sábado, 24 de mayo de 2008

Acomodos

Recuerdo que cuando me gradué en Buenos Aires todo el mundo empezó a bombardearme con preguntas tales como "¿ya conseguiste trabajo?", "¿y ahora qué vas a hacer?" y "¿ya hablaste con algún contacto", cuando en realidad lo único que quería escuchar era algo así como "tome su boleto para Hawaii, aguarde en el preembarque, no se moleste con el dinero: allí el peso vale un dólar".

Lo que concretamente me encontré fue que en Buenos Aires, la gente me miraba con cierta admiración cuando les decía que mi plan era presentar proyectos de trabajo para así ganarme un lugar en lo que realmente podía ser útil. Cuando decía eso en Mendoza, las miradas eran muy distintas: apenadas, entristecidas y con cierto rencor o envidia (como diciendo "acá no conseguís laburo si no es por acomodo, por más buen título que tengas). Lo que confirmaba eso era el hecho de que cuando conocía a alguien que estaba buscando trabajo, en realidad lo que menos me decían era "mirá, yo sé hacer esto y esto y soy bueno para esto y esto y hace falta soluciones para estoy y esto". En realidad, lo más inteligente que escuchaba de ellos era "¿no tenés algún contacto en Casa de Gobierno?".

Maslow sugería un esquema en el que claramente definía dos objetivos: trabajar por la guita y para llegar a fin de mes, puteando a tu jefe, o trabajar para autorrealizarte y ser feliz. La gente de Mendoza representaba para mí lo primero, y los porteños, lo segundo. Y reconozco que muchas veces sentí bronca cuando me enteré de un caso de acomodo laboral.

Pasó el tiempo y me di cuenta de que casi todos los "acomodados" que conocí en los lugares que trabajé en realidad son muy capaces y algunos, inclusive, talentosos. Lo que advertí fue que ellos jamás se plantearon la posibilidad de conseguir ese trabajo por sus propios méritos. Es decir, la conclusión es que por más capacitado que seas y te sientas, en el fondo de nuestra idiosincracia existe la prioridad de echar mano al recurso del "contacto".

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