martes, 19 de agosto de 2008

Historias breves de niños mendigos

Arístides y Paso de los Andes, viernes 19.00. "Señor, señor,..", empujándome con su cabecita me mira con confianza y la mano extendida. "¿Vivís lejos de aquí?" No quiso responderme, pero finalmente me dijo: "En Paso de los Andes llegando a Clark". Cuando vivía en la Quinta Sección pasaba mucho por esa esquina, ya que iba muy seguido al Vea de Paso de los Andes entre Pueyrredón y Luzuriaga. Efectivamente, una vez lo vi salir de una casa con portón de chapa, que parecía una suerte de taller mecánico clandestino, algo que nunca he visto pero así lo concebí con la imaginación.

Arístides y Olascoaga. Madrugada del domingo. Ando con las manos en los bolsillos de frío. "¿Cuánto sale esta Coca Light?" (la botellita de medio litro). "Dos pesos con cincuenta", me respondieron desde el drugstore de la esquina. "Te lo devuelvo: en el Centro ésto no sale más de dos pesos" (ésto fue hace casi un año). En la vereda lo volví a ver al mismo chico: gordito, cabezón, con cara muy triste, muy resignado y acordándose de mi como si me hubiera estado esperando desde hace mucho tiempo. "Hola" y se vinocon las manos abiertas para recibir la limosna. Le di dos pesos y se puso muy contento. "¿Tu papá y tu mamá saben que estás aquí?". No me respondió pero su mostro me decía que si llegaba a abrir la boca iba a cobrar una paliza en su casa, así que le cambié de tema. "¿A qué hora te vas a dormir?". Parece que le gustó: me dijo que se queda allí dando vueltas "hasta que no queda nadie". "¿Y entonces a qué hora te levantás si te acostás muy tarde?". No me contestó. Seguramente le dio vergüenza. Sin decirme "gracias" se fue con un amigo, muy contento por esa alegría cortita que empezaba a disfrutar. "¡De nada!", le grité bien fuerte. Se dio vuelta, me miró y dándose cuenta el mensaje que le acababa de mandar, pero procediendo como si no se hubiera dado cuenta, intentó tragar una saliva de vergüenza y se esfumó en el frío. El mismo chico que cuando parecía ser el hermanito menor de su familia y no ahora, ese grandote de 12 años, pasaba una vez por semana por mi ex vivienda de Martín Zapata y Paso para pedirnos algo. Era ese muchachito que quizás aún siga viviendo en Clark y Paso. Y que seguramente todos los que frecuentan la calle Arístides ya alguna vez lo han visto.

Domingo pasado, cerca de las 13 horas. Restaurante del Arco del Desaguadero. Ibamos para San Luis. Mi mujer, como cualquier mujer que hace un viaje largo, intentó salir de Mendoza sin pasar por el baño de mujeres del restaurante del Arco de Desagüadero, pero como cualquier otra mujer mendocina que se propone tal esfuerzo, no pudo. Al bajarse del coche se le arrimó un pibe. Ella le dio dos pesos.

"¿Le limpio el vidrio del auto?". "Hola, cómo andás, mirá, lo limpié yo cuando salimos de casa (era verdad)". "¿Le cuido el auto?". "Cumpadre, hoy es domingo, a esta hora tendrías que estar almorzando en casa, no necesitás trabajar ahora". "No, siempre a esta hora estoy aquí". "¿Y dónde vivís?". "Yo vivo pasando el Arco (me lo decía con una tonada "a lo De Angeli") allí donde dice "comedor". "¿Y no dormís la siesta?". "No, yo no duermo la siesta". "Bueno, nos vamos, que la pasen bien". "¡Chau señor!" y se estaban por ir, sin apuro por irse, cuando le chiflé este mensaje: "¡De nada!". El pide se dio vuelta y me contestó: "¡gracias!".

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