martes, 25 de noviembre de 2008

Jodidos


_ ¿Te gusta el aromatizador (aparatito que larga un aroma) de vainilla que pusimos aquí en el coche?
_ Por favor desactivalo, eso me hace mal.
_ ¿A qué heladería vamos?
_Chicas, si no les molesta yo no voy a tomar helado.
_ ¿Por qué?
_ Nunca me gustó el helado.
_ ¡Qué raro, recién ahora vengo a enterarme!

La última expresión es la gran duda: todo lo que uno se entera de una mujer de un momento a otro, cuando el síndrome de las mañas arrecian con todo. Aquí en Mendoza los hay más en calidad que en cantidad (es decir no conozco a muchos jodidos, pero los pocos jodidos que conozco son requetejodidos).

Supongamos que se llama Elsa (al igual que en el post anterior, hay que poner nombres). Dicen que cuando llega a su oficina pública se queja porque hace calor. "No, aquí el aire acondicionado no se siente. Mejor me siento allí". Media hora tonteando de un asiento a otro, lamiéndose el rostro con el aire pelado y fresco de la revista Cosmopolitan u otra "sólo para entendidas". Entre decidirse y no decidirse registra el ojeo de las otras compañeras de trabajo que sólo están trabajando, no como ella, que aún no se anima a poner primera y empezar el día. "Oh, no, aquí me congelo. Este aire acondicionado es una porquería porque enfría mucho acá", se queja. Sus compañeras de trabajo la tienen bien junada y sólo le responden (mentalmente) por qué todas perciben el mismo salario en esa oficina. "¿Qué hago? ¿Y si llamo a la Pocha para decirle que por hoy me traslado a su oficina? ¡Hola Pocha! ¡Ah, trajiste el mate! ¡No me digás que tenés las fotos del casamiento de tu hija! ¡Me voy para allá y me contás todo! ¡Chau!", concluye aquí y se va. El silencio con un fondo apenas sonoro de dedos presionando las teclas de la computadora indica que se trata de un silencio laboral y productivo: todos tienen sellado en sus frentes el cartel de "Ocupado" de los dos baños.

Eso fue a las 8.00. A las 13.00 las chicas se toman la hora para almorzar. "La vi tomando un café con la Pocha a las once y ahora está sola, almorzando, supongo", se oye en el tumulto de los rumores despectivos.

Efectivamente, no hizo nada. Y esto pasa en algunas oficinas públicas. Y en el ámbito privado, ¿cómo estamos?

Antijodidos

"Un profesor de la facultad, Gerardo López Alonso, nos enseñó "el teorema de los tontos". El mismo dice que en una empresa los 2/3 de sus empleados son "tontos" que dejan que el 1/3 restamte escale puestos jerárquicos y terminen laburando mejor y ganando más", sentencié una vez ante un compañero de trabajo. ¿Y qué hacen estos 2/3 para que desde el punto de vista de los recursos humanos se los categorice como "tontos"? Buena pregunta: sin dudas que todos trabajan, pero si no les seguí un rato el hilo son capaces de estar toda la mañana tonteando en Facebook o en su cuentita de correo electrónico. También están los que mentalmente aún están en la cocina de su casa, porque se las pasan llevando el termo del mate de oficina a oficina, con coloquio de por medio en cada oficina respectiva. Para mí ellos son los "antijodidos", es decir, los tipos más sencillos y amigables que pueden haber, de esos que se llevan bien con todos, pero a la hora de preguntarles cuál es la visión que tienen de su trabajo, la respuesta es....(what??!! diría Ross de "Friends"). No es necesario ser muy técnico: basta con preguntarle si alguna vez escuchó en alguna misa la parábola de los talentos. Puede que cuando le digas ésto ya esté intuyendo algo así como que "ya entiendo lo que me querés decir cuando vos decís que Dios me dio cinco talentos y en vez de invertirlos en otros cinco, los voy a dejar escondido debajo del colchón, para que luego me reproche por mi falta de productividad", o sea.

