedo hacer nada", decía el componente masculino. "Pero, ja, ja, ja, ja, ¿por qué me lo decís?", respondió el compenente femenino. "Porque tenés que saber que nuestra cama matrimonial será el lugar más íntimo de los dos, entonces yo no puedo levantarme cada dos horas para ir al baño para, ¿entendés? Por eso quiero que sepas que...", se explayó él. "Ja, ja, ja, ja, ja", volvió a responder ella.

Y es lo que pasa en la realidad: cuando vos le planteás a tu pareja este tema, la única conclusión en limpio que sacás es: "Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja y ja". Y muchos después se casan sin haber abordado a fondo este tema y cuando se conocen de verdad, no sólo el ambiente de la relación se pone feo, sino que también la relación en sí misma se empeora.

Lo peor es que la realidad choca con la verdad. Y cuando sucede ella -la amiga, la novia o la esposa- reacciona con una palabra que siempre vas a odiar si te la dirige una mujer a vos: ¡cochino!

Es un tema tabú porque uno va a quedar para siempre marcado como maleducado, por más que a veces se te escape sin querer. ¿Qué pasa si a vos se te escapó la primera vez y las 19ª veces siguientes no fuiste vos? Todo el mundo va a creer que siempre fuiste vos, porque sí, no por otra cosa. Por esta razón es que con el GNHC suele pasar lo mismo que cuando un coche pasa el semáforo recién se pone en rojo: uno comete el error y otros cinco más se pegan al error cometido con el primero. En este caso, si un GNHC se liberó de un cuerpo humano, al ratito aparecerán otros cinco GNHC liberados liberados de no sé quiénes. Ésto puede pasar por dos cosas: o porque nadie dijo nada cuando se tiraron el primer pepé o porque un gil -el que abrió la serie- quedó marcado para siempre. 

Sinceramente preferimos directamente olvidar que eso existe y cuando pasa en un grupo de amigos que está comiendo un asado, automáticamente todos nos sentimos culpables porque sí, porque posiblemente nos sintamos maleducados, por más que ese olor haya venido de la mesa de la otra parrilla.

No es fácil. No existe un manual de estilo que nos oriente un comportamiento ante esta situación. Cualquier psicólogo diría lo más sencillo y justo: el GNHC forma parte del ser humano, entonces hay que aceptarlo como una verdad que integra la realidad. De allí que hay que desarrollar un comportamiento preventivo para evitar ser un motor generador de cochinadas todo el tiempo.

Se me ocurre este ejemplo para ayudarnos a aceptar esta realidad: si yo te muestro un paisaje de Bariloche dirás cosas como "es bello y hermoso", "el cielo y el agua son celestes", "veo silencio, majestuosidad de la naturaleza, paz y armonía" y 400 verduras más. Pero la realidad es que cuando te insertás en ese paisaje, lo primero que te sale de adentro es "¡me cago en este viento helado de la Patagonia! y ¡casi me pica ese tábano!". 

Acá más o menos igual: ya no podés imaginar más a Pamela Anderson o David así tan linda y caballosas como son, sino que además hay que entender que de vez en cuando estas muchachas toman uvasal y otras cosas por el estilo, porque son seres humanos igual que vos.

martes, 3 de febrero de 2009

Rutas mendocinas


"Liliana está desesperada. Justo cuando Daniel se recuperaba del accidente se le inflamó el otro ojo. El médico dice que es una infección grande. Y hasta el sábado no le permiten hacer la ecografía por OSEP". Lourdes, la hermana mayor de Liliana, estacionó el viejo citroen 3CV en la puerta de la casa que Liliana y Daniel -matrimonio desde hace 7 años, con un hijo de seis- alquilan en un barrio pegado a la Estanzuela. Su hermana la espera en la puerta, totalmente vencida por la vida. "Que te vengan todas juntas, no", alcanzó a deslizar con resignación. Todo se originó una semana atrás, cuando su marido venía en su moto por el Corredor del Oeste, cuando en una bajada, pasando Palmares, se encontró con un neumático en el medio de esa pseudoautopista. Un hombre había detenido a un costado de esa vía sin banquina su vehículo viejo y como no tenía baliza -la ley lo exige- puso un neumático pero en el medio del asfalto: tremenda animalada casi le cuesta la vida a Daniel, que al intentar esquivar el neumático con su moto hizo una maniobra que terminó con su cuerpo cayendo de cabeza en el asfalto. El casco de la moto se partió en dos. Por eso se salvó. Pero ese golpe no evitó que uno de sus ojos sufriera una inflamación preocupante. Es que ese ojo venía mal de nacimiento, por así decirlo, ya que sus venas y arterias son más finitas de las normales, por lo que ese accidente generó un problema allí.

