lunes, 25 de mayo de 2009

Para qué me sirvió ir al Martín Zapata

No soy contador, ni economista, ni administrador de empresas. Ni por lejos. Me dediqué a la radio y a la prensa gráfica y digital. Pero, al igual que varios que no nos dedicamos a los números, egresé (hace ya 21 años) de la Escuela de Comercio Martín Zapata. ¿Para qué me sirvió el título de Perito Mercantil del mejor colegio de Mendoza de ese entonces con ese diploma? Como dice el contador Pepe Bastianelli, egresado del Zapata, “vamos a los números”:

Nº1 Plano laboral
Literalmente, para nada. Pero eso ya lo sabía. Por eso no busqué laburar en bancos y en todo lo que tuviera que ver con los números.

Nº2 Para ser realista
Hoy mi mujer me dice “metámonos en un círculo y cambiemos el coche”. Yo le respondo: “¿Con cuánto llegamos hoy a fin de mes?”. Ella responde como Google cuando te deja descolocado: "¡Oops!". Hablar del dinero con tu mujer es un tema serio. Algunas parejas de amigos andan traumados por haber gastado más de lo que podían gastar. Si hubieran ido al Zapata quizá tendrían menos huecos financieros para rellenar.

Nº3 Para tener memoria histórica
Los porteños tienen el Cabildo. Los tucumanos, su histórica casa de la Independencia. El Martín Zapata tiene la “máquina de contabilidad”, sólo comparable con la primera computadora IBM, de 1952, tamaño departamento de un ambiente.

Nº 4 Para sentir pasión por las mujeres
Cuando hice la universidad, casi todos mis compañeros venían de colegios mixtos con compañeras diosas. Para ellos, hablar de Pamela David era lo mismo que hablar de su prima hermana. Gracias a que gran parte de mi secundario en el Zapata éramos sólo varones, en muchos de nosotros el hambre primitivo por las mujeres (bien escaso para lo que era el turno mañana de ese entonces) se convirtió en una pasión romántica (o trifonera) de por vida: hacer feliz a una mujer será siempre para nosotros una necesidad básica insastifecha, aunque la vida, años después, nos haya regalado novias, esposa, hijos y suegras (hasta ahí, Mario).

Nº5 Para hacer que hablo francés
Entre los egresados del Zapata y del Universitario Central no había nada en común salvo la siguiente frase: “Alló, c'est Philippe Ledoux?, ¡Oui, c'est moi! ¡Bonjour Philippe, c'est Jaques! ¿Tu vas bien? Je suis tres bien ¿Tu es prest? Je suis prest. ¡Viens, vite!”. Con el tiempo me dí cuenta de que hasta egresados del Liceo Militar se sabían de memoria esta frase que aún, con errores gramaticales, conservo de un idioma que definitivamente nunca más aprendí.

Nº 6 Para levantar la autoestima
Pasan los años. Y de repente te lo cruzás en el Carrefour o Wall Mart. “¡¡Ehh, tanto tiempo!!”. “¿Estás casado? ¿Ya tenés hijos?”. “¡Bueno, veo que te ha ido bien en la vida!”. Después, cuando descargás el coche en tu casa, te sale de adentro “nunca imaginé a este caso perdido encauzado en la vida”.

Nº 7 Para destruir la autoestima
Pasan los años. Salís del cine del Shopping. Te dirigís al patio de comidas a tomar un café. Y ahí lo ves al que te hacía la vida imposible en el banco de atrás: pelado, vestido como tu viejo se vestía cuando cumplió 65 años, con cara de haber perdido la noción del término “educación física”, entregando la tarjeta de crédito a una mujer no tan atractiva como las que él se gloriaba desde el balcón del aula, cuando las chicas del turno tarde concurrían a las clases de educación física por la mañana...

Nº 8 Para el team
Es un caso raro. Pero los egresados del Zapata son como los habitantes del barrio UJEMVI: están en todos lados y en todas las épocas. Mi compañero de cuarto en Buenos Aires, estudiante de cine y jefe de una importante productora multimedia de Mendoza, fue egresado del Zapata. Y así fueron cruzándose más en la vida. Hoy, en la redacción de UNO Digital, el 50% de los jefes son egresados del Zapata. Y de nuestra pequeña redacción también los son uno de los editores de contenidos multimedia y uno de los periodistas. Somos un equipo.

