martes, 22 de febrero de 2011

Gracias a la guitarra

guitaracordes.com
Llegaba la época de los exámenes y la mayoría se la llevó a rendir. Era su primera experiencia. Venían de la primaria y durante el año prefirieron desoír la advertencia de que las cosas no iban a ser fáciles en diciembre si en cada clase seguían sin tomar apuntes ni estudiar. Y así que pasó que en la última clase del año, cuando anoté los temas del examen en el pizarrón y que el mismo iba a ser oral y escrito, les llegó el agua al cuello porque les tocaba, de un día para el otro, abandonar definitivamente el pelotero y convertirse en una suerte de estudiante universitario, a punto de rendir un examen final que pudieron haber evitado. En mi época yo lo vivía como un castigo, como una película de terror y por eso fue que en toda la secundaria sólo me llevé a rendir una materia: matemática financiera, en sexto año. Ahora la cosa la veía distinta (como tendría que haber sido siempre): un examen final no es un castigo, sino que la oportunidad de aprender bien. El objetivo es aprender. No es más que eso. Pero el entorno sigue siendo, como cuando egresé del Zapata en 1988, el del castigo.

Tres mamás de alumnos vinieron a pedirme explicaciones. Las recibí en el aula y en menos de tres minutos ya estaba todo dicho: “Nunca tomó apuntes y nunca estudió. ¿Se acuerdan cuando nosotros íbamos a la secundaria? Al menos, hasta el peor de los alumnos tomaba apuntes. Su hijo, ni eso. Si lo dejo pasar a noveno, la profesora que vendrá tendrá el doble de trabajo”. Las respuestas de ellas tenían que ver con la necesidad de confesar problemas familiares, de miedos al futuro y de la impotencia de que su hijo no reconozca el esfuerzo que hoy hacen sus padres para llegar a fin de mes. ¿Nosotros no éramos así, acaso? Puede que sí, pero intentábamos evitar meter mucho la cabeza en la realidad. Es la Edad del Pavo. Así se lo llama en la vida real.

Toco y Canto, junto a Cantarrock
fueron las revistas que me enseñaron
a tocar la guitarra.
Tomás era uno de los tantos que se rascaban todo el tiempo, aunque no se portaba mal, salvo cuando se dejaba arrastrar por un “líder negativo” (como llaman los docentes a los que llevan a los que no tienen personalidad a portarse mal). En los momentos difíciles del aula –cuando se portan mal a rajatabla- suelo percibir la temperatura de la brújula de la vida en cada uno de ellos. Es una reacción de mi imaginación –creo yo- para intentar rescatar algo humano y positivo. En el caso de Tomás, sin dudas que se notaba que uno de los lemas de la existencia, resumido en la expresión “la vida es bella”, rondaba cerca de sus entrañas, pero la música fuerte de la distracción y de los gritos del aula le impedían oírlo. Y por eso es que su último examen fue un desastre y se la llevó a diciembre. Pero ese fue, para mi, su día más lindo.

La experiencia de tocar la guitarra al cierre de un trimestral le había cambiado el rostro a un curso de alumnos de primero del Polimodal. Poniéndome en el lugar de ellos, y sí, rendir es feo. Entonces cerremos el examen con una guitarra y buena música. No sé si iba a resultar en un octavo. Pero la sorpresa fue que Tomás entró al aula con la guitarra, luego de rendir su espantosa prueba.

guitarraparatodos.com
Empezó con unos punteos básicos de tres acordes de la canción de una película que ahora no recuerdo. Todos los que aprendimos guitarra, al principio, éramos así. Te preguntaban qué sabés tocar y tenías dos opciones: Yo tengo unos ojos negros (de LA, MI y RE) o el punteo de la musiquita de Batman. Nos quedamos con el último, y a repetirlo porque sí, o porque la canción era tan corta que había que tocarla mil veces.

Se me escapó la pregunta difícil: ¿qué canción sabés tocar? Cuando tenía 13, en el Zapata, aprendí a tocar guitarra en la coprogramática del sábado. Si me preguntaban qué canción sabía tocar mi deseo hubiera sido “Del 63”, del primer disco de Fito, pero tenía tantas notas imposibles que prefería decir “Del 63, pero todavía no aprendí a tocarlo bien”. Mi respuesta de fondo era “yo quiero tocar rocanrrol, pero no conozco una canción que sea fácil de tocar porque recién estoy aprendiendo”. Un tiempo después, en la Toco & Canto, salían los acordes de “La rubia tarada” de Sumo: todo en MI mayor. Pudo haber sido mi primera canción, pero bueno, tenía la cabeza puesta en Charly y Fito, como casi todos. Volviendo a Tomás él se atrevió a intentar tocar una canción. Lo intentó, pero ese intento fallido fue mucho más que ver a un guitarrista que la descose con un tema que no le sacuden las fibras.

Le pedí la guitarra (está mal: en el aula los protagonistas son los alumnos, no el profesor) y toque dos temas míos. Se acercaron los revoltosos y revoltosas. Me miraban distinto. Parecía que recién allí tenían ganas de aprender. También parecían experimentar lo que se llama recibir amor a través de la expresión musical. Tenían ganas de quedarse allí. El peor alumno y más callado del curso se puso a filmar con el celular (sonamos). Terminé los dos temas y le devolví la guitarra a Tomás. No recuerdo qué pasó después.
taringa.net

Lo que sí pasó es que a la semana siguiente aprobó Lengua. No se la tenía que llevar a marzo. Y después de rendir volvió con la guitarra. Y después me dijo que quería formar una banda conmigo y con otro de los alumnos más revoltosos. La temperatura de la brújula de la vida se elevó al punto que sus fibras se removían al punto de querer gritar “mi primera canción será una canción mía, quiero que sea ya”.

Un regalo de la vida fue para mi. Contagiar a alguien de lo más lindo que uno ha vivido y en el momento justo para contagiarlo, porque al ver cómo muchos alumnos le gritan y hasta le pegan a sus compañeras de curso, que alguien encuentre una buena forma de expresarse, que le abra la cabeza y el corazón, es una bendición, sobre todo, porque ya comienza a encontrarle sentido a la vida. (Aclaración: Tomás no es su nombre verdadero).

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