De soltero a casado

Mientras fui soltero siempre detecté que los que se casaban automáticamente se transformaban en tipos achanchados y con una dosis mínima de "jodidibilidad". Ahora veo que fue un prejuicio, aunque algo de razón tenía. O sea, en el sentido de que no te volvés jodido cuando te casás, sino más bien cuando te hacés la idea de que te vas a casar y de que tu vida va a cambiar: allí es cuando la parte mental empieza a hacer falsos pronósticos, que se traducen en comportamientos jodidos ("démonos un gusto ahora, porque para cuando tengamos hijos ya no lo podremos hacer", "ya somos viejos para salir a bailar", o "¡tenés que bañarte y cambiarte los calzoncillos todos los días, así estemos en pleno invierno!").

El gran interrogante es si estamos preparados para contener a los jodidos. Si aquí en el diario hay algún colega con una montaña de mañas que al fin y al cabo terminan siendo excusas para no trabajar no tendría problemas en preguntarle las veces que quiera si "¿te sentís productivo?". Pero lo peor de todo es que noto que a ese tipo de personas nosotros los aceptamos tal como son, lo que parece algo grave. El caso de las mujeres es peor, porque al final ellas parecen no darse cuenta de su comportamiento jodido y lo que quieren, en el fondo, es que vos estés todo el tiempo pendiente de ellas (inseguridades, nomás).

Por suerte siempre existe la chance del diálogo: quizá es una buena manera de desgastarse pero a la vez uno logra ser útil por un rato para esa persona que aún no aprendió a ser útil.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Cuatro mujeres distintas pero iguales


A la primera la vamos a llamar Jimena. Tiene 35 años. Se casó hace tres años y desde ese tiempo, junto a su marido, están buscando tener un hijo. Al principio, como toda pareja, el proceso fue normal. Ahora la pareja atraviesa una crisis. La llevan bien, pero es una crisis jodida. Él ya se hizo los estudios y parece que está bien. A ella le encontraron algo raro que pinta no ser tan grave. Le recomendaron la inseminación artificial. Ya lo hizo: pagó 800 pesos. No funcionó. Siguiente paso: fecundación in vitro. Costo total: 10.000 pesos (es lo que sale aquí en Mendoza). Es una pareja común y corriente, como nosotros. Si esa es la salida, entonces por ahora será imposible (si a vos te pasara lo mismo, ¿dispondrías de 10 mil mangos para una cosa así?). Jimena y su marido piensan formar un movimiento social que promueva la cobertura de las obras sociales para estos casos. "El gobierno le regala preservativos y hasta los hombres se pueden operar para no tener hijos -como lo hizo un ex director de OSEP- ¿Y los que queremos tener hijos, cuándo harán algo por nosotros?, sostiene Jimena, con mucha razón.

A la segunda la vamos a llamar Cecilia. Tiene 31 años. Dos hijos que los tuvo hace ya casi cuatro años. Hace poco nos enteramos que espera el tercero. Los dos primeros los tuvo con un ex novio, con quien convivió hasta que el tipo se enteró de que iba a ser papá por segunda vez. La pareja no iba bien cuando tuvieron al primero y peor les fue cuando llegó el segundo. Cuando el tipo largó a Cecilia, ella juró no meterse más con un hombre. Al poco tiempo conoció a tipos no convencionales, muy extraños -parece que le gusta los hombres realmente raros y difíciles de descubrir-. La última vez que la vimos estaba refeliz de vivir a pleno un primer amor como nunca lo vivió. Nosotros le dijimos que se cuidara porque la primera etapa de los noviazgos es así, pero después se acaba el combustible y hay que regresar de la Luna de Valencia. Le recomendamos vivir un tiempo de noviazgo sano para conocerse bien y para aprender a sobrevivir cuando las cosas no están muy bien. Así lo hicimos nosotros. Para qué: no pasó ni un mes que nos enteramos de su nuevo embarazo (el tercero) por otra persona. No sabemos si está conviviendo con el padre de su tercer hijo o hija, pero la realidad es que ella apenas le da el sueldo para mantener a dos chicos. Sabemos que su actual novio trabaja, pero yo no podría vivir con lo que gana, seguramente. Ahora ese hombre se convertirá en el jefe de una familia con tres hijos.

