martes, 23 de septiembre de 2008

Médicos residentes

En estos tiempos relativistas, en el que los valores dejaron de ser un patrón de medida para todos, para acomodarse a las ideas (o ideologías) que mejor encajan en los gustos de uno y peor encajan en el bien de los demás, quisiera rescatar historias vividas con seres que gran parte de ellos aún mantienen los valores positivos para todos: los médicos que hacen sus prácticas en hospitales y empiezan su vida laboral en los servicios de emergencia.

Asistía en San Pablo a un evento de la empresa informática Oracle. Durante una videoconferencia, en un auditorio repleto, empecé a ver nublado y a la vez, mi cuerpo hacía algunos movimientos no coordinados. Le pedí a Franco, editor de la versión digital de La Voz del Interior, que se fijara si había algún servicio médico. Dos minutos después cayeron con una silla de ruedas, me llevaron y me metieron en una ambulancia. Como aún mi cabeza funcionaba un poco pude explicarle (en español, por supuesto) que seguramente era una hipoglucemia y que la culpa la tenía yo, por no haberme medido el azúcar durante la mañana. La médica brasilera, una joven de piel morena, no sé cómo me entendió bien y me puso la inyección de glucosa con mucha profesionalidad (mis venas no ayudan mucho para estas cosas). Aún así me llevaron a un hospital y me atendieron con un trato excelente. Finalmente las cosas no fueron “como yo quería” (los diabéticos siempre queremos imponer nuestra voluntad porque sabemos que con un vaso de Coca Cola se arregla). Luego ellos mismos me llevaron nuevamente al hotel donde se hacía la conferencia. Cuando digo “ellos” también, al igual que acá, son médicos que se están iniciando. 

En Buenos Aires una vez caí al Pirovano. También por una hipoglucemia fuerte en la vía pública. Rescato la rapidez, decisión y profesionalidad por parte de los jóvenes médicos. También la compresión y la prudencia (porque podrían decirte “pibe si seguís así nunca serás abuelo” o “por culpa tuya tengo que laburar dos horas más”). En ese hospital público me atendieron de diez (y también me contuvieron bien porque permanentemente quise rajarme). Luego, otra experiencia similar en el Hospital Militar de la calle Luis María Campos. 

En Mendoza, también por las hipoglucemias, de todo. Desde un desmayo en las vías de la calle Belgrano, a la altura de Montevideo, hasta una caída en la acequia en la calle San Lorenzo, llegando a España, durante un mediodía en que llegaba de “trabajar gratis” vendiendo tiempo compartido en Maipú.

En todos los casos me atendieron médicos residentes. Mis primeros recuerdos son intentos, en estado de inconciencia, de evitar que me metan la inyección de glucosa. Mis recuerdos finales, cuando ese médico junto al enfermero del ECI me decían, ambos con una gran sonrisa, “flaco, vos no querías saber nada con nosotros”. De ellos escuché muchos consejos, evacué (como se dice en términos periodísticos) dudas básicas y recibí consejos de vida, que me ayudaron a planificar inclusive cosas del futuro, como el hecho de ponerle límites al trabajo cuando la salud te lo pide.

¿Por qué tantas hipoglucemias? Es que hace unos años si en Mendoza no tenías obra social o prepaga estabas frito. En aquellos tiempos, por ser diabético, no me aceptaron en ningún lugar (te diría que las prepagas siguen con esa medida) y para que tengas una idea, en la actualidad la insulina que ahora recibo gratuitamente sale cerca de 900 pesos al mes. Imaginate cómo sería vivir sin obra social. Las hipoglucemias se evitan con la medición constante del nivel de azúcar en la sangre. Para eso hay que destinar unos 200 pesos más en tiras radiactivas. Para eso no tenía guita y bueno, ahí vienen las consecuencias. Por suerte después empecé a recibir provisión de un centro de salud y luego, de un hospital público, cuando la Provincia se puso firme en ésto. Mientras no era que andaba rascándome: trabajaba en empresas privadas (prensa y radios FM, sobre todo) pero sin un contrato que incluyera obra social (para eso tenían que efectivizarte).

Volviendo a lo nuestro, tampoco quiero dejar de lado a un médico psiquiatra residente, a quien conocí hace diez días, cuando chocamos con nuestro vehículo. En ese momento, en vez de bajarnos calientes del coche para discutir (y aplicar los “valores” que mejor tiraban para cada uno) decidimos arreglar 50% y 50%: él cumplió en el acto. Y sabemos que un médico residente gana dos mangos y llegan a laburar hasta tres días de corrido. Son tipos que realmente muerden el polvo pero ¿por qué mantienen los valores? Sin dudas porque todo el esfuerzo, sacrificio y entrega que hacen a cambio de nada no se sustenta en el odio y el resentimiento, sino en una fuerte y natural vocación de servicio.

Sin dudas que quienes cambian los valores son las personas que sustentan en el resentimiento los reclamos justos o causas justas de vida. Agradezco a los médicos residentes porque son los que aún nos hacen creer que “romperse el lomo” por su propia familia, por la sociedad y por el país –y sobre todo, ponerle amor en lo que hacen- realmente sirve para algo.  

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