jueves, 11 de marzo de 2010

Guitarreros

"Mi sobrina nunca escuchó una tonada. Es de Buenos Aires. Cuando yo era chico, aquí en el barrio Bancario era pura viña. Y todos andábamos en carreta. Todos nos parábamos en la esquina cuando pasaba un automóvil. Era la gran cosa. En la época de los Beatles yo también tenía el pelo largo. Pero nunca olvidé mis raíces. Antes, desde las siete de la tarde hasta la noche en casa caía un guapo con una guitarra y ahí arrancaba la tonada, con mate y luego con asado. Éramos un montón. Sí, en Carola Lorenzeti y Beltrán era por donde vivía. Hoy no encontrás un pibe que sepa tocar la guitarra. Y en la radio pasan toda música en inglés...".

Allí tuve que interrumpirle:

"Amigo, eso era hace mucho. Ahora casi todas las radios pasan música en español. ¿Música? Bué, digamos que un poco de ruido con dos notas, en casi todos los casos (¿cumbia, nena?)".

Después, cuando regresé caminando a casa entendí lo que me quiso decir: el sonido de la música extranjera no difiere mucho del sonido de la música argentina, a simple oído. Desde Technotronic y Jazzy Mel (¿así se escribía? en adelante nos globalizamos todos.

A los 12 años -cuando fue la guerra de Malvinas- lo primero que distinguía de las canciones de la radio era si el tema que pasaban tenía guitarra eléctrica, guitarra acústica o guitarra criolla. De allí a si esa canción iba a ser aburrida o no escucharlo. Después, con el tiempo, se borraron esos prejuicios.

El hombre que me contó la historia también me habló de algo que jamás escuché: de paisanos de Nueva California, San Martín, que se han perdido y han muerto en el campo por largarse a caminar sin una brújula. Admitió que un día andaba tan desesperado que caminó 80 kilómetros y allí empecé a no creerle, pero...

Eran (y aún los deben haber) hombres que desafiaban a la naturaleza que los acompañaba. Y se metían al desierto. Y se hacían machos así. Horas y horas castigados por el sol y sin agua porque creían que a ese cerrito se llegaba en dos horas y no en ocho o nueve. Algo que suele pasarnos cuando vamos a subir un cerro en Potrerillos, que creyendo que por esa lomada llegamos más rápido, a la larga terminamos haciéndole carrera a la puesta del sol para que no nos gane la oscuridad. A mí me pasó un par de veces...estando solo y sin Coca Cola para cubrirme de una hipoglucemia.

Algún día ya no escucharemos largas historias de vida y tradición, como la que me contó aquel buen hombre mientras hacíamos la gimnasia que la kinesióloga nos había dejado para recuperarnos de la espalda en un consultorio de Godoy Cruz. Esas historias sólo quedarán en los libros. Y aún pocos más en Google Books.

Tuvimos historia y eso me enorgullece. Quizá, como dijo este señor de 60 años, antes un cumpadre del Gran Mendoza vivía frente a una viña y tocaba la guitarra para compartir horas con los amigos. Y nuestras madres (o abuelas), por lo general aprendían piano (así fue el caso de mi vieja en San Rafael y de mi suegra en Montecomán).  Quizá por el guión de la vida se escribía con romanticismo.

Cuando Ricardo Mur nos recuerda al cierre del noticiero que comparte con Laura que seamos felices, el mismo Sui Generis inconsciente que todos reproducimos cada 21 de setiembre en el Parque o en algún camping nos musicaliza en la cabeza ese "hubo un tiempo que fui hermoso y fui libre de verdad", y lo primero que se me viene es la ganas de agarrar la viola y listo, lo que salga de adentro, una canción propia o una versión de algo que ya está, qué se yo.

Como dijo el flaco Spinetta, "toda la vida tiene música", gracias a Dios mucho antes de que un desafinado  pronunciara "¿cumbia nena?

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