A la tercera la vamos a llamar Tere. Es un año más joven que Cecilia. Se casó hace dos años. Desde hace un año que con su marido intentan buscar un hijo. Ambos se están haciendo estudios médicos: parece que el tipo tiene la salud reproductiva un poco complicada. Mientras, cada mes ella asiste a la misa que da el cura Lalo en la parroquia de la Sagrada Familia, en la calle Libertad de Guaymallén. Allí se juntan las madres que ya tuvieron hijos, las embarazadas y las que esperan tener hijos. Ella y su marido están económicamente bien y la pareja se la ve bastante madura. Todo el mundo desean que ellos ya sean padres. Conociéndolos, viéndolos desde afuera ésto parece una injusticia. Comparado con las dos mujeres anteriores, Tere es la "Mónica" de la serie Friends: la más madura, comprensiva y entera. La más realista y a la vez, la más íntegra y espiritual.

Finalmente nos queda una mujer: la vamos a llamar Elena. Todavía no cumplió 30 pero fue la primera que se casó. Tiene un hermoso niño de cinco años y el mes pasado tuvo a una lindísima beba de ojos negros y cabellos rubios. Es una madre tranquila y equilibrada. Pero algo no anda bien: la relación con su marido, que pareciera vivir en su trabajo. Aparece recién muy a la noche (hay noches que ni aparece). ¿Por qué están así? No sé. Pero parece que en cualquier momento se produce la ruptura final. Es contradictorio: acaban de tener la beba más linda del mundo y ya se están separando.

Imagínense lo que le dijo Tere cuando llamó a Jimena y le comentó los casos de Cecilia y Elena: "Dios le da pan al que no tiene dientes". Viene bien reclamarle a Dios por qué a veces hace tan mal las cosas: le da hijos a los que menos están preparados o directamente, a los que no quieren ser padres, y no les da ni una mínima chance a las parejas que están muy preparadas para ser padres y que además, "hicieron bien los papeles" durante el noviazgo, entre otras cosas. Pero si a Dios le reclamamos que no embarre la cancha, los seres humanos somos peores: usamos la libertad para no facilitar hijos a quienes lo necesitan (las obras sociales no existen para las parejas que quieren ser padres; mujeres que pueden ser madres consideran "una utopía" destinar su embarazo para una adopción y prefieren insistir con la legalización del aborto), las que pueden tener hacen lo posible para que ese bebé llegue en el peor momento de sus vidas y así mucho más. Realmente es cierto que Dios le da pan al que no tiene dientes, pero los hombres directamente le sacamos el pan a los que tienen dientes y a los que no tienen dientes también.

Más allá de este escenario sobradamente injusto, ciertas cosas de la vida allana lo que parece imposible: el sábado pasado estuve la misa del cura Lalo, en Guaymallén, en la celebración de la Virgen María embarazada, que es la Virgen de la dulce espera. Llegué decepcionado por esta contradicción de negarle el pan al que mejor quiere morder, pero pasó algo increíble, bastante nuevo: en la entrada de esa iglesia de la calle Libertad había decenas de mujeres con sus bebés recién nacidos, todas muy felices. Adentro estaba requerepleto: embarazadas, con niños y mujeres ni embarazadas ni con niños, todas muy contentas. No conozco las historias de vidas de éstas mujeres, pero seguro que algunas de ellas pudieron ser Jimena, Tere, Cecilia y Elena, porque al fin y al cabo las cuatro quieren ser madres. Y allí me di cuenta de que los seres humanos somos capaces de recrear por unos instantes el cielo en la tierra, es decir, el clima de suma armonía, paz, fraternidad y unión. No podía sentirme mal, sino que todo lo contrario. Allí la consigna no era tener o no tener hijos (como si fuera un objeto de propiedad privada). Lo que había allí era la celebración plena de la vida. Recuerdo que el cura Lalo agarró a un bebé, lo levantó, dijo que nació hace dos meses y todo el mundo aplaudió. Y así lo hizo con unos cuántos más. Parece increíble lo bien que se siente cuando una multitud aplaude a un bebé.

