martes, 20 de mayo de 2008

Limpiavidrios

Es contradictorio: por un lado comprendés la realidad de los limpiavidrios y aplaudís cualquier acción que se haga en beneficio de ellos y por otro, cuando llega el momento de enfrentarlos te hacés para un lado.

Ayer entraba a Mendoza por la Costanera. Al llegar al semáforo que encara derecho a Vicente Zapata recontrabajé la velocidad y puse el freno a unos... 20 metros de la esquina. No venía ningún coche detrás de mi. Yo estaba en el lateral izquierdo (mano rápida). A mi derecha, una cola de coches hasta el semáforo, del cual la mayoría ya estaba siendo atendido por los limpiavidrios. Ninguno de ellos se animó a caminar los 20 metros para poner su trapo sobre el parabrisas de mi coche. Cambió el semáforo y aceleramos todos. Diez segundos de congestión porque un par de coches aún estaban siendo atendidos por los limpiavidrios y cuando finalmente los pasé e ingresé a Vicente Zapata, largué todo el aire de mis pulmunes y sentí un tremendo alivio (el clásico "¡por fin!").

¿A quién de ustedes no les pasó así?

Ahora, ¿por qué esa tremenda sensación de alivio? Intentaremos una aproximación.

Porque una cosa es que te vengan a pedir (y seguramente le des algo) y otra cosa es que prácticamente te lo impongan cuando reaccionaste tarde y tenés el trapo enchastrado con agua del zanjón en tu parabrisas. Cuando sucede esto último, en el fondo se siente la necesidad y hasta la obligación de darles una mano. Vos sabés que con 10 centavos no hacés nada, por lo que tendría que ser, al menos, unos 2 pesos como mínimo (no estoy exagerando, acaso si la situación fuera al revés, ¿a vos te gustaría recibir sólo 25 centavos?). Y sucede que muchas veces tenés un billete de 20 pesos y nada más o uno de 10 pesos y una moneda de 10 centavos. Los 10 pesos no se lo vas a dar porque es el resto que te queda para toda la tarde. Y con los 10 centavos no hacemos nada.

Yo creo que debe ser la impotencia de sentir la necesidad (obligación desde la conciencia) de dar bastante más de lo que darías y como ese escenario de contacto (entre el limpiavidrio y vos) no se dio, entonces respirás aliviado porque "al final el destino no quiso que yo me acercara a darle una mano a ese muchacho).

Y cuando te decidís a darle al menos 2 pesos en el fondo sentís la gratificación que se percibe cuando se hace una buena obra, pero a la vez un mensaje en paralelo fluye hasta los oídos diciendo "ojalá que por hoy no me pase otra vez porque me voy a quedar sin un mango".

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