Nº 9 Para aprender a estudiar
En esto soy sincero: el cambio del secundario a la universidad no me costó muchísimo. Esto gracias a que en el Zapata, en tiempos de Juan Saverio El Grande, realmente se estudiaba. Gracias a esa base pude adaptarme a la etapa siguiente.

N º 10 Para conservar la figura..esquelética
En tercer o cuarto año lo único que hicimos en educación física fue la vertical. Nada de hacer deportes ni de ponerse en estado físico. Dos vueltas a la cancha de básquet (100 metros en total) e intentar hacer la vertical durante todo un año. Yo nunca pude. El gordo Cuevas, tampoco. Ni siquiera me sale la vertical adentro de la pileta. Mi sobrinita, hace dos años, salió campeona nacional en salto en alto, en los Juegos Evita, una suerte de competencia olímpica entre los secundarios del país. Si nuestra promoción hubiéramos hecho eso, quizá hoy los egresados seríamos personas más saludable. Ese año no hice nada de nada de gimnasia...en gimnasia.

N º 11 Para ser libre
Hoy paso por el colegio y veo rejas, rejas y hasta casilla de vigilancia. No, en aquella época, para ir a la sanguchería “La Rabona” sólo bastaba saltar una pequeña pared.

N º 12 Para conocer el mundo
¡Má qué Google Earth y National Geographic! A mí me bastó con el mapa-pizarrón verde y las 10 millones de montañitas que marcó la tía A, una célebre profesora de Geografía. Una vez, un compañero, hoy médico oftalmológico, le pidió a esa profesora que le marcara en el mapa la Isla de Guilligan. Y ella lo buscó. Aún estamos esperando su respuesta.

martes, 19 de mayo de 2009

La trabajadora

Dejó el coche en Roque Saenz Peña y Lemos, de Godoy Cruz. A las 19.50. Fue volando al servicio de Rayos X del Hospital Español. “¿Le cuido el coche?”. Ella asintió, como lo hace siempre. Cruzó San Martín. Aterrizó en el sanatorio. Navegó por el pasillo interminable que arranca en maternidad, sigue por el buffet, la capilla y logró bajar las velas a segundos de que el picaporte de Rayos X cerrara por hoy. 

La secretaria, o enfermera, o doctora le dio la gigantesca ecografía, a cambio de una autorización vencida que acababa de actualizar en la obra social. “Un trámite menos”, fue su breve catársis. Respiró hondo. Y le llovieron dos trámites aún sin resolver: llevar un mismo papel por tercera vez a la Junta Médica de la calle Godoy Cruz y llamar a un plomero. Esto último se convierte en un trámite cuando llamás a un plomero que no viene y luego llamás a otro que tampoco viene, y luego llamás a uno medio carote que te recomendaron y tampoco viene, y así hasta la última instancia de este videojuego. 

Bajó un cambio y regresó por el pasillo eterno a la velocidad de una brisa. La abuelita en sillas de ruedas. El aroma a capucchino del buffet, donde acompañó a su marido ese anochecer en el que él pasó la noche en el pasillo, a oscuras, acompañando a su madre convalesciente. Y llegando al tramo final, el joven estancado en un banco de madera de maternidad, tirando una moneda al aire para saber si se convirtió o no en flamante papá. Cuando lo vio intentó detener una lágrima que configuró una pantalla líquida que proyectó la mejor escena de sus deseos: ella, vestida de azul; su marido, con la belleza del amor en sus ojos, y entre los dos, un regalo de la vida que ambos habían construido con amor desde el día que decidieron ser novios y más tarde, matrimonio: la vida resumida en un pequeño corazón y un alma color espejo que refleja el estado del cielo y su paraíso eterno.