Cuatro mujeres y cuatro historias de vida distintas que cuando se vieron las caras se olvidaron de las diferencias que las asusta y se contagiaron de la felicidad merecida que las une. Reconozco que el amor es una verdad que ya nos supera.

martes, 11 de noviembre de 2008

Por esquivar el dialogo


Esto pasó la semana pasada en el barrio Santa Teresita (Las Heras): "le dije a la vecina de la otra cuadra que le cambio su vivienda por la mía". "Es que en esta cuadras hay tiroteos cada dos por tres y tengo miedo por mis chicos, en cambio en la cuadra donde vive ella no hay tantos tiroteos como aquí". "Y ella quiere venirse aquí porque teme por su vida ya que en esa cuadra la tienen amenazada...". "Yo no creo que tenga problemas porque conozco a la gente que la amenazó...".

Una prefiere vivir en medio de los tiroteos que amenazada de muerte y la otra prefiere vivir rodeada de delincuentes que amenazan de muerte a sus vecinos en vez de estar en una manzana llena de tiroteos.

Cualquiera que lea el título de este blog y luego lo escrito hasta aquí en este post se preguntará si los mendocinos somos así. Decir que no sería negar la realidad. Decir que sí significa meter a todos en la misma bolsa. Entonces, un poco asesinos somos (¿esa es la respuesta?).

"Reverendo hijo de puta, ahora cambiaste el dominio puto cabrón. Pasame tu nombre que te voy a cagar a tiros. Con mucho cariño el que te vá a matar", escribió un tal X (¿se le habrá pasado la calentura?). ¿Por qué tanta furia? Lo que pasó aún no tiene explicación: envié un mail a un grupo de lectores del diario digital invitándolos a escribir para El Blog de los Lectores. La respuesta de X es la que acaban de leer. Una consecuencia cuya causa seguramente no fue mi mail de invitación, sino más bien un problema no resuelto en él que se canalizó a través de su correo electrónico de contestación.

¿Podrá ser qué todo lo que acabamos de leer son consecuencias de la mala comunicación?

En el caso amas de casa del barrio Santa Teresita vs vecinos peligrosos se trata de confrontaciones reales, es decir, entre personas que se conocen. El segundo caso, entre personas virtuales, que no se conocen. Si en tu vida real tuviste problemas y pudiste solucionarlos con diálogos entenderás que se trata de un problema de comunicación. Pero si sos de las personas que prefieren definir las cosas a los insultos o golpes, seguramente no lo entiendas, porque la comunicación se entiende y se asimila mejor con la práctica, con el día a día y no con los consejos sanadores. Existen numerosos métodos y formas, pero todo parte desde una actitud que está en el fondo del corazón: si hay amor, hay voluntad de comunicación; si hay bronca permanente y autoalimentada, no hay voluntad de comunicación. Así llegamos a la conclusión de que la falta de comunicación surge dee un problema personal -de inmadurez afectiva- por parte de quien no quiere comunicarse pero que las consecuencias la terminan pagando él y la otra persona. Y lo más sorprendente es que ahora se dé en Internet, entre personas que ni siquiera se conocen. "La violencia genera más violencia" escuché alguna vez del español Carlos Soria. Y tiene razón. Así como algunas veces nos hemos sorprendidos de las cadenas solidarias, también existen cadenas de bronca que parten de una concepción equivocada de la vida y se trasmite, sin parar, de persona a persona.

