viernes, 4 de enero de 2008

Anocheció a las 22.12


Al final no estuvo mal el casorio de Mr. Simon. Fue en Desert, durante la noche (por suerte, la noche aún existía en ese entonces) de la jornada del relanzamiento del diario UNO Digital. No estuvo mal porque no hubo calor por goleada ni frío polar.

Como en todo casorio desde que estoy casado, tardamos una hora más para salir. Media hora por los minutos extra de mi mujer en el set de maquillaje, más dos terceros tiempos de quince minutos cada uno de sus amigas Sonia y Adriana, para el segundo retoque en el baño. De nada sirvió mis aceleradas de más en el corredor del oeste. Llegamos en el instante en que el referí hizo sonar el pitazo inicial del vals.

“Vamos a mirar las estrellas, mi amor”, dije sin que ella supiera lo que significa el privilegio de mirar las estrellas de la noche. A falta de buen rocanrrol en la pista de baile, lo mejor era pasearse por los jardines y sacar fotos con nuestra vieja cámara digital. Ahora que estoy escribiendo esto realmente siento que me hubiera gustado decirle que pasáramos toda esa noche tirados en el pasto frío y semihúmedo por el aire, aunque tuviéramos que ensuciar un poco su vestidos y mi traje.

La noche sólo proyecta un desierto de intimidad, que desaparece cuando al mínimo rastro de luz sólo se proyectan edificios, calles, oficinas, monitores, fibra óptica y smog. Por eso amo la noche: para desconectarme de lo material y digital, y para ver el mundo como era antes del séptimo día.

Como si fuera un sueño encantado, cuando empezó el set de Rafaela Carrá volvimos en nuestro caballo mágico, de cuatro ruedas, en la madrugada del sábado. Metimos a nuestro cuadrúpedo con caballos de fuerza en el establo mágico de la cochera y como si fuera un pasaje de La Cenicienta, desapareció en el mejor de los sentidos –es decir, la ficción del caballito cayó rendido ante la realidad y se fugó en mi último sueño- y en el peor de los sentidos, porque al día siguiente habían choreao mi coche.

Dolor de parto cuando caí en una realidad abismal. Esa noche fue una noche (y no un día con horario nocturno, como ahora), y además el sol no estaba perforando las capas de mi piel sensible para buscar aguas termales de mis venas, como ahora: esa noche parecía de una época pre-industrial-sin-calentamiento-global. Para el colmo, nuevamente a pata, como cuando nos juntábamos a bailar con los egresados del Martín Zapata y al rato teníamos que volver a casa porque el 90% había falluteado o estaban sin guita.

Durante una semana intenté dormir, rescatar ese sueño y despertar varias veces, con el fin de poder recuperar nuestro caballo mágico y la noche encantada. Por suerte (y gracias a la policía, no tanto a la imaginación), el caballo mágico apareció en la playa de estacionamiento de Casa de Gobierno. Pero la noche encantada, sin calor ni frío polar, aún….

Finalmente decidì abrir los ojos: a las 22.12 pudimos ver las primeras estrellas.

La noche aún existe. Algo es algo.

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