Un vientito frío a lo Bariloche la despeinó apenas cruzó la puerta plegadiza que da a la avenida San Martín. La farmacia de la esquina seguía abierta. La mujer sin abrigo y su niña de 8 años que parecía asustada por sentir frío por primera vez seguían esperando un colectivo que las llevaran a otra parada de colectivo, que las dejaran definitivamente en casa, si es que tenían casa, o bien, seguían esperando la última moneda para poder cenar lo mínimo para seguir sobreviviendo. En vez de una moneda fue y le dio cinco pesos. La joven madre se sintió leída por la joven que deseaba ser madre, aún con esa pantalla líquida fresca pero cristalizada por ese frío extrovertido. Por dos segundos ambas se sintieron iguales de felices. Por dos segundos ambas fueron las mujeres más felices. El amor hace felíz. Es algo único e inexplicable, que se siente cuando se comparte.

Dobló por Lemos. Tenía que ir ahora a la casa de su madre para llevarle la estufa y la comida que le había comprado anoche en el Wall Mart de Guaymallén. Esa ráfaga de amor real, producto de la caridad, había superado a ese amor impotente de los deseos aún no cumplidos, proyectados en esa pantalla líquida que retenía las lágrimas. Ahora esa lágrima podía desprenderse en paz, enjugar su rostro y caer en la vereda como una semilla fértil de amor en tiempos de “toque bocina si Jaque miente”.

Llegó al coche y en vez de una moneda, quiso darle dos pesos al cuidador del coche por esos diez minutos que estuvo afuera. El hombre no se acercó al auto a reclamar su moneda. Ella puso primera y se fue.

Llegó a la casa de su madre en paz, por ese segundo de amor que la había inflamado. Abrió el baúl. La estufa de 55 pesos del Wal Mart y la comida de su madre, que había cargado en el coche antes de ir al hospital, se lo habían choreado. 

Por nonagésima novena vez en la vida, un puñal en la espada puso a prueba en el valor de amar a los que tienen menos. 

Ella recordó que cuando invade la sombra de la amargura, siempre aparece la luz del mejor recuerdo vivido, de esa única vez en la vida en que uno se sintió plenamente felíz.  

El domingo siguiente, a las 21.20, a la salida de Jesuitas y con el frío tremendo de la semana última, vio al papá y a la mamá cuidando coches en San Martín y San Lorenzo, y a sus tres chicos, más desabrigado que cualquier otro,  jugando en la mugre de la vereda y la acequia con dos chocos con mucha calle. Ella fue y le dio 15 pesos para que al menos los tres pequeños cruzaran al Pancho Villa de enfrente para cenar algo caliente.

Cuando una trabajadora social ve a un pobre no se queda pensando en el pasado menemista, en el despilfarro del gobierno de ahora o en la explotación del imperialismo yanqui. Directamente se acercan al pobre, lo miran, le calientan la mano y le dan al menos una mínima respuesta. Así son porque esa es su vocación. No pueden vivir dominadas por las sombras. Porque ellas se encargan de escuchar y de brindar luz en los rincones más feos para iluminar. 

lunes, 11 de mayo de 2009

La docente

Fue la historia más fuerte que escuché el fin de semana. La contó una docente de Lengua, a punto de jubilarse, durante un encuentro en el que participamos unas 450 personas en el hotel Ejército de los Andes (sigue siendo un flor de hotel), en Guaymallén.

Ella da clases en una escuela estatal y en un privado. Un día notó en la estatal que una alumna estaba muy desmotivada. Casi ni hacía las tareas. La maestra  le preguntó en el recreo qué le pasaba. La niña tenía miedo. No se animaba. Era difícil llegar a ella. La docente no bajó los brazos pero decidió intentar al día siguiente. La niña se veía más triste, totalmente desanimada. Simplemente se le ocurrió preguntarle si había desayunado. “Hace tres días que no como”, respondió ella.

Enterada la directora se atendió ese caso: la niña regresó del colegio alimentada. Mañana volvería a tener su comida en la escuela. Un caso especial, para tener en cuenta.

Pero al día siguiente no volvió. Y así pasaron dos días más. Ella vivía a unas 18 cuadras de la escuela. La docente fue a su casa para ver qué pasaba. En un segundo recibió todas las respuestas en un nock out: entró a una casa pequeña, desierta, pobre al extremo y abandonada. Su alumnita estaba en un rincón, temblando de frío y meciendo a un bebé que le tocó nacer allí para vivir sufriendo desde el primer día de su existencia.

