lunes, 13 de octubre de 2008

“Uno elige…


…ser feliz”, escuché ayer mientras conducía el coche en la calle Peltier de Godoy Cruz. Alguna vez lo había escuchado. Pero esta vez lo sentí como la sentencia de un proceso de historias de vida que recorrí este último fin de semana, en el que algunas de ellas fueron los argumentos del fiscal y otros, los de la defensa. Pero la sentencia expresada en estas cuatro palabras tan difíciles de llevarlas a la realidad (porque son más quienes aplauden estas palabras y después la dejan pasar, que quienes las aplauden y las viven). Doblo por Perito Moreno. Hacia el lado de la Carrodilla. Puerto Pirata, como siempre, con coches estacionados en la parada de colectivo. Un minuto después, por la Panamericana, la cana pidiendo a los conductores que prendan la luz del coche (o sea, tonteando). ¿Ahora estoy eligiendo ser feliz o no?, me salió este flash de palabras tras amargarme un cacho por esta forma tercermundista cómo controlan el tránsito.

“Hablé con Alberto para saber lo de su hijo y su nietito y me dijo que justo hoy es su cumpleaños”, me comentó Graciela, que iba en el asiento del acompañante. Alberto fue abuelo por primera vez hace 10 días, pero a las 48 horas su hijo se cortó dos dedos justo cuando reemplazaba a un compañero de trabajo en un puesto que ya no le correspondía hacer porque lo habían ascendido. Típico, al menos, aquí en Mendoza (hace tres años en Los Andes a mi me pasó lo mismo). Un impacto de alegría vs un impacto de amargura a la vez. “Alberto me dijo que por lo menos la nietita nos hace volver a la realidad”, concluyó ella. Macaya ¿qué elegir en ese momento?, me cuestioné 84 veces sabiendo que jamás iba a recibir una respuesta, como pasa cuando te preguntás mil veces algo con la cabeza cerrada para las respuestas que no querés escuchar.

“¡Hasta dónde llegó la humanidad! Estamos llamados a ser rayos cósmicos”, fueron las palabras finales de la exposición del cura Juan Carlos en la parroquia del barrio UJEMVI., mientras una chica de ese barrio, de las muy pocas que existen hoy en el mundo con ganas de cambiar la realidad con una sonrisa y no con discursos plagados de racionalidad y de resentimiento,  recibía el anillo para ser monja misionera durante toda su vida.   Juan Carlos había dicho que en Malargüe le regalaron una piedra que por fuera no dice nada pero que por dentro, si la abrís, está plagada de brillantes. “En el mundo todo se transforma porque pasaron como (no sé cuántos) millones de años para que esa piedra se convirtiera en lo que hoy es”, decía. “¿Cómo logró esa piedra transformarse en algo tan bello? Sin dudas que no fue obra del hombre sino que del autor de la naturaleza. ¿Nosotros no tendríamos que hacer lo mismo, es decir, dejarnos moldear por el autor de la naturaleza para que nos transformemos en una piedras brillantes?”, explicó mientras yo ya procesaba por dentro la respuesta a la pregunta sobre si elijo o no ser feliz, o sea.  Lo de los rayos cósmicos lo dejo para después.

“El mundo es como un avión sin tren de aterrizaje”, decía el eslogan del día de un templo bautista, en la zona del carril Sarmiento, ayer domingo. Lindo de leerlo, pero cuando manejás te cuesta más llegar a una segunda interpretación. Pero como venía entonado ahí nomás salió: la tierra es la realidad, donde están las cosas lindas y feas que tenemos que enfrentar, mientras que el aire por donde vuela ese avión es sólo esa parte de la realidad que sólo queremos enfrentar. Anselm Grün dice que una de las maneras de superar el sufrimiento es aceptar toda la realidad  intentando acercar los dos grandes extremos de la misma, es decir, lo que nos gusta y nos hace bien vs lo que rechazamos y nos hace mal. Para mí, casi imposible, pero si algunos ya lo hicieron y les fue bien entonces por qué no intentarlo. Tal cual, si uno elige ser feliz en algún momento tenés que chocar y digerir todo lo que no te hace feliz (así lo veo en los tipos que superaron los problemas).  

Leo esto último que acabo de escribir y me asusto un cacho. Reconozco que en el fondo estoy diciendo que no y que sí. ¿Qué se puede lograr? Y se me viene un espectáculo que vi el sábado a la noche, en el Café de los Angelitos, protagonizado por Ernesto Suárez y Daniel Quiroga. Uno era el encargado de hacer el casting para el espectáculo de la Fiesta de la Vendimia y el otro, un humilde postulante. El primero, un joven egocéntrico que se las creía saber todas, como algunas figuras del espectáculo. El otro, un hombre con muchísimos años de experiencia y sencillez, a la vez. Al final, los dos terminan siendo iguales luego de elegir ser feliz. Y lo bueno es que eligieron ser feliz pasando momentos muy feos, pero terminaron siendo realmente feliz y auténticos, sin depender de nada material. Jodido pero copado la cosa.





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