lunes, 13 de septiembre de 2010

Tardanza y media

Fuente: blogs.clarin.com
V.J. Wok nos invitó a cenar. Era el epílogo de una tarde de campo más 40 minutos de bicicleta fija en Regatas, donde dejé un alfajor torta –por si se me bajaba el azúcar- en el compartimento del agua mineral de esa bici que daba hacia el Parque. Finalizaba el sábado y empezaba el sábado a la noche. Cuando tuve 15, 16 ó 17 jamás imaginé pasar la noche más soñada de la semana en una misma mesa con mi mujer y la suegra, pero bueno, los tiempos cambian y si ella paga, mejor.

La pizzería de 25 de Mayo y Pedro Molina estaba hasta las patas. Y sí, ya son las 22.50. Metimos segunda y tercera, hasta avanzar 200 metros hacia el Parque. Allí frenamos y entramos al restaurante de esa esquina, un lugar misterioso sólo para el que nunca tuvo la oportunidad de entrar y que lo seguirá siendo misterioso hasta que el telón se corra y se descubra que no es más que una sorpresa prefabricada por uno mismo. Efectivamente, entramos y en todo caso lo único sorprendente por masticar fue el bonito escenario de madera, justo a dos pasos de nuestra mesa. Luego, la de siempre: el menú más barato, el vino más barato y un agua mineral sin gas para los tres. Por suerte ahí nomás aterrizaron las dos botellas. El resto, la picada de mejillones, carne a la masa, rabas y tortilla de papa llegó…como 45 minutos después.

La incógnita fue si la gran sorpresa de la noche iba a cerrar una cena de gala o iba a cumplir la difícil tarea de tapar el sol con la mano. El sol que iluminaba las mesas vacías porque la comida no llegaba por el mismo problema de siempre: mozos voladores y fortificados con estrés, a máxima velocidad y pendiendo sus nervios de un hilo frágil y débil.

Trento y Capri seguramente son los dos únicos restoranes de Mendoza donde la comida te llega entre 5 y 10 minutos. Mc Donalds, se supone, también. En 1992, cuando laburé en uno situado en la calle Florida de Buenos Aires, la orden de arriba era que el pedido tenía que estar resuelto en un minuto, ya que esa era la fórmula del éxito de ese fast food. Como mendocino awebonao tuve que cambiar las bujías, el filtro de aceite y los cilindros de mi cuerpo para adaptarme no sólo a la vorágine porteña sino también a la vorágine de hacer y entregar el morfi en un minuto. El otro día fui al Mc Donalds de acá y noté que aquí no rige ese principio: al mendocino le da lo mismo esperar 1 minuto o 10 minutos que una hora. ¿Es realmente así? Si te digo que sí te miento porque pasado un buen rato una mesa de vejestorios con tapados de piel levantaron la queja al pobre mozo centrifugado de estrés y abandonaron una mesa para, al menos, unas 10 personas. Listo: 10 menos.

En la caja se armó una batahola. A la vez, los tres mozos que atendían esas, al menos, 16 mesas seguían volando como murciérlagos nerviosos y desorientados, hasta llevándose por delante algunas sillas y corchos que accidentalmente quedaron en el piso. Nuestra jarrita de medio litro de vino damajuanero tenía tan poco que si me paraba sobre la mesa y ponía dentro de allí el dedito más chiquito de mi pie seguramente hacía pie, valga la redundancia.

Fuente: Taringa.net
Otro lugar que te traen rápido la comida en Mendoza es el restaurante árabe de la calle Arístides (Cocina Poblana). El resto, el resto de los que fuimos con la mujer y la suegra, reconozco, tienen otros tiempos, algunas veces por escasez de mozos y otras veces, por escasez de cocineros. Digamos que en los restaurantes sucede lo mismo que en los cajas de los bancos y supermercados de Mendoza: la mitad siempre está vacía y la cola es larga. Conclusión: si trabajaran más mozos, más cocineros y más cajeros en los lugares que  hoy funcionan no sólo bajaría el desempleo sino que también tendríamos que esperar menos. Pregunta: ¿para qué esperar menos? Dejamos el final abierto.

Finalmente tres bailarinas de flamenco llegaron al escenario. Y luego un grupo de música que parecía Simpecao y que interpretó música española. Los impacientes apenas aplaudieron al concluir las tres primeras canciones. Luego la cosa se fue calentando, siempre a favor del restaurante, hasta que ese público que esperó un millón de años luz su cena hizo clic en el smile y puso cara de galletitas Sonrisas. Y la mufa se acabó. Y nos fuimos todos contentos, con ganas de ir a una plaza de toros a seguir comiendo paella, más que todo.

La gran pregunta: ¿eso será siempre así o por haber sido esa noche el día del maestro, algunos mozos se comportaron como docentes titulares y aprovecharon la ocasión para pegar el faltazo que habitualmente suelen hacer en las escuelas?

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