miércoles, 29 de septiembre de 2010

Cuando la soliedad es el único remedio

Plaza de San Carlos. (gloriaflores.blogia.com)

Paz. Pasado. Eterno. Solitario. Llegamos a San Carlos’s City a la hora más pesada de la siesta. Ni el gato. Nos bajamos de la grúa y luego este vehículo descargó nuestro Renault en la entrada del hotel, un ex monasterio situado a una cuadra de la plaza principal y del Fuerte. Ni el gato, gracias a Dios.

Y sí, pasamos de quinta a punto muerto sin hacer cuarta, tercera y segunda. Nos detuvimos de pronto en lo que más deseábamos: un campo sin horizontes para que las garras de nuestras almas destrozaran las rejas del estrés y salieran a correr, rumbo al planeta eterno y misterioso de la intimidad, vestida de ese verde amarillento y primaveral.

Dejamos el bolso en nuestra habitación, situada junto a un living pituco de estancia de campo, y nos fuimos a recorrer el minizoológico que aparecía tras abrir la puerta del patio: dos pavos reales con majestuosas alas-ramas-con-hojas, dos loros que hablan, perros de la calle en paz y sumisos a las caricias de extraños, conejos en blanco y negro y algunas llamas –una de ellas, bebé-, que te miraban con cara de opa. Una mirada tan, pero tan tranquila que la conciencia automáticamente situaba el GPS del sentido común en el lugar que había perdido hace muchísimo tiempo. Un reloj con tiempo en pausa y una naturaleza que ordena los desórdenes mentales en su lugar.

Fuerte de San Carlos (hosteria-nomades.com.ar)
El domingo nos levantamos tempranos y fuimos a misa de 9. Muchos jóvenes, bien vestidos, casi como si estuvieran por partir hacia el boliche. Familias enteras, de la mano, rezando el Padrenuestro. Adolescentes que se abrazan con un amor sencillo y manso que sorprende durante el saludo de la paz. Una familia grande y bien fuerte. Un momento en el que uno quisiera permanecer siempre, por su sentido común y por una sensación de amor que camina, juega y sonríe entre los juegos de la plaza.

Veinticuatro horas después regresamos a Mendoza. En ese poco tiempo dos desconocidos me contaron toda la historia de sus vidas. Al fin y al cabo éramos extraños con oídos predispuestos a cultivar una contención a través de testimonios de vida. En cada una de esas historias, alguien que se fue para siempre y no volvió. Nosotros también nos fuimos. Pero nos quedó la idea, por suerte refrescante, de que el mundo avanza al ritmo del hombre incierto, perdido, ambicioso y ávaro, pero también al ritmo del hombre que sigue los pasos y los tiempos de la naturaleza. En fin, toda una respuesta.

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