La docente luego continuó su día laboral en el secundario privado, de esos privados que se dan el lujo de suspender una semana de clases para que los alumnos esquíen en Las Leñas. En cuarenta minutos cambió drásticamente de escenario, por lo que entró a esa aula prolija y calefaccionada con el rostro fotografiado de la miseria de su pequeña alumna, sola y hambrienta, con su pequeño bebé. No aclaró si sus alumnos se dieron cuenta, pero bastó con que uno solo le consultora: “¿profesora, necesita algo?”

Y contó toda esta historia, con toda su catarsis. Dejó de lado los planteos intelectuales de justicia e igualdad. Bastó con mostrar su dolor por el amor al pobre.

Contagió.

Sin pedir nada, al otro día, apenas ingresó a esa aula, sus alumnos le mostraron cajas de leche, abrigos y de un montón de cosas para esa chica pobre. Su amor por los pobres había contagiado.

Los llevó al colegio estatal y la directora fue quien estableció cómo hacerle llegar esa ayuda. Esa niña pobre y hambrienta, con su bebé, recibieron alimentos, ropa y otras cosas más. Cuando terminó la docente de contar esta historia, observé muchas lágrimas en el tremendo auditorio del tremendo hotel Ejército de los Andes. Se los merecía.
“Fuera de lo necesario para tu sustento y el de tu familia, lo demás es para los pobres”. Esto, que parece un manifiesto comunista, lo dijo en la misma época que vivía Carl Marx un cura francés que luego se hizo santo: Juan María Vianney.  

Estas historias sirven para saber que a diferencia de las malas noticias, las que son buenas ganan por partida doble, porque además de contar un hecho, también son respuestas.

lunes, 4 de mayo de 2009

La Vuelta al Lago


“Llegué a dar tres vueltas al Lago”, dije. El interlocutor aún esperaba una respuesta. Su mirada expresaba aquel “What?” del Ross despistado de “Friends”. Sin darme cuenta respondí nuevamente lo que para él nunca fue una respuesta: “generalmente doy una vuelta, a lo sumo dos. Prefiero hacer la vuelta de los cinco o ir por la bajada del cerro de la Gloria por el Estadio y de ahí por Libertador hasta los Portones”.

Demasiado. Muy inentendible para un porteño admirador de Mendoza que sólo había visitado dos veces nuestra provincia. Era 1993, cursaba segundo año de Comunicación en Buenos Aires y la pregunta que tenía que contestar en el buffet de la universidad, situado en el sexto piso del edificio de Juan de Garay y Azopardo, frente al diario Crónica, era “¿cuánto corrés?”.

Exagerado y bendecido

Con amigos o cuando el tema se daba, si sos sincero decías que tu cuerpo no daba para una vuelta (“antes lo hacía, pero ahora con la cerveza...”). Si querías mostrarte discreto, como sumo afirmabas que podías aguantar una vuelta y media. Si te considerabas un tipo normal, de esos que cada 20 días asiste a una picadita de fútbol cinco, la que más se escuchaba era “como mínimo, dos vueltas”. Así era cuando practiqué algo de remo en 1988: dos vueltas corriendo y dos vueltas en bote o batea. Los sábados a la siesta subíamos corriendo el cerro de la Gloria o el Llorón. “¿Alguna vez subiste el cerro de la Gloria?”, era la pregunta-prueba-final, para medir el verdadero estado atlético de la persona. “Un montón de veces, con mi bicicleta”. Entonces quedabas bien diciendo "no, o sea".

Posiblemente muchos mendocinos mentimos un poco cuando tenemos que afirmar cuánto corremos. El medidor más usado es la vuelta del Lago. ¿Cuánto es eso? Decían que 2.600 metros, aunque tengo dudas. Además, todo depende de dónde empecés a correr. Una cosa es arrancar desde la fuente de las Américas, otra desde el puestito de helados en la rotonda del Rosedal y otra donde confluye la calle del Rosedal con la avenida de las Tipas, cerca de la calesita que acompaña al Mendoza Tenis Club. Otros se van en coche hasta Regatas, estacionan allí y dan la vuelta partiendo y terminando en ese lugar.

