sábado, 31 de mayo de 2008

Una muerte que orientó una vida

Gabrielita nació con 750 gramos, a los cinco meses y medio de gestación. Sus padres, ambos mendocinos, sintió alivio cuando supo que su ella pudo nacer en aquel hospital de la ciudad estadounidense de Denver (Colorado). Con el tiempo, ese bebé se transformó en la chica más querida del grupo de hijos de inmigrantes de un barrio situado en un pueblito de Illinois. En Mendoza cumplió los 15 y sus padres le regalaron una sencilla fiesta, en un saloncito de la calle (avenida) San Martín.

Dos días antes, la habían invitado a un paseo por Tupungato, junto a la hija de una ex compañera de facultad de su mamá. Era un coche grande y viajaban unas seis chicas. Como sucede con todo el mundo que visita Tupungato, volvieron encantadas. Y en el camino de regreso, mientras todas comentaban todo lo lindo que se había vivido a lo largo de ese día, el acoplado del coche que iba adelante se desprendió. El conductor, papá de una de esas chicas, intentó evitarlo, pero resultó ser una misión imposible: ese acoplado fue una gigantesca bala de acero que ingresó por el costado derecho del coche. Tras el accidente, una de las chicas estaba grave, muy grave. Gabrielita le pidió a Dios que hiciera algo, mientras intentaban llamar a la policía y al servicio de emergencia médico.

La chica murió.

Tres años después, Gabrielita terminaba la secundaria en Estados Unidos. Intentó tener el mejor promedio para estudiar en su pueblito, pero no alcanzó (allí, si querés hacer la universidad en la ciudad donde vivís, tenés que tener un promedio de 9 ó 10 en toda la secundaria).

Ayer fue la cena y fiesta de egresados de su colegio. Como es habitual en este tipo de eventos, casi todos los alumnos recibieron una distinción, ya sea por su promedio, nivel de amistad, mérito deportivo y otros. Gabrielita no tenía ningún premio en sus manos. Se terminaba la fiesta. El director de la escuela se sube al escenario y anuncia que el hospital de ese pueblito decidió becar los dos primeros años de la universidad a una alumna de ese colegio. Abrió el sobre y leyó el nombre de la beneficiada. Era Gabrielita. Sus padres se dieron un abrazo y agradecieron a Dios ese favor que les hizo a último momento -ya que la universidad en Estados Unidos, sea estatal o privada, es muy cara. Además esa beca le permitía hacer el college (los dos primeros años de la universidad) en su ciudad.

De este modo, Gabriellita cumplió su sueño de poder estudiar la carrera de medicina en su pueblito de Illinois, para así en el futuro poder salvar vidas, como la de aquella chica que quiso salvar pero que no pudo hacer nada, tras el accidente en Tupungato. Si de algo sirve una muerte es para darle el sentido definitivo de la vida.

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