martes, 3 de junio de 2008

Perdidos en Vista Flores

Es un prejuicio conocer de arriba a alguien (¿qué tendrá que ver?).

Casi a las 15 del domingo llegamos a Tunuyán. Lo único que yo conocía de ese departamento era la avenida San Martín. Como soy sanrafaelino, esa ciudad fue siempre un lugar de paso.

Según nos explicaron, en un momento íbamos a encontrar un cartel que nos indicara "Vista Flores", el objetivo a cumplir. Tras mirar y mirar apareció en una vereda, como si ese cartel indicara el acceso a una galería céntrica (nada que ver con la señal vial). Si doblábamos hacia donde nos decía ese cartel seguramente saldrìamos en los policiales de todos los diarios mendocinos, así que supusimos que esa flecha estaba indicando la siguiente calle, a la derecha. Así lo hicimos. Doblamos y avanzamos dos cuadras, hasta topar. Allí no había señalización. Sonamos. Mi mujer bajó el vidrio del asiento de acompañante y justo le preguntó a un grupo de jóvenes que pasaba por allí. "Primero a la derecha y después a la izquierda, derechitooo hasta que se divide con el camino al Manzano Histórico. Allí tenés que hacer a la izquierda, otra vez", clarísimo (para despistarme aún más). Puse primera y me dejé guiar por el sentido común.

Un mundo nuevo para mi. No sabía que Tunuyán también tiene su "conurbano" y zona de boliche (uno solo, por eso en singular, pero es tan famoso Malake que merece llamarse ese lugar "zona de boliche"). En el planito que nos dieron en el IPV figuraba una calle llamada "Calle Pública" (supongo que así se llamará la calle donde está Canal 7 BsAs) (callate, Mario). En realidad vimos como unas siete "calles públicas" (salvo que fuera una sola y que se mostrara como laberinto). Finalmente la mirada intuitiva de mi mujer ("esas casas de allí parecen ser del IPV") nos depositó en los ocho barrios donde teníamos que entregar las boletas.

El pueblo se llama Vista Flores, pero si uno eleva la mirada lo más sorprendente son las montañas, ahora todas nevadas y bien cerquitas. Estaríamos (calculo yo) a unos 10 ó 15 kilómetros del Manzano Histórico. En cada barrio había un promedio de tres chocos por habitante: un perro me mordió de atrás cuando entregué una boleta y me dejó medio rengo durante toda la tarde (porque fuimos a la única farmacia de allí, que si bien decía "abierto", al parecer todos dormían la siesta, porque no pudimos comprar el alcohol y el pervinox).

Uno viene de Mendoza y se acostumbra a los escenarios de las noticias policiales: familias separadas y destruidas, hijos de distintos apellidos pero de una sola madre abandonados a la deriva en las dudas de la adolescencia, olor a marihuana en algunas esquinas (y ahora, lamentablemente, en la plaza Independencia); jóvenes que podrían ganarse la vida como plomeros, pintores o camioneros, limpiando los vidrios en esquinas muy transitadas, cajas de tetrabrick en las acequias, gente en las esquinas sin hacer nada todo el tiempo, asesinatos, miedo a que te roben, etc.

Aquí, al revés: a los que tenían miedo era a nosotros, que sólo llevábamos una boleta para que ellos terminen de pagar sus casas. Vi a niños jugando a lo largo de varias cuadras y no sólo en la vereda de sus casas. Familias enteras viviendo el domingo. Ninguna casa disparaba una ametralladora sónica y desafinada de cumbias villeras. El silencio imponía su personalidad en los rostros pacíficos y humanos de esa gente entera y no viciada de las cosas materiales del mundo urbano. Nadie estaba al cohete. Parecía que cada uno tenía un rol determinado allí. Se podía respirar a Dios con ese aire azul y maravillosamente fresco helado.

Al último barrio no pudimos llegar porque como directamente no existía la señalización, tuvimos que intuir demasiado para al menos lograr hacer el penúltimo barrio. Calculo que anduvimos más de media hora sobre un camino de tierra que parecía ir a ningún lado (recomiendo no andar de noche en el campo, si sos un despistado estándar). Nos paramos en una finca a preguntar y por suerte se animaron a abrirnos la puerta (creían que éramos unos asaltantes). Dos horas después llegamos a Mendoza, no sin antes recordar un coche que llevaba como acoplado una lancha, me pasó rapidísimo en una curva donde estaba la doble línea amarilla (calculo que iba a más de 120 kilómetros) (yo creo que hasta que no te morís partido en mil pedazos no sos conciente de que sos una crónica policial en estado potencial).

En el noticiero del lunes decía un productor agrario que muchos jóvenes del interior de Mendoza vienen a la capital para trabajar, al menos, de limpiavidrios. Después de lo que vi el domingo ojalá que muchos adolescentes de esa ciudad perdida (para los despistados crónicos) de Tunuyán y de muchos más acepten los consejos de algún mayor que le sepa decir si vale la pena cambiar una vida quizás pobre o limitada, pero llena de valores, por una vida más jodida en todo sentido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hello, jajja me encantó tu relato de Vista Flores. Soy de ese lugar, pero ya estoy viviendo más tiempo en Ciudad y sí, hay una gran diferencia (entre las 2 zonas); pero desafortunadamente cada vez Vista Flores va perdiendo la esencia y aparece la violencia y vandalismo, que en mi opinión es culpa de los dirigentes, que prefieren hacer oídos sordos; ya que en esa zona hay mucho trabajo, pero el municipio en vez de implementar políticas sociales, apaña la generación de villas miserias que en los últimos 3 años han crecido en más del 300%, pero la fuente de esto es el municipio. Y me da bronca, ya que con gente así en la toma de decisiones estan terminando con la tranquilidad del Pueblo.