Reconozco ser de los mendocinos que dio mil veces la vuelta al Lago corriendo. Había un tramo molesto: la calle y la vereda de Regatas. Allí muchos concluyen la vuelta para elongarse. Lo que caía de arriba no eran proyectiles del Space Invaders, pero parecía ser teledirigido desde el control remoto de la Providencia. El sábado último pasé por Regatas, leí la revista del club y me enteré de que en el gigantesco techo del club pusieron una plataforma metálica para evitar que los tordos y otros pajarracos garcas dejaran de enviar misiles fabricados en sus intestinos. Es que aquella vez tenía 16 años, terminaba de dar la vuelta al Lago y a punto de entrar al club para ir al gimnasio ... ¡booom!, en el hombro derecho y el marote.

La sorpresa fue la réplica de cuando, con mucha vergüenza, alguna vez conté esta historia. “Sí, a mí también me cagó una vez un tordo en el Rosedal”. “A mi hermano una vez una paloma le enchastró todo el bolso”, ... y así, sucesivamente. Por suerte que ahora los pajarracos cambiaron de caja de ahorro y harán sus depósitos en otro lugar, porque ya volaron de allí. Aunque, por esas cuestiones de la inseguridad, quién no desearía que un tordo lanzara su misil intestinal en la cabeza de algún delincuente que se apreste a meter mano en el carestereo de algún 0 Km allí estacionado o en el marote de un macho cabrío que acosa a una cuarentona de joggins que circula en rollers. Hablando de los rollers, ¿cuántas vueltas al Lago dan esas bellas damas que patinan como bailarinas? ¿cuántas vueltas dará el planeador de la imaginación del pobre solterón mientras ignora que su choco lo está haciendo quedar mal por todos los neumáticos que riega?

El que va a correr al Lago también va a ver minas. Y los chocos nos también nos imitan, aunque ellos son más frontales y no se reprimen. Y nos hacen quedar mal cuando coinciden la dupla hombre con buzo desgastado Adidas – mujer con joggins rojo en rollers vs. hombre con ... dueño de un perro – mujer con ...dueña de una perra. Uno de los dos avanza más rápido que el otro. En este sentido cobra verdad eso de que “un perro es parecido a su dueño” (aunque más atrevido).

Será por ésto que a la hora de responder cuántas vueltas das al Lago, la respuesta más exacta sea el clásico mendocino “Aáhhh???”.

viernes, 1 de mayo de 2009

Radiografía del fin del mundo


La actual encuesta para Así Opinamos (en la home del diario) dice que si ante el dengue y la gripe porcina estamos frente a las plagas que preanuncian el fin del mundo?

Sólo el 34 por ciento, por el momento, dijo que Sí.

Anoche me acuesto y como le pasan a muchos, agarré la Biblia (sigue siendo el libro más consultado de la actualidad, junto a la guía teléfonica) y lo abrí al azar. Encontré lo siguiente, de San Pablo (segunda carta a Timoteo 3-4), y me di cuenta de que las verdaderas señales del fin del mundo no son tanto el dengue y la gripe porcina, sino que ésto:

"En los últimos días vendrán momentos difíciles; los hombres serán egoístas, amantes del dinero, farsantes, orgullosos, chismosos, rebeldes con sus padres, ingratos y sin respeto a la religión; no tendrán cariño ni sabrán perdonar; serán calumniadores, desenfrenados, crueles, enemigos del bien, traidores, sinvergüenzas, llenos de orgullo, más amigos de los placeres que de Dios; ostentarán apariencias de piedad, pero rechazarán sus exigencias. Esta clase de gente son los que se meten por las casas engatusando a mujeres infelices, llenas de pecados, movidas por toda clase de pasiones, que siempre están aprendiendo y nunca llegan al conocimiento de la verdad. Los hombres de mente pervertida, descalificados en cuanto a la fe, no irán muy lejos, pues su locura será desenmascarada a la vista de todos".

Qué tal. Sin palabras.