sábado, 10 de mayo de 2008

El baño de mujeres

El año en que nos casamos fuimos a ver a la Virgen de San Nicolás. El auxiliar de Turismo Uspallata, un tipo graciosamente particular: ni bien terminamos de rezar el Rosario, se plantó con un chiste que hasta aún hoy lo recuerdo ("Ayer pasé por tu casa y me tiraste un colectivo...¡TAC, me pegó!) (m, m, m, m, m).

En el Arco del Desaguadero fuimos al baño. Mi mujer, al de mujeres y yo, al que corresponde, o sea. Tres minutos después me retiro de la soledad del ñoba. Unas 15 señoras hacían una molesta cola para entrar al baño de mujeres. A las 5 de la mañana desayunamos en un pueblito de campo. Lo mismo: en el baño de hombres había espacio hasta para pintar cuadros; en el de las minas, una extensa cola que las hacía consumir los 15 minutos de descanso en cada parada. Una vez en San Nicolás fuimos a un parador donde hay mesas, teteras, parrillas y baños para cientos de personas. Exactamente lo mismo: el baño de mujeres, un tormento sólo comparable con la caja rápida del Norte de la calle Colón.

Lo que nunca logré explicarme fue por qué después de soportar inhumanas colas, al salir del waterclose las mujeres lo hacen con una sonrisa. ¿Esto será así en todas partes?

No me imagino a Cristina haciendo cola junto a su cuñada Alicia y a las ministras Garré y Ocaña en la Casa Rosada, intentando entrar a un baño que históricamente estuvo al cohete hasta que el país tuvo a su jefe de Estado de sexo femenino (se entiende que ellas tienen otros tiempos, salvo que el baño de mujeres sea una excepción para todas).

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