sábado, 17 de mayo de 2008

Fue un buen consejo

Exactamente en enero de 1988. España y Rivadavia. A media cuadra de allí estaba el cabaret del momento en Mendoza. Acababa de cumplir 18 años y junto con Rubén preguntamos cuánto costaba la entrada (llevábamos algo así como 20 pesos cada uno y todo fue directo a las manos del cajero).

En esa época, a los alumnos del Martín Zapata nos hacía sentir bien la "autocarátula" (inventada) de "seres reprimidos" por la exigencia de ese colegio. Cumplir 18 años y estrenar esa edad entrando a un lugar sólo permitido para mayores de 18 era todo un tema de conversación. Pero apenas entramos nos dimos cuenta que la ingenuidad y la inocencia aún nos protegía: creímos ir con mucho dinero y la realidad fue que seguiamos siendo unos crotos mantenidos por nuestros padres.

Allí adentro parecía una aventura adentro de un submarino rojo y oscuro, misterioso y oculto, secreto y liberado. Recuerdo que nos sentamos para ver un show. Y apareció la trabajadora de la noche: nos escrutó con mirada de madre, más que de buscadora de clientes sexuales.

"Chicos, aquí vienen los fracasados, los que no pueden levantar a una chica en la calle. ¿Si hay políticos? Aquí viene de todo. Pero ustedes tienen toda una vida por delante, éste no es un lugar para ustedes. Sean hombres y conquisten a una mujer como la ley manda", nos dijo.

Se lo agradecimos. Con cara maternal, la prostituta se despidió de nosotros y terminamos la noche con una charla existencia y filosófica, en la parada del 7 que iba al barrio Villa Hipódromo, en la plaza Independencia.

Fue la primera y única vez que fui a un cabaret. Gracias, mujer.

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