“Ángel de la Guarda, mi dulce compañía, no me abandones ni de noche ni de día, cuida a mi mamá y a mi papá, y te pido por mi abuelo que se golpeó en el culo…”. La carcajada espontánea y explosiva de su papá salpicó la espuma de afeitar de su rostro al espejo del baño de esa vivienda de Palmira. Y todo porque antes de cenar, la mamá –por teléfono- divulgó a una amiga –a lo Crónica TV- el telebín del porrazo de su papá, el abuelo del nene, que a sus dos años y medio aprendía a ser agradecido a la vida con las plegarias nocturnas.
“A todos los presentes que vinieron a mi cumpleaños les quiero decir algo”, dijo otro nene, un año y medio más grande que el primero, en otro escenario: Luzuriaga, Maipú y con el pleno protagonismo de ser el agasajado. “A los que me regalaron ropa se los pueden llevar a su casa. A los que me regalaron juguetes y chocolates, muchas gracias”, concluyó rotundo y se fue a jugar.
El pequeño Bautista ya es un buen vocero de prensa: mientras su joven padre trabaja en un pozo de petróleo en Rivadavia, a su madre a veces se le escapa el “vejestorio cascarrabias” a su marido cuando se descarga con un par de amigas de confianza por teléfono. El niño escucha y cuando el papá vuelve de trabajar y el romance explota como cuando el profesor Jirafales sorprendía a Doña Florinda con esa cortina musical de Glen Miller trucho, el nene no duda en decirle a su padre esas dos palabras que su madre jamás se atreverá a expresarle cara a cara.
Hay quienes son especialistas en meter la pata. Vivieron metiendo la pata y crecieron metiendo la pata y seguirán así hasta sus últimos días. Yo pertenezco a ese tercer sector y admito que eso ocurre por una mezcla de ingenuidad y de pasión por la verdad. El nombre que le puse a un grupo de rock que hace un tiempo armamos con periodistas aquí en Mendoza define rotundamente este concepto: Los Culpables de la Verdad.
Pero los casos más graves son los que meten la pata por falta de prudencia.
La semana pasada, ella recibió un mensaje de texto: “Murió el papá de Juan”. Tras un breve recorrido imaginario a través del significado de todos los años vividos por esa persona que ella sinceramente apenas llegó a junar, decidió comunicárselo a todos sus amigos por mensajito de texto. “¿No sabés dónde lo están velando?” o “¿El entierro es mañana u hoy?” y otras contestaciones así empezaron a atolondrar el ring tone de su celular. “¿Qué le contesto?”, ella me preguntó. “¿Estás segura de que se murió? ¿Quién te lo dijo?”, se me ocurrió preguntarle. Sólo bastaron cuatro minutos para advertir que fue una falsa alarma. Y salió el mensajito de desmentida y empezaron a llegar otros, como “hay que tener cuidado con esas cosas” o “con mi mamá habíamos iniciado una cadena de oración” o “¿estás seguro de que no se murió?”.
Esa misma mañana, ella y sus compañeras de trabajo –entre las que estaban las mamás de los chicos de Palmira y Luzuriaga- cerraron este pack de metidas de pata propagando un falso rumor de que salían del trabajo a las 12 porque iban a desinfectar las oficinas. Minga: lo van a desinfectar el fin de semana, hoy ¡noo!, fue lo que de entrelíneas partió desde Recursos Humanos.
"En cierta medida la estupidez es más interesante que la inteligencia: la inteligencia tiene límites, la estupidez no", señala un capítulo de Inciclopedia Wiki, la web que se ríe de Wikipedia, y atribuye esa frase a Homero Simpson.
Se me ocurrió poner en Google "estupidez+encanto". Y por suerte aparecieron 890.000 resultados de búsqueda. Mucha tela humana por cortar.
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