martes, 14 de abril de 2009

Camas revueltas


Nos conocimos en agosto de 2005. En Guaymallén hicimos un Fin de Semana de Novios (así se llamó el evento). Éramos unas 20 parejas. Y con diez de ellas, desde ese tiempo hasta noviembre último, nos juntamos mes por mes para analizar cómo marchaban los noviazgos: aprendimos a dialogar con el otro, a saber canalizar bien los sentimientos, a respetarnos y descubrinos, a elaborar un proyecto de vida, a reubicar las prioridades de nuestra vida según ese proyecto de pareja, a cómo convertir los conflictos en una oportunidad para querernos más, a amarnos más con el diálogo y así mucho más.

Todas parejas absolutamente distintas. Con durísimas historias de vida en al menos tres casos. Con el tiempo, cada uno de los novios se fueron casando y el sábado último, repentinamente, nos juntamos en La Aldea, Granaderos y Arístides, un local de los más antigüos y más lindos de esa concurrida zona.

¿Cuál fue el tema que se transformó en un fuerte debate? La gran duda que todos teníamos desde que nos dejamos ver: cómo era la vida de cada pareja en las camas.

Y aquí vienen las historias. Si vos encontrás algo parecido en tu vida, entonces contalo. A ver si así podemos hacer una radiografía de la pareja mendocina en la cama.

Jime y Nacho

Él es tranquilo. No se mueve mucho. Ella es eléctrica y revoltosa. Es profesora de gimnasia, Cuando pega unos de sus tantos giros corporales en la cama es precavida: primero levanta las frazadas y luego ella se mueve. Así evita quitarle toda la manta a su marido.

Si bien él se duerme, también es el que primero se levanta a la mañana. Coloca el despertador a las 6.30. Cuando suena, lo apaga y lo pone a las 7.00. A esa hora repite el mismo procedimiento: pone el despertador a las 7.20. Es el penúltimo paso: a las 7.30 ya no le costará tanto levantarse.

Ella es eléctrica, un cohete. A las 7.30 se levanta de una y ahí nomás se manda a la cocina para preparle el desayuno. Cuando él se va al trabajo, ella tiene una hora libre. Ya no puede dormir, así que se queda viendo TV.

Inés y Miguel

Ella es como Jime. En realidad, un poco más. Le gusta dar mil vueltas en la cama. Y así fue durante mucho tiempo. Él la acusó de que ella, cada noche, le saca toda la frazada y se transforma en un canelón de mantas, sábanas y cubrecamas.

Entonces ahora cada uno tiene sus propias mantas. O sea, una sábana única para una King Size estrenada hace ya más de un año, pero con frazadas y cubrecamas de tamaños "singles".

Por último, apenas se casaron, él se cayó a la tremenda cama con la almohada chata y blanda que usa desde los cinco años en su camita de Maipú. No pudo acostumbrarse a las almohadas de su nueva camota. Ella, para hacerlo enojar, varias veces le sacó esa almohada. Lo criticó mucho por eso. "Estás en otra etapa de la vida", le suele decir.

Ahora ella es la que usa esa vieja almohada para dormir. Ambos viven en San Luis y admiten que cuando vienen algunos fines de semana a Mendoza, meten esa cosa legendaria en el equipaje de Andesmar.

Nati y Esteban

Ella es un pan de Dios. Se acuesta, cierra los ojos y se duerme con los brazos doblados para arriba, en una posición en el que cualquier ser humano se asfixiaría. Ella dice que su anciana madre también dormía así. "Se hereda", dice. Y así se duerme todo.

Él es un tirabuzón en el colchón. Si da 20 vueltas cada noche se queda corto. También levanta la frazada para evitar llevarse todo el material que abriga. Pero siempre, en algún punto, le pifia y ella reacciona recién al día siguiente: si se levantó con la garganta colorada porque pasó frío, obvio, la culpa la tuvo él.

A la vez, si bien ella se duerme todo, admite que aún dormida se le prende como garrapata en todo el cuerpo de su marido. Un día ella se asustó porque vio a él que estaba transpirando. No era fiebre. La culpa no la tuvo su exceso de amor, sino que la voluntad de vago de los dos para no prender el ventilador de la pieza.

Ivana y Mariano

Ambos reconocen moverse mucho y poco en la cama, según los días. Ella es la que se levanta primero. Y como viven en un barrio muy alejado, él la lleva cada mañana a su trabajo en Casa de Gobierno.

Como ella pasa su buen tiempo en el baño con los maquillajes nuevos, viejos y otras vez nuevos, más la selección de vestidos para el día, más el ordenamiento obligatorio de las mesitas de luz de ambos dos y otras chauchas más, tras despertarse y desayunar, él logra vencer el sueño de una manera muy eficaz: acostándose de nuevo a dormir. Posiblemente pase media hora vestido y desayunado para que ella finalmente esté lista para ir al trabajo.

Hay más historias como éstas para contar, que no son tan distintas como las tuyas. Parafraseando a un famosísimo dicho mexicano podríamos decir de historias como éstas "tu cama es mi cama, pero hacete cargo".

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