El prejuicio es uno de los alimentos preferidos de este tipo de personas. ¿Si la religión tiene que ver? Depende, aunque convengamos que las religiones establecen patrones de comportamiento. Pero su éxito depende si se hace partiendo del amor o no. Un católico moralista no es un buen católico. Un católico que vive en el amor todo lo que dice con palabras es un buen cristiano. Vivir con amor es muy difícil -realmente es un gran esfuerzo y el mundo no ayuda. Y el primer acto de amor es la comunicación, es decir, la forma de contactarse con el otro.

El objetivo de la comunicación es que las personas se conozcan a fondo. Eso no se puede hacer de un día para el otro. Si el vecino que amenazó a la mujer conociera de fondo a ella y también los adolescentes villeros que se divierten con los tiroteos en el Santa Teresita conocieran un instante de historia de vida de los hijos de su vecina, quizá la pensarían dos veces antes de apretar el gatillo. ¿Qué hubiera pasado si muchos de los delincuentes que asesinaron a mendocinos inocentes en los últimos tiempos, antes de gatillar, hubieran imaginado conocer la parte buena de su futura víctima, realmente le dispararía? Si se le pasa el efecto de la droga, seguramente no.

En fin, lo que está pasando en Mendoza es que la inseguridad nos cortó la posibilidad de comunicarnos. Otros creen que la idiosincracia de la maldad está creciendo porque muchos decidieron cortarle el rostro a Dios y a las iglesias. Con rejas y alarmas vamos a tener menos ganas de comunicarnos. Y a la vez, esa falta de comunicación alimenta la inseguridad porque ante la incomunicación nunca tendremos la posibilidad de llegar a una respuesta de fondo, porque para una respuesta hace falta una pregunta, y para eso hace falta comunicar.

Si para muchos el escenario de la comunicación es la ausencia de familia, esto último también es consecuencia de la falta de comunicación. Tanto miedo tenemos a no tener la razón que preferimos relativizar las cosas malas que hicimos o directamente negar la comunicación.

Al final, la idiosincracia de comunicación que necesitamos implementar en forma urgente se trata de algo que hace bien, porque para comunicarse hace falta aprender a hablar bien y sobre todo, a expresar los sentimientos que justifican sentirse bien y sentirse mal. Aprender a expresarse (¿qué distintos serían los comentarios de las noticias del diario digital si quienes escriben por un lado se expresaran bien y por otro, comunicarían mensajes concretos para debatir, más que para sacarse la bronca de barrabrava?).

Con una buena comunicación seguramente uno podrá intervenir mejor en todos los órdenes de la vida y sobre todo, darse cuenta de que vale la pena hacer las cosas por amor y no por despecho o bronca (esto último, para mi, es la gran batalla de la vida).


martes, 4 de noviembre de 2008

Change


Barack Hussein Obama, presidente de EEUU. Entonces…¿cambió EEUU? No sé, ojalá. “Ojalá que cambie”, una frase que habré dicho unas 800 mil veces a lo largo de toda mi vida. ¿Hace bien cambiar? En una época era lindo, sobre todo cuando nuestros viejos escuchaban a Glen Miller o Sinatra y no entendían por qué a nosotros nos volvía loco el sonido de derrumbe de “Demoliendo hoteles”. Bien diferente. Generaciones distintas. En esa época el presidente de EEUU tenía un nombre bien  yanqui: Jimy Carter (ese apellido también lo tenía Linda, la mujer maravilla, sin dudas la culpable de haber quebrado la virginidad mental de los pibes de los setenta-ochenta).

“Yo soy Gustavo F. ¿no te acordás de mi?”, lanzó el cajero de un banco de la Arístides. “Qué se yo. Sí”, respondí con cara de tiro libre barrera. “¿No te llegó una invitación para una reunión de la camada 88 del Zapata?”, siguió él. “Ni idea”, contesté, tratando de acordarme de que hace 20 años egresé del secundario. Bastante tiempo para un día en la vida. Un día muy largo, te diría, de 24 años en vez de 24 horas, que tan rápido pasó que esos 24 años terminaron siendo 24 horas (en realidad faltan 4 años para que sean 24 horas, pero ¿qué diferencia puede haber? ¿Qué la Lepra juegue en la A? Más que esto último, otra cosa muy grande no puede cambiar aquí en Mendoza para los que no votamos a Jaque, de aquí a los próximo cuatro años).

