lunes, 11 de mayo de 2009

La docente

Fue la historia más fuerte que escuché el fin de semana. La contó una docente de Lengua, a punto de jubilarse, durante un encuentro en el que participamos unas 450 personas en el hotel Ejército de los Andes (sigue siendo un flor de hotel), en Guaymallén.

Ella da clases en una escuela estatal y en un privado. Un día notó en la estatal que una alumna estaba muy desmotivada. Casi ni hacía las tareas. La maestra  le preguntó en el recreo qué le pasaba. La niña tenía miedo. No se animaba. Era difícil llegar a ella. La docente no bajó los brazos pero decidió intentar al día siguiente. La niña se veía más triste, totalmente desanimada. Simplemente se le ocurrió preguntarle si había desayunado. “Hace tres días que no como”, respondió ella.

Enterada la directora se atendió ese caso: la niña regresó del colegio alimentada. Mañana volvería a tener su comida en la escuela. Un caso especial, para tener en cuenta.

Pero al día siguiente no volvió. Y así pasaron dos días más. Ella vivía a unas 18 cuadras de la escuela. La docente fue a su casa para ver qué pasaba. En un segundo recibió todas las respuestas en un nock out: entró a una casa pequeña, desierta, pobre al extremo y abandonada. Su alumnita estaba en un rincón, temblando de frío y meciendo a un bebé que le tocó nacer allí para vivir sufriendo desde el primer día de su existencia.

La docente luego continuó su día laboral en el secundario privado, de esos privados que se dan el lujo de suspender una semana de clases para que los alumnos esquíen en Las Leñas. En cuarenta minutos cambió drásticamente de escenario, por lo que entró a esa aula prolija y calefaccionada con el rostro fotografiado de la miseria de su pequeña alumna, sola y hambrienta, con su pequeño bebé. No aclaró si sus alumnos se dieron cuenta, pero bastó con que uno solo le consultora: “¿profesora, necesita algo?”

Y contó toda esta historia, con toda su catarsis. Dejó de lado los planteos intelectuales de justicia e igualdad. Bastó con mostrar su dolor por el amor al pobre.

Contagió.

Sin pedir nada, al otro día, apenas ingresó a esa aula, sus alumnos le mostraron cajas de leche, abrigos y de un montón de cosas para esa chica pobre. Su amor por los pobres había contagiado.

Los llevó al colegio estatal y la directora fue quien estableció cómo hacerle llegar esa ayuda. Esa niña pobre y hambrienta, con su bebé, recibieron alimentos, ropa y otras cosas más. Cuando terminó la docente de contar esta historia, observé muchas lágrimas en el tremendo auditorio del tremendo hotel Ejército de los Andes. Se los merecía.
“Fuera de lo necesario para tu sustento y el de tu familia, lo demás es para los pobres”. Esto, que parece un manifiesto comunista, lo dijo en la misma época que vivía Carl Marx un cura francés que luego se hizo santo: Juan María Vianney.  

Estas historias sirven para saber que a diferencia de las malas noticias, las que son buenas ganan por partida doble, porque además de contar un hecho, también son respuestas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

De: Tinta en el ojo.
Mario
Vamos bien. Me gusto tu nota.
Es cruel y muy real. Los docentes saben mucho de chicos que se desmayan de hambre (por muchos motivos), ellos (los jovenes)no son responsables, no pueden ni saben tomar las riendas de su vida sino tiene el apoyo familiar. Esta maetra tuvo el buen tino de hacer algo pero no es lo mas comun, por lo gral hacen la vista gorda y como mucho a estos chicos les dan prioridad en los desayunos magros que algunas escuelas publicas reciben y reciben una beca miserable.

Anónimo dijo...

Está bueno movilizarse por el que sufre, pero la solución para la pobreza, ni siquiera por asomo, llegará "repartiendo pan el día de navidad". Ese no es el camino, eso es como la moneda que le das al que pide en la esquina y ya te sentís poco más que santo.