jueves, 21 de agosto de 2008

Mentiras en casa

"Ayer le dije a mi esposo que la semana pasada metí la rueda del coche a la acequia". "¿Te retó?". "Sí y no, se enojó un poco por no haberle avisado en su momento". "Yo directamente le miento. Siempre le miento en estupideces que puedan ocasionar una discusión".

Ella se sintió medio estúpida por haberle confesado a su amiga que nunca le miente a su marido, aunque tenga que decirle la verdad mucho tiempo después.

"Claro, la mentirita se ha institucionalizado", se atrevió a comentarle otra amiga. "Además no pasa nada, o te creés que ellos tampoco lo hacen", agregó.

Recuerdo cuando en agosto de 2006 viví el fin de semana de novios del movimiento Encuentro Matrimonial (un taller de comunicación católico) que aprendimos que "el amor es una decisión" y esa decisión implicó entregarme del todo a ella y ella del todo a mi, como más tarde aprendí de las innumerables charlas de Guillermo y Graciela Martínez, de los Focolares.

Suena muy lindo decirlo. Pero la peor decepción es cuando lo ponés en práctica y tropezás. A veces me he preguntado si conviene compartir todo o no, o bien, ocultar cosas que sé que pueden caer mal en mi pareja. Siempre está esa idea porque se trata de pensar con estrategia, pero confieso que cuando lo he hecho terminé sintiéndome muy mal, porque descubrí que ella igual te entiende y que se sentirá mejor si no le ocultás la mentira, por más pequeñita que sea. Es verdad que a veces son cosas tan estúpidas que ni siquiera tienen sentido (como lo puede ser ver algo sensual y desnudo en Youtube) pero cuando lo hacés una vez y se te ocurre pensar cómo sería la cosa si a vos te estuvieran ocultando algo, realmente no me sentiría para nada bien, y lo entiendo así, siempre y cuando se entienda que nada de todo esto altera la decisión de amar.

Ahora, supongamos que aceptemos que las mentiras pequeñas son saludables para evitar los despelotes, ¿cómo podría transmitir autoridad moral a mis hijos cuando yo sea padre? Como aún no lo soy zafo por poquito, pero eso es ser hipócrita, porque o sos un mentiroso o no definitivamente no lo sos. No tengo hijos pero sí tengo muchos sobrinos y realmente me da vergüenza cuando sé que puedo darles un buen consejo pero no se los doy porque no tengo autoridad moral dara darlo (ésto significa ser coherente con lo que decís, algo que quien lo escucha lo entiende porque alcanza a detectar la tonalidad de tu conciencia). Podrás decir que "la sociedad está acostumbrada a la mentira", sobre todo después de escuchar a Cristina cuando en su conferencia de prensa dijo que no se arrepentía de nada de lo que había hecho. Ahora, ¿institucionalizando la mentira zafamos de los que nos dice la conciencia? Supongamos, que en definitivamente sea así (un ateo inteligente te diría que la conciencia es una construcción cultural), ¿nos sentiríamos tranquilos si la mentirita se institucionaliza?

Creo que todos estamos de acuerdo con que preferimos que nos traten como a nosotros nos gustarían que nos traten, así que no creo que la mentirita institucionalizada tenga vía libre aquí. Pero parece, por lo que veo, (y vos también lo ves, supongo) que está muy institucionalizado en Mendoza.

Creo que la solución consiste en aceptarse uno tal como es y reconocer esas debilidades, saber detectar lo negativo que resulta esto a largo plazo (muchos, muchísimos divorcios se iniciaron a partir de pequeñas mentiras) y desde allí trabajar el diálogo hasta el fin, ya que si los dos aceptaron el amor como una decisión y la entrega mutua, el diálogo se hace sabiendo que siempre habrá momentos de ganar y momentos de perder.

Éste no es un tema lindo ni tampoco me gusta dar consejos; sólo es una opinión. Pasa que tengo la impresión de que no le damos bola cuando pasa porque, al igual que nos sucede cuando manejamos sin cinturón y a velocidad alta, creemos que no nos va a pasar nada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

pERO EN QUE MUNDO VIVES? SOLO EN EL DE LOS RELIGIOSOS COMO TU, PUEDEN CREER LAS GILIPOLLOSES QUE DICES. aNDA QUE TE DEN