domingo, 4 de mayo de 2008

Choco abandonado en Palmares

A las 1.20 puse el coche frente al McDonalds, en la primera curva de la playa de estacionamiento. Una chiquita de más o menos 14 años se acercó. "¿Le cuido el auto?". Sus hermanitas, en la parada del colectivo de Panamericana y Palmares. "¿Y la seguridad privada?", se me pasó por la mente, enfriada por la frivolidad. Si no fuera porque mi mujer es trabajadora social muchas veces tardaría en aterrizar en la sensibilidad.

Agarramos para el lado del Vea, porque por allí "hace más calor" (sólo cuando funciona ese experimento llamado "calefacción a la interperie"). "La última vez que pasamos por acá habían tres perritos durmiendo en la puerta de la farmacia", me recordó mi mujer. Su sensibilidad se había adelantado: un choco peludo, enano y con pinta de abandonado nos estaba siguiendo. De los chocos que con una mirada podés sintetizar el resumen de la historia de su vida en tres expresiones: "gracias + por favor + no me abandones". Ella me hablaba de la zona nueva que habían inaugurado donde antes se estacionaban los coches y otras cosas más. Pero lo único que me entraba en la cabeza era amor e impotencia (imposible sentir bronca cuando un ser abandonado te pide con amor que no lo abandones). Nunca lo abandoné porque nunca fui su dueño (así pensaba antes). Algo no me cerraba en esto: en realidad no quería reconocer que el amor es un acto puro de integración (algo así, porque no es fácil explicarlo).

El choco nos siguió hasta que entramos por la parte donde antes estaba el café Cinema. Allí estaban Martín e Inés, recién llegaditos de otro país: San Luis (nos dijeron que allí ya no está tan barato como antes). "¿Cómo andan, chicos?". "Bien, (pero no en este exacto momento, aunque veo que el choco ya se hizo amigo de una pareja que estaba saliendo por otra de las nuevas entradas)". Muy lindo esa parte de Palmares: una hermosa cúpula si mirás hacia arriba (lo hice cuando les saqué una foto con su celular desde el piso, para que dijeran a sus amigos puntanos "¿viste que estuvimos recorriendo un museo en Florencia?").

Nos fuimos a Bonafide. Como decimos aquí, el café estaba hasta el poto. Como si fuera en pleno San Rafael, muchas caras que decían "¿y vos quién sos?" o "no será el hermano del primo de ese tipo que es dueño de la bodega esa que queda en...?" me miraron, como diciendo "no sé si hay lugar para vos aquí". Quizá sea yo que piense así (o no, quizá en el fondo quería decirles "¿a vos no te mueve una chica que cuidacoches y hermanitos en un centro comercial con seguridad privada + un choco abandonado y que aún cree que se va a salvar si pone toda su perra vida en manos de alguien, que seguramente como vos, se le habrá pasado por la cabeza abandonarlo allí? Pregunta muy larga = imposible llegar a esa reflexión sensible). Por suerte, mi mujer en ese momento me volvía a agarrar la mano, como en los mejores tiempos del noviazgos, y la impotencia se esfumó y la sensación de amor se afirmó.

Tenía ganas de cerrar con algo útil. Se me ocurre lo siguiente: cuando un necesitado te mira con amor se produce una conexión que te da a entender, en menos de un segundo, por qué el amor termina ganándole la batalla al odio y a los sufrimientos.

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