martes, 7 de octubre de 2008

Cuando "Ah" + "Ja" = Ja ja ja


Como tenía que ser fue sorpresivo aunque, por cábala, no en el momento menos pensado (si lo pensás, algo esencial de la magia se desprende hacia arriba, como si la fuerza de la gravedad apuntara en dirección a la Vía Láctea (hace mucho que no escucho esta última palabra). Bueno, cerremos el primer paréntesis) (cortala, Mario).

Tenía 10 años. El aula de quinto grado de Nadino, en Granaderos y Joaquín V. González, a la vuelta de la casa del famoso Cleto, tenía ese “no sé qué” de esas aulas en tiempos donde no se podía faltar a la escuela (ni donde tampoco los docentes, muy identificados con Sarmiento, jamás hacían huelgas ni jamás faltaban): el postercito con ilustraciones de San Martín y Sarmiento de la revista Billiken en los pasillos internos del colegio, el olor a tortita y mate que venía de la salita de las maestras, la estampita del Sagrado Corazón de Jesús “en vos confío”, esos dibujitos simplones de niños peinados y con cabeza circular sonriendo con otros niños exactamente iguales, agarrados de la mano en una forma de cadena de papel de hasta diez metros de largo; y la banderita argentina de papel glacé. Faltaban dos años para que el postercito de las Islas Malvinas también integrara esta galería del ADN argentino en las escuelas. Se abre la puerta. Entra la señorita Mirtha (le puse ese nombre porque ya me olvidé cómo se llamaba y porque en esa época las señoritas no se llamaban “Agustina” o “Macarena”, como algunas right now).

_ ¡Alumno, quién fue ! (debería ir con signos de pregunta, pero le puse de exclamación porque la seño Mirtha se vino con toda la furia española de sus ancestros que inmigraron de algún centro de resistencia española en tiempos de Napoléon).

Dos segundos, tres segundos, cuatro segundos, cinco segundos.

_ ¡¡¡Alumno, quién fue!!!! (esta vez, sí, con bastantes signos de exclamación).

Dos segundos, tres segundos, cuatro segundos, cinco segundos. ¡Clic!

_ ¡¡¡Alumno!!! ¿de qué se ríe??? ¡¡¡Vaya a dirección!!!

_ Ja, ja, ja, ja, ja, ja (no sé por qué río, pero cuando me empezó a retar tenía sintonizado el 7 o el 9. Pero algún estúpido virus entró en mi sistema operativo visual y cambió de canal: puso la TV Pública en el horario de Peter Capussotto y sus videos, y de repente esa maestra furiosa y amenazante pasó a ser una suerte de Fabio Alberti disfrazado de Boluda Total y llamándome la atención (imaginate entonces por qué cuando te retan así se viene un ataque de risas imparable).

Nunca más supe qué me pasó en la Dirección. Seguro que el ataque de risa fue incrementándose a medida de que la cosa se fue poniendo más seria.

El domingo último por la tarde la gravedad volvió a gravitar (o sea) hacia la Vía Láctea.

“¡Ahhh!”, de un lado. “¡Ahhhh!”, del otro. “¡Aaaaahhh!”, again de un lado. 
“¡Aaaaaaaahhh!”, del otro (repeat). No sé por qué Peter Capussotto hizo clic con el control remoto de mi sistema operativo mental, que de repente, en el momento en que nuestro combustible racional volaba desesperado hacia Marte, una última resaca de la racionalidad me hizo pensar en una maldita milésima de segundo, suficiente tiempo para que el control remoto de Capussotto se activara en mi mente y empezara a darme cuenta de la situación que estaba viviendo.

“¡Aaaaaahhhhh!”, again de un lado. “¡Ahhhh ¡ja, ja, ja, ja, ja!”, del otro. ¡”Aaaaaahahahaha!”, again de un lado. “¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja!”, del otro (obvio que era yo). “Aaahhh ja ja j aja ja”, de un lado. “Ja, ja, ja, ja, ja, ja”, del otro.

La magia había dicho “basta” y mis arterias ya sentían la recarga del combustible racional, que había quedado a mitad de camino entre Marte y la Luna de Valencia.

Risas que siempre están cuando no tienen que estar y que por alguna puta razón se hacen inolvidables. Todo sea para agrandar la familia, o sea.

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