viernes, 6 de marzo de 2009

Bendiciones

"Ha sido bendecido alguien que desde hace mucho tiempo tiene muchísimos dolores en la columna vertebral. Puede ser hombre o mujer. Pobrecito, tiene la columna muy dañada y con dolores fuertísimos. A esa persona le digo que en nombre de la sangre preciosísima de Jesús ya puede moverse bien, caminar y hasta saltar. Por favor, esa persona está acá. Tiene que sentir esa bendición”.

Silencio absoluto. Unas 18.000 personas aguardaban el jueves último a la noche, en miradas que rotaban todo el predio del anexo de Murialdo de Guaymallén, si alguien se paraba y empezaba a caminar. Nada.

“Una persona ha sido bendecida en su columna vertebral. Ahora tiene que sentir sus huesos llenos de vida. No sé si es hombre o mujer, pero está acá...”.

Treinta segundos eternos. De repente, rumores silenciosos provocaron una dirección de miradas hacia un solo lugar: alguien, allá lejos, efectivamente, se acercaba al escenario-altar donde predicaba el padre Darío. Otra persona, más cerca del escenario, también con muletas, se levantó y dio unos pasos muy forzados. El padre Darío lo vio y le dijo: “Hombre, no creo que sea usted. Veo que esté caminando con dificultades”.

Al mismo tiempo llegaba al escenario una señora, que aún no entendía lo que le estaba sucediendo en su cuerpo. Pocos le prestaban atención. El padre Darío -dudoso de saber si era ella la persona bendecida-, prefirió observarla un rato para constatar si era ella. Pero esta mujer agarró el micrófono y dijo: “¡los dedos de mis pies se están estirando. Desde que me operaron eso no me pasaba!”. Entonces el cura directamente le ordenó: “¡A ver, agáchate!”. Esa mujer, efectivamente, recogió su cuerpo y experimentaba una sensación de flexibilidad absoluta. No había dudas: era la bendecida.  La mujer, una señora grande de edad, como decimos acá, lo primero que le salió del alma no fue "¡estoy curada!", sino que “aleluya, Jesús vive, Jesús me ha bendecido”.

El origen del milagro

Mientras ninguno de los 18 mil presentes caíamos, inmediatamente el padre Betancourt anunciaba que alguien con la mitad de su rostro paralizado y que había comulgado en la misa estaba siendo bendecido. Durante dos minutos pidió que esa persona se manifestara. Le dijo que se parara sobre una silla y sonriera, para comprobar que todo su rostro se movía. Un minuto -que pareció veinte mil minutos- bastó para que otra mujer, apenas perceptible con mi mirada, se subiera a una silla y experimentara por primera vez en no sé cuánto tiempo una sonrisa nueva y amplia. El entusiasmo popular, ya encendido, no bastó para conformar al padre Darío: insistió varias veces hasta comprobar si era ella. Es que ante un escenario así, muchos sienten -quizás mentalmente- el efecto saludable de la bendición. El día anterior, miércoles, había pasado algo así: la bendición fue para un hombre que usaba bastones y con muchísimas dificultades para caminar. Unos cinco o seis, con ese problema, empezaron a caminar medio a los tumbos. Hasta que finalmente apareció un hombre, que hasta antes de que recibiera la comunión apenas podía moverse, ahora casi trotando hacia el escenario.

Todo esto ocurría luego de que casi todos recibiéramos el cuerpo de Jesús en la misa. En el momento de la meditación personal que viene después de comulgar, Betancourt fue recitando cada parte de nuestro cuerpo, pidiendo que sea bendecido por la sangre de Jesús, hijo de María. Esa meditación fue el epílogo de una jornada de oración de muchas horas, que a esa altura no parecía tantas. Durante ese tiempo habíamos asimilado con palabras repetidas en silencio la llegada a nuestro cuerpo de la sangre bendecida de las llagas de Jesús, hijo de María. Y nada más que eso. Finalmente, cuando recibimos Su cuerpo, todos supimos que la bendición iba a surtir efecto inmediato en el alma de todos y al cuerpo de unos pocos.

¿Qué hace un periodista allí?

Reconozco que siempre mantuve un sentido crítico a todo lo que lo que tuviera que ver con milagros, aleluyas y todo eso. No es que no creyera en eso, sino que todo lo contrario: prefiero aceptar lo que yo creo sin tener que verlo con mis propios ojos. ¿Quién inventó el sol y los planetas más que Dios? Sobran las pruebas de que Dios existe. Pero de ahí a sentirme atraído a un predicador histérico cada vez que hago zapping durante la medianoche es otra cosa. Eso siempre lo critiqué. Y más cuando me enteré del caso de un taxista que todos los días llevaba a una persona a un templo de la calle Lavalle para "actuar" de hombre sanado por un milagro.