Muchas veces creemos que las víctimas de los accidentes viales están perfectamente sanas antes de que se produzca el accidente. Ya ven que no es así.

"Justo estaba por comenzar un trabajo. No sé qué hacer", señaló muy frustrada su mujer, aunque mínimamente agradeciendo a Dios que no se lo haya llevado a la vida eterna. Lucas, su hijito de 6 años, es el mejor alumno de una escuela evangélica de Las Heras. Un accidente no puede echar a perder un proyecto de familia. Aunque muchas veces ni siquiera deja poner la piedra basal.

_ Hola Daniel, ¿el tipo que se mandó la cagada cuando te accidentaste está detenido?

_ No, yo vi que la policía le tomó los datos pero después no pasó más nada. Lo dejaron libre, o nunca lo detuvieron. Sé que es un tipo de este barrio, así que ...

Perdí el hilo de la conversación porque la vi a mi mujer con un rostro triste y paralizado, algo no muy común en ella. Apenas finalicé la llamada con Daniel, ella me lo dijo sin anestesia:

"Murió la hermana de la Natalia. Fue anoche, en un accidente en la Ruta 7, en Santa Rosa. La están velando ahora".

Prendí la computadora para ver si esa noticia aparecía en UNO. Estaba en la tapa del miércoles pasado. Como nosotros veníamos llegando de Chile, por las vacaciones, no estaba al tanto de las noticias. Al parecer, la hermana de Natalia (he cambiado los nombres, para respetar la intimidad de las víctimas) venía con su novio por la ruta 7 hacia Mendoza, cuando de repente vio que el coche que iba adelante se corrió hacia un costado e impactó con otro que venía de frente. Este último rozó las ruedas, por lo que se elevó hasta incrustarse directamente en el coche donde viajaban la hermana de Natalia y su novio. Así lo contó al diario un puestero que lo vio: Dijo que en el momento del impacto estallaron por el ruido unas botellas de vino.

Tomar la decisión de ir a un velorio de alguien que murió trágicamente en la ruta no es fácil, y más porque nosotros nos íbamos directamente a San Luis para visitar al Martín -un maipucino bioquímico que al no conseguir laburo en Mendoza, rindió y aprobó el examen de ingreso al Conicet y está iniciando su carrera como científico en un doctorado en la Universidad de San Luis- y la Inés, un matrimonio amigo de Encuentro Matrimonial.

Realmente yo no estaba preparado para este escenario, realmente contradictorio, porque se sitúa en medio de las vacaciones: la hermana de Natalia venía de Córdoba y nosotros nos íbamos a pasar unos días a San Luis. Obviamente la cabeza la tenés en otra cosa. Pero me tocó vivir en directo con lo que por ahí un periodista de policiales ya está acostumbrado, pero no alguien que lo va a ver por primera vez: llegamos al salón del velorio, vi el cuerpo de la chica y en medio de un silencio que intentaba digerir algo inentendible, apareció la madre con un llanto sin consuelo. Mi mujer, que casi no la conoce, fue su ángel protector durante unos minutos. La contuvo abrazada, tratando de asimilar ese golpe de la vida que tardará mucho tiempo en cicatrizar. Es que no se entiende: ayer era la persona más llena de vida que podía existir y de repente hoy ya no está.

El momento más duro fue cuando llegó la hermanita del novio que la acompañaba en el coche. Gritó su lamento hasta taladrar las fibras más sensibles de todos los presentes. Todos empezaron a llorar: los más cercanos y los más lejanos a esa familia, como era mi caso. Yo sentía que a mi me estaba pasando lo que le pasaba a ella y realmente sentí bronca cuando pensé que quienes causaron este accidente fueron realmente criminales. Según me contaron después, al parecer estos últimos -el conductor, un adolescente de 18 años, y una chica- venían por la Ruta 7 discutiendo por cuestiones de amor cuando de repente el que manejaba se le rayó la cabeza y se mandó para la otra mano, causando esta tragedia que dejó 3 muertos y un herido grave. Repito, es lo que me dijeron. Sea verdad o no, yo creo ese drama irreparable no se remedia con la más terrible condena de una justicia terrenal. La vida va más allá de la justicia terrenal.

