martes, 4 de noviembre de 2008

Change


Barack Hussein Obama, presidente de EEUU. Entonces…¿cambió EEUU? No sé, ojalá. “Ojalá que cambie”, una frase que habré dicho unas 800 mil veces a lo largo de toda mi vida. ¿Hace bien cambiar? En una época era lindo, sobre todo cuando nuestros viejos escuchaban a Glen Miller o Sinatra y no entendían por qué a nosotros nos volvía loco el sonido de derrumbe de “Demoliendo hoteles”. Bien diferente. Generaciones distintas. En esa época el presidente de EEUU tenía un nombre bien  yanqui: Jimy Carter (ese apellido también lo tenía Linda, la mujer maravilla, sin dudas la culpable de haber quebrado la virginidad mental de los pibes de los setenta-ochenta).

“Yo soy Gustavo F. ¿no te acordás de mi?”, lanzó el cajero de un banco de la Arístides. “Qué se yo. Sí”, respondí con cara de tiro libre barrera. “¿No te llegó una invitación para una reunión de la camada 88 del Zapata?”, siguió él. “Ni idea”, contesté, tratando de acordarme de que hace 20 años egresé del secundario. Bastante tiempo para un día en la vida. Un día muy largo, te diría, de 24 años en vez de 24 horas, que tan rápido pasó que esos 24 años terminaron siendo 24 horas (en realidad faltan 4 años para que sean 24 horas, pero ¿qué diferencia puede haber? ¿Qué la Lepra juegue en la A? Más que esto último, otra cosa muy grande no puede cambiar aquí en Mendoza para los que no votamos a Jaque, de aquí a los próximo cuatro años).

Si me decís qué te acordás en este preciso instante del Zapata del 88 la respuesta es una clase de educación física en el que los casi 40 ñatos del curso trotábamos alrededor de una cancha de básquet . Había un alumno, llamado Daniel, que siempre iba solo y ningún cumpadre a cinco o diez metros a la redonda de él. Su tufo a sobaco olía letal. Durante mucho tiempo me tocó sentarse en el banco de atrás de él y no saben cómo sufría cada vez que su cuerpo recibía un ventilete de aire de afuera: letal, terminator a full. Sin sobrevivientes. Fue un caso feo porque un día decidimos decirle que le convenía llevarse el desodorante a la escuela. Se lo dijo Pablo, un compañero que en la actualidad es oculista. Como futuro buen médico le transmitió el mensaje con suma paciencia. Recuerdo que durante dos días pudimos respirar más o menos mejor, pero después todo volvió a ser como antes. Pobre él pero también pobre nosotros. Nunca más supe de él, pero seguramente debe haber armado una linda familia, porque después de todo era un pibe común y corriente, es decir, no tenía otra ambición más que el de trabajar y llevar el pan (y el desodorante) a su casa, no como muchos de nosotros que perseguimos metas tales como estudiar en la universidad, vivir afuera de Mendoza, trabajar en un medio grande del país y de la provincia, ganar un Martín Fierro en radio o televisión, conocer el mundo, hacer un master o diplomado, ver a los Rolling Stones, tener una buena mina, armar una banda de rock, grabar un tema propio en un estudio de grabación, cantar Popotitos con David Lebón en el mismo escenario y preguntarle a Marciano Cantero “¿qué significa eso de “una lección me dio la vida: tenés que hacer lo que tu corazón diga”?, etc, o sea.

Es verdad que los cambios son buenos, pero a esta altura de la vida bien vale darle un significado a todo ese cambio, es decir, una orientación definida. Siempre en mi vida los cambios eran cuestiones revolucionarias que había que vivirlo a puro rocanrrol. Ahora ya no es tan así. El mensaje no me vino de un libro de Sastre o Bucosky (seguramente lo escribo mal porque nunca leí al autor preferido de Marcelo, el cantante de Bela Lugosi). El mensaje cayó solo, de maduro, cuando esperaba otra cosa: ocurrió cuando conocí a mi mujer. Fue una de las noches más esperadas de mi vida. Si me pongo a contar cuántas horas a lo largo de mi existencia le dediqué a pensar ese momento, el total suma más en horas-rollo-mental que la sumatoria total de los goles que hizo Batistuta en toda su carrera futbolística. Ese momento –cuando lo soñaba- significaba el punto máximo de mi personalidad, de todo lo que construí solo; en fin, todo eso. Concretamente, el mensaje que me llegó no fue el que te dejan las comedias románticas (el del un tipo que se sube a un cohete que emprende un viaje sin vuelta a la Luna de Valencia). Ese mensaje, ese verdadero CHANGE que recibí fue el de la sensación de paz y tranquilidad. ¡Sonamos, nos estamos volviendo como mis viejos! ¿De ahora en adelante empezaré a escuchar a Sinatra y a Glen Millar? ¡Nooooo!

No, pero sí. Algo de eso hay. Creo yo, de todos los cambios, el sentir paz y tranquilidad fue el más auténtico (y a la vez, el más inesperado) de todos. Y como los cambios acumulados son muchos y seguirán siendo muchos, para que todo ésto no se desparrame, a diferencia de lo que fue la adolescencia y otras épocas de la vida, la paz y la tranquilidad ahora son los que conducen este barco. Y ese “ojalá que cambie” se transforma en un “ojalá que entienda la vida”, porque para eso cambiaste antes.

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