jueves, 29 de mayo de 2008

Contadores de historias exageradas

Esta mañana saco la Citronave de la cochera del edificio. Mientras se abre el portón eléctrico meto un bocinazo para que acompañe a la alarma de la cochera, así nadie pasa. Casi siempre da resultado (algunos lo llaman "manejo defensivo"); hoy, digamos que no: pasó caminando un tipo con el celular pegado en la falda derecha de su cogote, mirando para abajo. Un bocinazo de "gracias totales". Nada. Ya estoy afuera. Miro a la izquierda, para ver si viene alguien por Mitre desde Colón. En el tumulto de asfalto selvático, no sé por qué, mis ojos capturan la imagen de otro sujeto con el celular pegado al cogote y mirando para abajo. Un prejuicio resbaló de mi mente y lo dejé caer para no perder la atención. Giro el mate para el otro lado, hacia Pedro Molina, y lo primero que veo es una chica elegantemente empilchada (parecía venir del Poder Judicial) también con el cuello doblado hacia abajo por el celular y su mirada clavada en la vereda. Otro prejuicio resbaló de mi mente. Nadie por acá y nadie por allá. Y allá vamos. Puse primera y encaré hacia Pedro Molina. Miro para la vereda con la idea de construir otro prejuicio y acerté: un pipón hablando con el celular se aprestaba a cruzar la calle. Dejé salir un halo de un nuevo prejuicio resbaladizo: bueno, ¡basta!. Llego a la esquina, freno, voy a doblar por Pedro Molina y... un hombre cruzando la calle y llamando con su telefonito. ¿Cuánto llevamos ya? (uno, dos, tres...¡cinco!). Encaro hacia Casa de Gobierno, pasamos el puentecito, nos acercamos al jardín donde harán la futura legislatura (¿lo harán?) y una mujer también hablando con el celular.

Si hago memoria, podría decir que desde que salí la cochera hasta cerca de Casa de Gobierno vi a diez personas, de las cuales seis estaban hablando por teléfono. Un caso raro, ¿no?

Ahora, lo gracioso es que seguro que cuando se lo cuente a alguien, seguro que mi historia va a quedar chica, porque siempre aparece alguien (esos tipos que parecen haberse vivido toda la vida en 20 años) con una anécdota que le va a quitar toda la gracia a la que recién conté.

Pasa, al menos eso es normal aquí entre los mendocinos.

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