viernes, 5 de septiembre de 2008

¿Me saco el carnet o no?

En los últimos tiempos escuché varias historias de treintañeros que sacan por primera vez el carnet de conducir. Quizás todos creen que lo normal es sacártelo a los 18 apenas cumplido. No es así: muchas veces los fantasmas ocuparon las conexiones in / out de la mente y lograron postergar la decisión de ir al Registro para buscar el carnet.

A mi me pasó que cumpliendo los 18 no quise sacarme el carnet por dos razones: no quería complicarles la vida a mis viejos con arruinarle lo único valioso que había en casa y por otra parte, no hubo una mina que impulsara a mi superyo ser un superhéroe mendocino que necesitara su propio vehículo para llevar a pasear a su supermina. Pero en el fondo me di cuenta de que lo primero pesaba más que lo segundo: se trataba de un miedo escondido.

Me hizo bien vivir cuatro años en Buenos Aires para sacarme ese miedo a dominar un coche que no cerraba. Recuerdo las veces que me tocó cruzar la avenida Paseo Colón como la ranita de los flippers que va esquivando a los coches para que no te atropellen. Inclusive aún recuerdo cómo partían los coches tras la bajada de bandera de cuadros con el semáforo verde en la esquina de la Casa Rosada, por el lado de Paseo Colón, como si fuese un tramo de la pista de Fórmula Uno que los Rodríguez Saá están construyendo en Potrero de los Funes. Algunas veces tuve que cerrar los ojos, quedarme rígido como una farol de San Telmo y dejar que los coches voladores esquivaran mi cuerpo a escasos centímetros de mi.

Cuando volví a Mendoza todo me pareció más tranquilo que la avenida Mitre de San Rafael, a la altura de la cancha de Huracán de esa ciudad. En cuestión de quince días aprendí y saqué el carnet. Todo el miedo se deshizo en unos instantes y el manejar se convirtió en algo habitual como lo fue andar en la Aurorita en su momento.

Ahora veo que muchos treintañeros, hombres y mujeres, cobran un sueldo que les permite pagar una cuota de un círculo, entonces deciden meterse en esta aventura de comprar un coche abonando la hipoteca de sus almas en cuotas interminables. Muchos de ellos directamente van a una academia y también, en 15 días aprenden. Algunos reconocen que ese miedo no se les va, otros admiten que no les gusta manejar pero lo hacen obligados por las circunstancias y otros afirman ser de maderas y prefieren chocar la cabeza con la pizarra del profesor todas las veces que sean necesarias hasta que el casco de proteccióna finalmente pueda entrar sola en el marote. Ellos inalmente aprenden y manejar se convierte en una cosa más.

Sorprende que al menos aquí en Mendoza las mujeres prácticamente casi ni figuran en las noticias policiales sobre accidentes viales como responsables o conductoras del coche que causó la tragedia.  Bueno, razones hay: casi no figuran mujeres al frente de los camiones y colectivos de larga distancia, y sólo algunas en los taxis.  Quizás valga la pena hacer un intercambio de camisetas en estas funciones para ver si los resultados nos dan una esperanza de vida al volante mayor al actual.

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