miércoles, 7 de mayo de 2008

La cola en la parada del 60

Si pudiéramos hacer un Truman Show en toda la ciudad de Mendoza detectaríamos muchos errores para reparar: los coches que van por la izquierda y no respetan el paso al que va por la derecha, los que pasan en rojo creyendo que nadie los mira, los que tiran el paquete del pucho al piso de la plaza Independencia, creyendo que se trata de una zona liberada para la limpieza y así mucho más.

Pero hay cosas que se pueden calificar de buenas y malas, pero que en este caso se hace difícil porque no existe un modelo base, porque nuestras costumbres nunca llegaron a adoptar ese modelo base de cómo tendría que ser la cosa para que sea correcta. Es lo que pasa en las paradas de los colectivos. Una de estas cosas, por ejemplo, es el margen de tiempo que se deja para considerar a una persona puntual o impuntual (por ejemplo, los empleados del IPV pueden llegar hasta cinco minutos tarde porque el reloj de donde marcan la tarjeta está adrede cinco minutos atrasado).

Otro caso particular es lo que sucede en las paradas de colectivos.

Recuerdo cuando viví en Buenos Aires que cada vez que me tomaba el 152 en Cabildo y Juramento, la gente hacía una cola. Así en todas las paradas. De este modo, el que llega primero a la parada sube primero y el último que llega a la parada, sube último.

Así lo recordé una vez en la parada del 60, en 25 de mayo llegando a Colón. Hacía 40 minutos que esperaba el colectivo y cuando por fin llegó, una señora con muchos kilogramos de contrapeso y desesperación se subió primero que yo, como si después de esta parada sería el fin del mundo. Mientras esta mujer intentaba pasar todo su volumen en la puerta del colectivo, una anciana ya se me había adelantado y junto a ella, una nietita de unos 16 años. Quedé penúltimo, porque había una parejita de novios también allí. Los dejé pasar, tal cual, a esta altura ¿qué se pierde?

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