Cuando la hermanita del novio se retiró de la sala cayó en la cuenta de que su hermano estaba en el hospital en estado reservado (por suerte siguió con vida). Otra vez, crisis. Reconozco que a veces yo tengo fuerzas para ponerme en el lugar de otra persona para contenerla, pero aquí me sentía impotente y desconcertado.

Creo que si alguna vez el canal 7 ó 9 transmitieran en vivo un velorio y entierro de una víctima de las rutas mendocinas seguramente no habría ni un accidente más. Porque hay que estar allí para entenderlo. Y no me imagino cómo debe ser el velorio y entierro de un inocente asesinado en Mendoza. Ayer, la delincuencia mató a cuatro personas, una de ellas un turista de Neuquén. ¿Se pueden imaginar cómo sería el velorio y entierro de alguno de ellos? Si un asesino con televisor lo viera, estoy seguro de que renunciaría para siempre a la delincuencia.

En un momento apareció Natalia. Había dejado a sus hijos con su marido. Era la más calmada, aunque sus ojos mostraban un dolor interminable e imposible de asimilar. Una mujer policía cayó para pedirle que firmase un papel. Ella era la única de la familia que se mantenái firme. Cuando la saludé no me salió decirle el clásico "te doy mis condolencias". Nada, no podía decirle nada. Hay que ser sinceros, la vida te lleva de un día para el otro a un abismo y uno queda muy lejos de esa persona a la que intentamos entender y ponernos en su lugar. Mi abrazo sólo sirvió para decirle que siempre la vamos a acompañar. Hacía pocos meses, yo y mi mujer habíamos pasado por esa sala de velatorios para despedir los restos de uno de sus familiares, que había fallecido en el día de su cumpleaños. Otra vez, el mismo escenario, y para una muerte con más dolor.

Cuando leemos una noticia policial de un accidente vial muchos creemos que es la primera vez que la víctima y sus familiares sufren por algo. Ya ven que no es así.

Terminó el velorio. Nosotros nos sentimos parte de esa familia. Nos subimos al coche. Puse primera. Rumbo al Acceso Este y de allí, hacia San Luis.

Una hora y media después pasamos por el lugar del accidente. Sentí miedo, no lo niego. Algunos restos quedaban. "¿Y si no hubiera pasado?", me pregunté. Claro, esa pregunta uno se lo hace siempre a Dios, pero para ser sinceros, Dios no tiene nada que responder si somos los seres humanos los que terminamos tomando las decisiones de este tipo de tragedias. No tuve tiempo de pensar: un Ford Ecosport ya lo tenía frente a mi, pasando a un camión. Le metí las luces altas y un bocinazo. Bajé el vidrio y lo insulté.

Claro, venía marcado.

Los 70 u 80 kilómetros que hay entre Santa Rosa y Desaguadero los hice a baja velocidad. Y no pasé a ningún camión. En un momento un coche se me pegó atrás, con la luz alta, como queriéndome decir "boludo, qué esperás para pasarlo". Por más que uno quiera ser buen tipo y pacífico, en situaciones como éstas te dan ganas de bajarte del auto y decirle "¡infelíz!, ¿en qué mundo vivís vos?".

Leyendo a Víctor Manuel Fernández encontré algo muy cierto y que es que la imagen negativa que uno se hace de una persona que no le cae bien no es en sí toda esa persona. Por lo tanto a una persona que no nos cae bien hay que agregarle todas las cosas positivas que tiene. Está bien porque sirve para unir y no para dividir. Puede ser que la imagen que tengamos de un autor de un accidente vial sea la de un asesino. Y por ahora me cuesta imaginar lo que dice este autor. Quizás ayude un poco el tomar verdadera conciencia de lo que es un accidente: aceptar de verdad que uno se convierte en asesino y destructor de familias -y de futuros proyectos de familia- cuando se discute mientras se maneja, o se bebe mientras uno conduce un vehículo, o directamente cuando por cuestiones que empiezan y terminan en uno se decide apretar de más el acelerador.
Cuatro días después volvimos de San Luis y pasamos por esa ruta. El día anterior habíamos ido a Trapiche y unos cuatro policías estaban controlando la ruta. Aquí, en la ruta más asesina de Mendoza, nada de nada. Volví a sentir miedo. Reconozco que pasé a dos camiones, pero decidí no pasar a un tercero porque no era seguro hacerlo. Apenas llegamos a la doble vía lo pasé. Y llegamos primero que el camión a Mendoza. Y gracias a Dios, con vida.