lunes, 1 de septiembre de 2008

Mondongo Reggae's Club

"Hola, ¿vos sos Mario? Mirá te llamo porque me dijeron que vos cubrís recitales de rock para el suplemento "Yo con vos". Una voz gruesa comprometida la que estaba del otro lado del tubo. "Tocamos este sábado a la medianoche en un pub de Palermo, en la calle Marcelo T. de Alvear". Quedé en ir. En aquellos días cursaba tercer año de la facultad y acababa de armar una banda de rock con mis compañeros. Todo lo que tuviera que ver con aquello me movía mucho.

Ese sábado de 1993 llegué tarde al pequeño pub de la calle Marcelo T. de Alvear. Recuerdo que casi no pude distinguir la voz de Marcelo Zoloa respecto del resto de la banda y eso lo escribí en la crónica que hice para ese suplemento joven de Los Andes que dirigía Pedro Straniero. Ellos hacían de teloneros de otra banda mendocina, "La Rosa" se llamaba, que al parecer tenían un poco de trayectoria en Buenos Aires. Lo único que recuerdo de esa primera vez que vi a Bela Lugosi fue la canción "Mondongo Reggae". Por más fuerte que sonara su viola, esa sencilla canción marcaba una distancia respecto de las otras en ese cassette blanco llamado "Caballo Florido" (aunque tras escuchar ese cassette blanco que me regaló Marcelo aquella noche, el tema mejor armado era justamente Caballo Florido). Al escribir la nota de ese toque de los Bela quise ponerme yo en lugar de ellos y no dármela de juez crítico. Me di cuenta de que existía una poesía conjugada con melodías muy sencillas y sustentadas por un rock potente y bien tocado: eso fue lo que rescaté en esa nota y lo que más descubrí con el tiempo de ese trío constituido además de Marcelo, por el Manolo Pereiro y el Tucán (después formó en Mendoza una banda particular, llamado Payaso Atómico).

Desde esa noche y durante más de un año y medio se inició un ida y vuelta con los Bela en Buenos Aires, a partir de un acuerdo implícito: ellos nos bancaban con los amplificadores de viola y bajo, más la batería durante los toques y nosotros, "La Tripa" se llamaba nuestra banda, trayendo nuestro público que eran los alumnos de Comunicación Social de la Universidad Austral.

Hicimos algunos toques juntos. Los más copados que recuerdos fueron tres: el de la rotisería de unos bolivianos copados en el barrio de Congreso, el toque en un boliche en San Telmo y gran concierto en el playón municipal de La Plata (organizado por la municipalidad de la capital bonaerense).

En los dos primeros arrancamos nosotros (para que el público se fuera instalando) y seguían ellos, que eran sinceramente los que mejor tocaban. El de la rotisería, que a la noche funcionaba como pequeño antro suburbano, recuerdo que en la entrada de ese local había una pizarra con unas letras gigantes que decía "Vendo pollo" y un tipo que estuvo apolillando sentado en una silla desde el inicio de la prueba de sonido hasta el final de los toques. Apenas entraban unas treinta personas. Recuerdo que después de nuestro toque no pude ver los Bela porque nos fuimos al casamiento de una compañera de la facultad en Olivos. Esa noche no terminó muy bien: a la salida de ese casorio, a una cuadra de la Quinta Presidencial, nos agarró una patota. ¿Sabés por qué zafamos? Porque cuando ya se estaba por armar la piñadera, uno de los muchachos, Francisco Olivera (actual sub editor de Economía del diario La Nación) le dijo al jefe patotero: "Maestro". El chavón se sintió halagado y se retiró contento, como si no hubiera pasado nada.

El toque en San Telmo fue inolvidable: esa noche, Marcelo le sacó 100 metros de ventaja a Jim Morrison. Su viola pareció ser un atleta de gimnasia artística de Pekín 2008. Además, Mondongo Reggae duró casi siete minutos: fue un ritual porque el público que apenas conocía esa canción seguía repitiendo el estribillo como si fuese Hey Jude. Realmente allí me di cuenta de que los Bela merecían ocupar las primeras planas, porque dejaban todo en la cancha. Quizá el tema era que no todos entendían a esa banda. Tenían que lograr llegar a su público. Era una cuestión de tiempo.

El de La Plata fue una aventura que empezó bien temprano por la mañana, cuando nos tomamos una combi con los instrumentos. El Manolo, así de tranquilo como es, hacía algunas cosas tan despreocupadas que a cualquier tipo lo descolocaba. Cuando llegamos al playón vimos afiches por todos lados, en el que figuraban los nombres de nuestras bandas. El escenario era tan grande que creo que nunca nos dimos cuenta de aprovecharlos bien. Cuando se iniciaron los toques, a nosotros nos tocó ser la última banda; a los Bela, penúltimos. ¿Y qué pasó? En vez de tocar unos 15 minutos, los Bela estuvieron 45 minutos arriba del escenario (recuerdo que volvieron a hacer lo mismo cuando fueron teloneros de Las Pelotas en Olimpo, aquí en Mendoza). Los organizadores del concierto me decían a mi que los frenara y los sacara del escenario, pero preferí dejar que los muchachos tocaran, porque dentro de todo era la única banda de aquella noche que realmente estaban haciendo rock and roll como la gente. El resto éramos una suerte de aficcionados (recuerdo que esa noche tocó un grupo de mujeres llamadas "Enfermas de Estar"). Finalmente La Tripa se subió al escenario pero sólo pudimos tocar cuatro canciones: los organizadores del concierto se la agarraron con nosotros. Pero no estuvo mal: una revista rockera de La Plata nos hizo una entrevista y el dueño de un boliche de Trenque Lauquen le ofreció a los Bela tocar en esa ciudad rural.

Después los Bela volvieron a Mendoza y empezaron a editar sus discos. Nos seguimos viendo con Marcelo, ya que cuando me radiqué otra vez aquí armé mi propia bandita, La Cachorra, y los Bela fueron una suerte de DT esporádicos. En el debut, hecho en la casa de nuestro bajista, Carlos Alcalde, actualmente uno de los capos de Retina Multimedia, el Tucán nos hizo sonido y en otra ocasión fue el mismo Marcelo quien manejó la consola. Pero duramos poco. Una vez nos hicieron el favor de que podamos ser teloneros de ellos en un toque en Bananarama, calle San Martín. Su público nos recibió bien. En esa ocasión tocó Felipe Staiti con ellos porque era el flamante productor de su segundo disco (el que siguió a ¿Qué hago aquí?). La última vez que compartimos algo de música fue en 2003, en un acústico que hicimos en Juguete Rabioso, por el cierre del ciclo del programa Criado en las Calles, de la radio UTN. También estuvo allí el Canario Vilarino, de Chancho Va.

En fin, mi gran deseo fue que los Bela pudieran vivir de la música por cómo la lucharon. Los discos que fueron haciendo cada vez resultaron mejores y para lo que es el rock mendocino han marcado un camino: el del trabajo, los huevos, la perserverancia y constancia. Y esperanza también porque ellos son un buen ejemplo para el pibe que realmente está decidido a vivir de la música, en un entorno donde la industria cultural no aporta nada y sólo se puede apostar al efecto pródigo de Youtube.

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