viernes, 6 de noviembre de 2009

Huérfanos

Hoy, a las 11.20, José Vicente Zapata, a la altura de Salta, ya estaba congestionada. Colas de vehículos como en los tiempos de doble mano. Algunos que otros bocinazos e impaciencia desbordada. Resignación. Un mediodía de furia, nomás. Voy por Zapata, a pie, rumbo al oeste. Cruzo San Juan, también congestionada, tanto por el norte como por el sur. Un coche usado enciende el electroventilador, por suerte, y me hizo recordar que un tiempo antes de que me robaran el Senda, una mañana a esa hora volví rapidísimo por esa avenida a casa porque el motor de ese vehículo estaba calentando con todo. En aquella ocasión el tránsito -naturalmente, a esa hora- no me ayudó pero al menos pude salvar al coche de que se fundiera. Miré para Zapata, vi las decenas de autos esperando avanzar dos metros y me proyecté en la temperatura de los motores de todos esos coches. Y sí, ¿a cuántos mecánicos darán de comer los gremialistas que cortan las calles? se me ocurrió pensar.

A la altura del Policlínico de Cuyo el escenario se hizo evidente: la argentinidad al palo. ¿Por qué argentinidad? Por lo siguiente: enfoqué la mirada hacia el norte y luego, hacia el noroeste. ¿Qué vi? Lluvia de bocinazos y de automovilistas hartos de esperar que el tránsito recobre la normalidad. Bocinazos y puros bocinazos. La clásica impotencia de los ciudadanos que se portan bien vs el poder ilimitado de los ciudadanos que se portan mal. Huérfanos, al fin y al cabo, porque nadie contenía a estos mendocinos que iban del trabajo a sus casas para seguir trabajando por la tarde.

Luego enfoqué la mirada hacia el noroeste, es decir, mirando hacia la iglesia de Jesuita y el Parque. Unos 50 empleados del Hospital Central abrazándose como si acabaran de recibir un doctorado en la Universidad de Hardvare. Muy emocionados, como si acabaran de salvar una vida y de realizar el acto patriótico más grande de la historia argentina. Me costó entenderlo y posiblemente nunca en mi vida entienda eso. Huérfanos, al fin y al cabo también, porque hace rato que el Estado dejó de contenerlos porque les cerró la puerta.

Crucé a Jesuita, entré un rato a la iglesia y efectivamente, no estaba la atmósfera tranquila para que el cura diese la misa de las 12. No tanto por los bocinazos que sí se escuchaban. Sino más bien porque justo frente a  esa iglesia...un automóvil despedía desde un parlantón la música de Karamelo Santo, enfocado más hacia esa parroquia, que hacia la esquina conflictiva.

Mendocinos tristes; empleados y gremialistas alegres. Uno manda sobre el otro de una forma violenta, porque el violar las leyes ya es violencia.

Por suerte el rocanrrol te deja con una sonrisa reflexiva. Esa canción de Karamelo Santo que sonaba en los parlantones gremialistas en realidad estaba autorretratando lo que en ese momento sucedía en los dos bandos:

"No tengo papá, no tengo mamá, no tengo papá, no tengo mamá".

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