Si me decís qué te acordás en este preciso instante del Zapata del 88 la respuesta es una clase de educación física en el que los casi 40 ñatos del curso trotábamos alrededor de una cancha de básquet . Había un alumno, llamado Daniel, que siempre iba solo y ningún cumpadre a cinco o diez metros a la redonda de él. Su tufo a sobaco olía letal. Durante mucho tiempo me tocó sentarse en el banco de atrás de él y no saben cómo sufría cada vez que su cuerpo recibía un ventilete de aire de afuera: letal, terminator a full. Sin sobrevivientes. Fue un caso feo porque un día decidimos decirle que le convenía llevarse el desodorante a la escuela. Se lo dijo Pablo, un compañero que en la actualidad es oculista. Como futuro buen médico le transmitió el mensaje con suma paciencia. Recuerdo que durante dos días pudimos respirar más o menos mejor, pero después todo volvió a ser como antes. Pobre él pero también pobre nosotros. Nunca más supe de él, pero seguramente debe haber armado una linda familia, porque después de todo era un pibe común y corriente, es decir, no tenía otra ambición más que el de trabajar y llevar el pan (y el desodorante) a su casa, no como muchos de nosotros que perseguimos metas tales como estudiar en la universidad, vivir afuera de Mendoza, trabajar en un medio grande del país y de la provincia, ganar un Martín Fierro en radio o televisión, conocer el mundo, hacer un master o diplomado, ver a los Rolling Stones, tener una buena mina, armar una banda de rock, grabar un tema propio en un estudio de grabación, cantar Popotitos con David Lebón en el mismo escenario y preguntarle a Marciano Cantero “¿qué significa eso de “una lección me dio la vida: tenés que hacer lo que tu corazón diga”?, etc, o sea.

Es verdad que los cambios son buenos, pero a esta altura de la vida bien vale darle un significado a todo ese cambio, es decir, una orientación definida. Siempre en mi vida los cambios eran cuestiones revolucionarias que había que vivirlo a puro rocanrrol. Ahora ya no es tan así. El mensaje no me vino de un libro de Sastre o Bucosky (seguramente lo escribo mal porque nunca leí al autor preferido de Marcelo, el cantante de Bela Lugosi). El mensaje cayó solo, de maduro, cuando esperaba otra cosa: ocurrió cuando conocí a mi mujer. Fue una de las noches más esperadas de mi vida. Si me pongo a contar cuántas horas a lo largo de mi existencia le dediqué a pensar ese momento, el total suma más en horas-rollo-mental que la sumatoria total de los goles que hizo Batistuta en toda su carrera futbolística. Ese momento –cuando lo soñaba- significaba el punto máximo de mi personalidad, de todo lo que construí solo; en fin, todo eso. Concretamente, el mensaje que me llegó no fue el que te dejan las comedias románticas (el del un tipo que se sube a un cohete que emprende un viaje sin vuelta a la Luna de Valencia). Ese mensaje, ese verdadero CHANGE que recibí fue el de la sensación de paz y tranquilidad. ¡Sonamos, nos estamos volviendo como mis viejos! ¿De ahora en adelante empezaré a escuchar a Sinatra y a Glen Millar? ¡Nooooo!

No, pero sí. Algo de eso hay. Creo yo, de todos los cambios, el sentir paz y tranquilidad fue el más auténtico (y a la vez, el más inesperado) de todos. Y como los cambios acumulados son muchos y seguirán siendo muchos, para que todo ésto no se desparrame, a diferencia de lo que fue la adolescencia y otras épocas de la vida, la paz y la tranquilidad ahora son los que conducen este barco. Y ese “ojalá que cambie” se transforma en un “ojalá que entienda la vida”, porque para eso cambiaste antes.