Supuse que la razón para ver al padre Betancourt no era solamente para que me cure de la diabetes, insomnio y problemas para poder tener un bebé. Aunque en el fondo deseaba algo de eso. Bastante, en realidad. Pero el impacto de recibir la fe desde un hombre con muchísima fe realmente me conmocionó. Y eso se siente más cuando uno está acostumbrado a tener Internet y ver todo lo que necesita ver en la vida. 

Lo llamó por su nombre

“Acaba de ser bendecido un hombre que se llama con E y d. Puede ser Eduardo, Edgardo,...” y el padre Darío dio como 20 nombres. “Ese hombre lo está llamando Dios para que entre al Seminario, para que sea sacerdote. Reconozco que está con dudas, pero quiero que sepa que el Señor lo quiere para Él. Si me está escuchando este joven, si no quiere darse a conocer está bien. Pero quiero decirle que sepa que Dios lo está llamando para la vocación del sacerdocio...”.

Fue, digamos para llamarlo así, “el primer milagro” (o bendición) que se hizo a través del padre Betancourt el miércoles último, aquí en Mendoza.

La falta de respuesta de este joven, llamado al sacerdocio, fue evidente. Silencio total. El cura Darío iba a arrancar su jornada en esta provincia con un milagro “fallido”, diría uno.

Pasaron dos minutos eternos. Y el hombre estaba a mi espaldas. Me di vuelta y lo vi.

Y experimenté la sensación de eternidad.

¿Qué es la sensación de eternidad?

Supongamos que estamos en 1490 y de repente conocemos a Cristóbal Colón. Después quedaríamos en la historia como un hombre que compartió un momento con uno de los protagonistas de la humanidad. Lo mismo si pasara esa situación si chocáramos miradas y palabras con Napeleón, Aristósteles, el rey Salomón, Abraham, Carlomagno, Eisntein y otros célebres. Digamos que la humanidad se ha llenado de figuras a lo largo de todos los millones de años de la historia.

Pero ninguno de ellos es "eterno", como pude comprobar que lo es Jesús el miércoles y jueves último en Guaymallén. Entonces, que de repente, el más grande de todos,  llame “personalmente” a un joven que les cuento: es sanjuaninio, parece más al negrito discriminado en los boliches que al empresario exitoso o al político todopoderoso; es un tipo común y corriente, de aspecto humilde, silencioso e introvertido....¡y lo llamó Jesús por su nombre, a través de Darío! (fue así porque el padre Betancourt invocó a Jesucristo y su sangre antes de esta revelación). ¿Acaso ésto no es un titular de los diarios? Imaginen y lean: "Dios llamó por su nombre (Eduardo) a un sanjuanino en Mendoza". No es un invento. Lo vi yo y los 3.000 que presenciamos la primera jornada del cura Betancourt.

Imagino que dentro de 20 años, cuando este joven ejerza el sacerdocio, cómo recordará el momento en que el más importante de todos lo llamó por su nombre.

A Eduardo lo vi al día siguiente, ya más tranquilo. Siempre fue un misterio para mí (y creo que para todo el mundo) qué cornos es la vocación sacerdotal. Y mucho más ahora que se habla de que los curas tienen que casarse porque ya no sirve más ser solteros y consagrados. Para ser concretos, Dios no le dijo a Eduardo que se casara y que también se dedicara al sacerdocio. Directamente le pidió que fuese sacerdote. Es ridículo complejizar algo muy sencillo de interpretar. Algunas veces escuché testimonios de curas que dicen que "Dios me llamó para su servicio" y ¡qué cornos le vas a creer si fue literalmente así!. Ahora veo que me equivoqué.

Fuimos por el milagro e igual volvimos bendecidos

La principal razón por la que fuimos con Graciela a ver al padre Betancourt fue para buscar una bendición que nos permitiese tener un hijo natural. No se dio directamente. Pero los dos -quizá todos- nos sentimos "leídos" por Dios, ya que en la primera jornada hubo tres bendiciones para parejas que no podían tener hijos -a una le pronosticó embarazo para el próximo mes de enero. En la segunda noche, lo último de lo último que dijo Betancourt, fue que hay una santa (Illana, se llama) que intercede mucho para estos casos, porque se trata de una mujer embarazada que murió antes de preferir la opción del aborto por parte de su médico. Y gracias a ella, en este momento muchas mujeres en el mundo pueden quedar embarazadas -no es verso, porque después de esta experiencia, es 100% verdad eso de que "para Dios todo es posible". Y lo tengo que decir con todo el sentido crítico y objetivo que me corresponde como periodista.

No logramos esa bendición directa, aunque la sensación que me queda -esa sensación de eternidad- me hace pensar que lo nuestro va a ser mucho mejor de lo que siempre quise y pensé. Porque nos fuimos felices por afuera y por adentro. 

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