lunes, 1 de diciembre de 2008

Juguetes


El fin de semana cumplió dos años mi sobrino más chico. Recuerdo que en una mesa habían muchos regalos. Es el único hijo y por ende, el más mimado. 

Durante la mañana habíamos ido a la juguetería para comprarle el regalo. En otros tiempos se decía "el regalito de cumpleaños" porque un juguete no tenía nada que ver con un electrodoméstico. Ahora, por lo que veo, en Mendoza las jugueterías ahora tienen de todo y por ende, los niños de hoy tienen de todo (y los regalitos ahora son regalones made in you pay euros).

Yo tuve muy pocos juguetes. Recuerdo a Joe El Super Temerario, un barbudo musculoso, de plástico y de buen físico, con manos de goma, y los restos esparcidos de soldaditos y muñequitos. Con ellos armaba dos equipos de fútbol de cinco jugadores cada uno. En el piso hacía un arquito semejante -pero en tamaño mucho más reducido- al que hacíamos en el Parque (allí eran un buzo = un poste, es decir, cuatro buzos de gimnasia = dos arcos). A veces un lápiz de color acostado en el piso era el palo de un arco. La pelotita, un pedacito de papel higiénico mojado. El partido consistía en no mover los jugadores y que para llegar al otro arco tenían que hacer pases, tirando la pelota hacia la posición más cerca del soldadito o muñequito hacia donde caía esa bolita de papel higiénico. Cada jugador tenía un nombre. Con eso solo podía pasarme una tarde entera jugando. El otro juguete que tenía lo armé yo solo: un pedacito de madera, con la punta cortada y un timoncito. Con los chicos del barrio hacíamos carreritas de barquitos en la acequia de la calle Martín Zapata, entre Paso de los Andes y Granaderos. Todo el grupete arrancaba en una esquina y alentaba a sus respectivos barquitos a lo largo de toda esa manzana. Lo peor que podía pasar era que un barquito quedara trabado por la basura de la acequia en algún puente de ingreso al garage de una casa.

Otra de las cosas que hacía, en tiempos en que no corría mucha agua en la acequia, justamente era hacer diques en la acequia con las ramas que venían por las mismas acequias. Cuando el agua era muy sucia no hacíamos nada, pero eso sólo pasaba cuando venía mucha agua del Parque por alguna lluvia.

Los cumpleaños no eran en peloteros, sino en los quinchos de Regatas o directamente en el jardín de la casa de algún amigo. A mi me encantaban los cumpleaños porque era la oportunidad de tomar Coca Cola o Fanta. En esos tiempos esas gaseosas venían en botellas de vidrio, de un litro, y salían muy caras como para tomarlas en casa. Por otra parte no existían los sobres de jugos de naranja. En casa el único líquido que se bebía era la super jarra de agua y en ciertas ocasiones, el agua con Cremogenado Batalla, un espantoso jugo de naranja que venía en una suerte de tarro de plasticola roja. Eso era lo único barato que había como jugo. Porque el Tang no era el Tang de 80 centavos que conocemos hoy: antes era un frasco similar al de los cafés y salían algo así como 7 u 8 pesos de hoy. Ese frasco, una vez que se abría, había que echar varias cucharadas para hacer sólo una jarra de agua, por lo que ese jugo no duraba mucho, salvo que se tomara la decisión de hacer jugo una vez al día o semana. Entonces los cumpleaños eran para morfar cosas ricas, como esas gaseosas, más papafritas y sanguchitos de migas.

En el cumpleaños de mi sobrinito vi otra cosa que se repite mucho en Mendoza: a los pibes de hoy ya no les impresiona la papa frita o los sanguches de miga. Se la pasan corriendo y no morfan nada. No se sienten felices cuando ven esas comidas ricas (como nos pasaba a nosotros). Entonces pasa lo que siempre tiene que pasar: sobran toneladas de comidas tras finalizar un cumpleaños. Eso también es otra rareza: ¿por qué las madres, en los cumpleaños de sus hijos, hacen comida para 18 orangutanes? Es algo muy de aca, se me ocurre.

Tengo un buen recuerdo de mi infancia. Y eso que fui el menor de cinco hermanos, por lo tanto casi nunca tuve ropa nueva, ya que usaba la ropa que a lo largo del tiempo le iba quedando chica a mis hermanos. No estaba mal eso. Digamos que gracias a eso me convertí en un no consumidor de ropa. Ahora que leo lo que acabo de escribir me siento raro, ya que pareciera que hoy sería imposible vivir así, con pocos juguetes y con la ropa que apenas uno necesita: ayer por la tarde, con mi mujer, repartíamos unas boletas de IPV en el barrio Los Almedros, de Junín, ubicado casi en el campo de ese departamento del Este, y en una zona tan pobre que un olor permanente de cadáver no era percibido por dos niños que -tirados en la tierra- miraban lo que hacíamos nosotros. Recuerdo este gran contraste: la pobreza y suciedad de ese barrio vs un celular con cámara digital y MP3 que tenían los chicos (por cierto, mucho más moderno y caro que el de mi).

¿Por qué muchos 30 y pico special de hoy pudimos crecer casi sin juguetes? Primero, porque sí teníamos juguetes, pero no demasiados juguetes, sino que sólo lo justo y necesario. Y segundo, porque el resto de la obra fue escrita por la imaginación. Con esto último podemos ser felices sin necesidad de depender de cosas modernas.   

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Aguante el PlayMobil!