miércoles, 16 de enero de 2008

Aire acondicionado vs ventilador


Siempre fui del bando del ventilador. El Bocha Moneti también. El ventilador de hojalata de mi cuarto y el Patán fueron mis primeros amigos. En casa sólo teníamos un aire acondicionado (en la pieza de mis viejos y casi nunca lo usaban). Ese ventilador de hojalata me roció aire durante toda mi infancia y adolescencia. Apuntaba hacia el espacio que separaba mi cama de la de mi hermano. Los mosquitos igual me picaban. Al final no estuvo mal: si hubiésemos tenido aire acondicionado, jamás habría escuchado los gritos de la hinchada de la Lepra desde esa ventana que daba a Paso de los Andes y Martín Zapata, ni a las interminables caravanas de bocinazos de los recién casados en Corazón de María, ni mucho menos, a ese misterioso vendedor de merluza con espinas (yo me ligaba todas las espinas), que solía pasar con una pic up blanca, con una heladera de metal atrás y un megáfono oxidado y único, que permitía emitir ese grito blusero y más oxidado, que decía: “pescadoooooooooo!”.
En el fondo siempre sentí resistencia al aire acondicionado. Inclusive en mis años de universidad en Buenos Aires, cuando pasaba las horas de insomnio matando moscas en mi habitación en la pensión de Belgrano: una noche hice diez manchitas rojas en la pared.
Ahora, ustedes saben por qué, transpiro todo el momento en mi departamento. El único ventilador que tenemos funciona casi 12 horas al día. Ayer yo y mi mujer celebramos nuestro cumpleaños (los dos, el 15 de enero) y el departamento no daba más de calor con ventilador de techo y ventiladorcito prendido abajo. Directamente, aunque todos soplen y echen bocanadas de aire, si el aire es caliente tampoco sirve mucho.
Finalmente cedí: el aire acondicionado me venció.
Quizá dentro de diez años, cuando la sensación térmica en septiembre sea de 52 grados, tengamos que salir a la calle como astronautas con tubos de aire acondicionado para respirar. Es al cohete. Mi amigo Martín, el científico de Maipú, se queja del calor y tiene cuatro aire acondicionados en su casa. Hoy hasta las cuchas de los perros reclaman aire acondicionado. El 31 a la noche, cuando cenamos con mis hermanos, mi cuñada Carolina me mostró dos fotos de Mingo, un gato Garfield (gato de miércole para mi hermano), muy panzón que lo único que hace es dormir y morfar, como si estuviera riéndose de mi porque ese gato de miércole tiene aire acondicionado yo, no. Claro, soy el único boludo retrógrado del Lejano Oeste que sigue al frente de las convicciones de Al Gore sobre el calentamiento global. Graciela siempre mantuvo una prudente distancia sobre este tema. Pero chau ventilador. Seguramente este será el último verano sin aire acondicionado.

No hay comentarios: