miércoles, 6 de octubre de 2010

Iluminados

Imagen del padre Thomas Mathew (Mdzol.com)
Cualquier ser humano daría todo por ver a Dios. Pero por lo que yo tengo entendido, los ojos humanos no están preparados para eso por toda la basura que en los años hemos ido acumulando. Es que para ver lo perfecto hay que estar perfectos y si la visión del alma no es perfecta, directamente no se puede ver a Dios. Igual, quienes lo han intentando y hoy lo intentan logran llegar a ello en forma gradual, mediante una vida con oraciones y ejemplos de santidad.

Ok, para estos casos no podemos adaptarlo todo a las necesidades humanas. Tampoco creo yo que sea un requisito imprescindible tener que verlo para creer más, o para sentirse realmente tocado. Jesús lo advirtió en su momento: bienaventurados los que creen sin ver. Al final, ¿para qué ver al Creador si ya se lo puede apreciar con todas las cosas bellas que existen en el mundo y que no los creó el ser humano? Sí, pero aún así, como dice Mick Jagger, “no puedo estar satisfecho”.

El lunes pasado, en la iglesia de la Sagrada Familia, a unas siete cuadras de la escuela de donde doy clases en Guaymallén, llegó el padre Thomas, un indio con el don de la sanación. Fui por mi diabetes, por la imposibilidad de tener hijos, por los recientes dolores en la columna, por el insomnio crónico, por la falta de posibilidades de trabajo en el periodismo, por la salud de mi madre, por…., por…. y con tantos signos de multiplicar todo se agranda en progresión geométrica.

Pero también les seré sincero: fui para pedir un poco más de fe. El haber incursionado en el periodismo en tiempos de anticlericalismo me debilitó un poco. El mundo no ayuda y a veces da la impresión que Jesús nos traslada demasiado lo que Él le dijo a su Padre en la cruz: “¿por qué me has abandonado?”.

Fueron como tres horas de cola. La iglesia de la calle Libertad, hasta las patas. El padre fue bendiciendo a cada uno de los presentes. Y la mayoría se desvanecía apenas concluía esa bendición. Cuando llegó mi turno resumí todos mis pedidos en uno solo: que me diera más fe. Al fin y al cabo, con las enfermedades uno se parece más a Jesús en sus peores momentos y quizá así puede entender más a los que hoy sufren en la vida. Pero tampoco digamos que es lindo sufrir. Pero no sé, fue lo que sentí en ese momento.

El cura con piel morena puso sus manos en mi cabeza y no me desplomé. No sé si el padre Lalo, a cargo de esa parroquia, estaba en condiciones de llamar una ambulancia para sacar a un grandulón de 2 metros de ahí, pero por suerte se ahorró ese trabajo. Sin embargo mi mujer fue bendecida y cayó al piso. Vi a una chica que me había dicho que este miércoles la iban a operar de un tumor en la cabeza, pero no se animaba a pedir su bendición. La animé a hacerlo y fue. Y sí, también se desplomó.

Desplomarse no es justamente el “¡plop!” con que cerraban las viñetas de las historietas de Condorito. Según me dijo mi mujer después, es sentir la fuerza de la bendición de Dios en un estado de paz plena, que uno se desvanece.

Ok, todo esto para contar lo siguiente: después de que me bendijeron vi a dos niños en el suelo, en estado de paz, ya que acababan de ser bendecidos. Durante unos largos tres minutos parecían ángeles que acababan de partir hacia el cielo. Quizá si algún día yo les cuento el rostro que tenían nunca me van a creer.

Nunca en mi vida había visto dos rostros en paz, dos rostros en plenitud serena. Recordé los testimonios de los chicos que vieron a María en Fátima y Lourdes. Y fue la misma escena: el haber visto a Dios y el desear estar con Él para siempre. Creo que los niños son especiales para Dios. ¿La fórmula de la vida será definitivamente ser como niños?

Sí, realmente no vi a Dios. Pero me alcanzó con ver su gran Reflejo de Paz en el rostro de dos niños, que no querían despertar a la realidad de este mundo.

¡Ah!, me faltó decirles algo: ayer recibí una buena oferta laboral en un medio periodístico de Mendoza...

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