martes, 21 de octubre de 2008

Music!


“¿Qué tipo de música ponés en los casorios?”, pregunté medio incómodo porque sabía que ese tipo de preguntas incomodan a un disjockey. “Cumbia, cuarteto, lo que la gente escucha”, fue su respuesta escueta y de mala gana (como queriéndome decir “¿no sabías que 2+2 = 4?, o sea”. Intenté decirle, con sumo respeto y sin pecar de esa inoportuna soberbia agresora, que era mi casamiento y que siempre soñé con bailar la mejor música. Hagamos la lista: para empezar, nada de cumbias y cuartetos. Segundo: meta series de tres canciones seguidas de Rolling Stones, Rafaela Carrá, Palito Ortega, Beatles (“Vétales” es lo que corrige el Word cuando escribo “beatles”), INXS, AC/DC, Fabulosos Cadillas, Divididos, etc, etc (solamente fui indulgente con Luis Miguel y sus pedorros “cuando calienta el sol”).

“Mirá, sin cumbia y sin cuartetos la gente se va a aburrir y yo no me voy a hacer cargo de eso”, lanzó el disjockey mientras abría el paraguas de metal para escudarse de mi contraataque de sentido común musical. “Hermano, entre nosotros, vos sabés cuál es la buena música”, intenté hacerlo entrar en razón. No me dijo ni sí ni no. Fue Graciela, con su mirada comprensiva y humilde de trabajadora social y de novia ilusionada con el momento más feliz de su vida (el casorio), la que terminó de convencer al muchacho girapendrives.

El 9 de diciembre de 2006, en Posta de Chacras, Panamericana zona boliches, celebramos la fiesta del casorio. ¿Qué pasó con la música? Todo el mundo bailó y no paró de bailar. Había más trencitos que los que pasaban en Montecomán en los años ’50. Desde vejestorios de 70, pasando por cincuentones y cuarenta/picos’special hasta mis sobrinitos de 12 años sacudían sus melenas con “La vi parada allí”. Cuando metieron AC/DC la pesada varonil me elevó hasta el techo de telgopor y luego me sacaron dos veces, a modo de futuro tren bala de Cristina, del salón hasta el jardín. En fin, todo el mundo bailó. Y cuando llegamos de la Luna de Miel todo el mundo nos decía “¡qué buena la música! ¿quién es el disjockey, así se lo recomiendo a un amigo que se está por casar?.

“¡Come on everybody, come on everybody!”, gritó la voz de ese suertudo de los Fat Boys, que en algún momento de sequía musical de los ’80 se le ocurrió formar esa banda y sacar ese disco fast-music que sonaría para toda la eternidad en los casamientos mendocinos (estoy seguro de que hoy ese tipo debe andar vendiendo ballenitas en los subterráneos de Chicago). Eso pasó este sábado a la noche pasado, durante la seguidilla de rock and roll clásico que ponen en todos los casamientos y boliches. Mientras bailaba me preguntaba ¿qué tema habrá en el lado B de cada uno de esos discos, para al menos variar un cacho?

Me di cuenta de que los disjockeys saben bien por qué insisten con la mala música en las fiestas, a contraposición de lo que eran las fiestas en los ’80 en los colegios secundarios de Mendoza, donde realmente se bailaba muy buena música, desde “el tema Red de la semana” hasta la versión disco de alguna banda-lomo de burro situado en el camino de la música, como lo fue, por ejemplo, Milli Vanilli (versión real + versión trucha): el disjockey no quiere sólo música para hombres. Ante esto prefiere en primer lugar música para parejas (todo el andamiaje cumbiero y tecno, en donde 200.000 mil bandas diferentes se copian entre sí al punto que suenan como una sola) y en segundo lugar, música para mujeres (los Luis Miguel, los “vuela ¡vuela!” y no otros pseudos pops latinoamericanos). “Muy buena la salsa latina, pero ¿por qué no ponen algo de Soda?”, me dijo un tipo que ni conocía cuando, en plena pista de baile, giré para disculparme porque su pareja accidentalmente me había empujado con el poto en el bailoteo (a veces pasa que si no aclarás de entrada después piñas van y piñas vienen). En ese momento -sonaba la bilirrubina de Juan Luis Guerra- me salió el gato de Verdaguer de adentro y le dirigí la palabra a una venezolana, novia de un compañero del UNO Digital: “¿viste que somos latinoamericanos truchos?”. Ella, con una carcajada, me asintió con el gesto del “viste-viste” del Chavo del 8.

Por fin el disjockey tuvo tacto y metió a Divididos y el clásico picotero “Ji, ji, ji”. Y nos fuimos al otro extremo: quedamos sólo diez chavones en la pista de baile, a las corridas con el salto y pogo. Yo me choqué con un gordo que me tiró al piso. Estaba refelíz. Fue una catarsis. Vi muchas historias de vida en cada rostro que pogueaba (por ejemplo, estaba el porteño que se afincó en Mendoza y se sintió más porteño que nunca cuando escuchó a Luca Prodan cantando la rubia y Nesquiq, y así otro en cuya mirada se veía la historia arrabalera del barrio UJEMVI).

Es muy loco y prejuicioso. Creo que unos pocos lamentablemente jamás nos acostumbraremos a bailar la música convencional de los boliches y casamientos. Sobre todo, los que compartimos el mismo grupo sanguíneo musical de Charly, Serú y Pink Floyd. Quise decir al bailar por bailar, es decir, sin sentir nada de poesía y de ADN eléctrico y a la vez, romántico, porque reconozcamos que es verdad que el rocanrrol no es otra cosa más que un juego de seducción + una mínima historia de amor ( o sino cuántas horas de vuelo de Calamaro tenemos todos encima). Por más punki punki tecnotronic y cumbia nena que inunde este mercado con más corazones solitarios que nunca, sin esa mínima historia de amor, la ilusión de ser feliz como uno quisiera serlo (con los raros peinados de mi peluquero y no con los peinados del peluquero de mi papá) se desvanece hasta el punto de casi no creer en el amor (¡miércole, me la jugué!).

No hay comentarios: