sábado, 26 de julio de 2008

Casi casi

Fue así: salí de la redacción a comprar algo para comer. Fui al Carrefour de la vuelta. Entré, saqué un cartón de jugos light de naranja y me mandé para la caja...

Miracle: no había nadie en la cola.

Literalmente me tiré de cabeza hacia la caja y casi casi casi ...literalmente casi me parto el cráneo porque un hombre me hizo stop!

"Oiga, nada más le voy a preguntar a la señorita cuánto cuesta esta...(porquería)".

Esa porquería era una bolsa de comida para gatos de la marca más barata. El buen hombre parecía recién salidito del tablero de dibujante que usó Fontanarrosa: Inodoro Pereira, un gentleman al lado de este cumpadre, con todo el respeto que en ese momento no se merecía.

Empecé a contar el tiempo, previo a una puteada al aire de catársis (jamás una caja libre de colas, hermano).

Se tomó un buen tiempo para preguntar todas las preguntas repetidas que podía hacer. La cajera también se tomó su tiempo. Por fin, el consumidor de comidas para gatos se las tomó.

Puse primera. Stop! (esta vez fue la cajera). ¿Te pasó alguna vez que llegás justo a la caja y la cajera se va por un rato sin dejar rastros de para qué? (a veces me olvido de que como buenos seres humanos, de vez en cuando a ellas les tocan hacer un depósito de sus necesidades y recibir créditos de autoconsejos provenientes del espejo del baño -como todas las mujeres, o sea).

Volvió la muchacha con cara de futbolista concentrado que va a salir a la cancha. Abre la caja, chequea el cambio, mira para un lado, para otro y después de echar el humo de un cigarrillo que nunca fumó pero que estaba fumando alzó la vista y en primerísimo primer plano el tetrabrick con el juguito de naranja light.

Aprieta la barra espaciadora y el láser azul indica unos quince centavos más de lo que decía en la góndola (a veces pasa, diría Murphy, un amigo de buena ley). "Tres con cincuenta", enuncia. Saco lo único que me quedaba en el bolsillo: un billete de cinco pesos hecho pelota. Ella mira ese papel moneda maquillado de verde, luego saca de su caja dos monedas de 25 centavos y por último me dice, con voz de féretro: "te debo un peso, espéreme al costado".

Creo que estamos acostumbrados a soportar la existencia en los supermercados hasta la línea final de la caja. Fuera de la misma significa jugar el partido desde el costado de la cancha, es decir, el auténtico sentimiento de admitir que uno se siente perdido y al divino botón. Y así, a tal punto que el tipo que venía detrás de mi en la cola finalmente pagó, recibió su vuelto y su mercadería... y recién recién allí, la cajera me dio el peso que completaba el vuelto.

Dejé de contar el tiempo (apagué el cronómetro interno del cerebro acelerado). ¿Vale la pena vivirlo así?

Hace mucho, un amigo, Fernando Grosso, que enseña computación a chicos con problemas especiales, me dio una verdadera lección mientras subíamos el cerro Arco: yo iba a mil, mirando hacia la meta y preocupado del tiempo que pasaba; él, todo lo contrario, como pescando choripanes con palillos de pescar.

"Flaco, si estás en la montaña es para aprovechar el paisaje que estás mirando. No sólo se viene a subir una montaña, sino también a disfrutar de lo que ahora estás viendo".

Así me cayó la ficha: "disfrutar de la montaña" = "disfrutar de la realidad" = "apreciar cada detalle de la naturaleza y absorberlo con toda sensibilidad".

¿Será ésta la fórmula para terminar con el drama de perder tiempo haciendo la cola ya sea en el super o en otro lado?

Sería bueno probar, pero ya veo una señal buena: vos sos el que dominás tus emociones y no al revés.

No hay comentarios: