miércoles, 27 de agosto de 2008

"No tengo para zapatillas" (pero uso una Nike)

No seamos hipócritas: gran parte del problema de la inseguridad tiene como punto de partida la renuncia indeclinable de muchos padres a su función como padres, fortalecido con la muerte definitiva de la responsabilidad con el hijo y el olvido, también definitivo, a ponerle límites a los hijos, al punto de no saber o mejor dicho, no entender el asunto de poner límites.

Esto pasó la semana pasada en un rancho de Colonia Segovia.

Una docente de una escuela pública de la calle Mathus Hoyos de Guaymallén fue a hacer una visita a la casa de los padres de una alumna, al parecer, con problemas de aprendizaje y muchas cosas más que ella fue detectando.

"Mire, mi hija no tiene zapatillas para ir a la escuela", fue una de las primeras respuestas del padre de la adolescente, que miraba escondida y con miedo desde su habitación. "¿Usted dice que mi hija tiene depresión? Ella se ha acostumbrado a estar encerrada en su cuarto y a no ver a nadie nunca. No creo que eso sea algo grave". "Usted sabe que somos pobres. A veces no tenemos para comer".

Al retirarse de esa casa, la docente después me contó que ese hombre -el padre de la chica- tenía puestas unas zapatillas Nike de las más caras (de esas que vos sabés que jamás podremos comprarla), un televisor de por lo menos 29 pulgadas y... una antena de Direct TV que sobresalía de las chapas del techo.

La misma docente sintió impotencia al ver que los padres inventan excusas fantásticas y que en realidad se desconciertan cuando uno les plantea que le tienen que poner límites a sus hijos. Y para peor, algunos ven como normal las conductas tristes y confusas causadas por la revuelta hormonal de la adolescencia y sinceramente jamás van a saber si sus hijos se meterán en la droga, porque directamente prefieren no meterse en las vidas de ellos.

"Yo le decía a la nena que fuera a la escuela porque sin la secundaria terminada hoy es muy difícil meterse en la vida laboral", explicó la docente.

Un caso me alarmó: una chica no mayor de 16 años que está faltando a la escuela porque está bajo tratamiento psiquiátrico. La chica se duerme siempre en la escuela y decidió no ir (¿el médico no podría cambiarle la medicación?). Pero lo peor fue un dato que ella largó: ya no hay turnos para el área de psiquiatría para el sector infanto juvenil del hospital de El Sauce hasta por lo menos fines de octubre. Una cosa es un adulto que necesita hacerse un tratamiento y otra cosa es un adolescente hipermedicado, con la droga y el alcohol a pocos centímetros de él porque sus padres decidieron "respetarlo demasiado".

Creo que la generosidad es incompleta cuando uno no se deja ayudar. Esto lo digo porque nos gusta reclamar políticas de fondo y cuando se empieza a hacer algo, algunas de las víctimas mismas -que reclamaban inclusión social- son las que primero cierran la puerta. Entiéndase que no me refiero a todos los que reclaman inclusión social, pero reconozcamos esta anécdota para entender que los argentinos -muchos argentinos- queremos ser así de mediocres y decadentes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Mario, anoche descubri por casualidad tu blog y lo lei casi completo por que me vencio el sueño, pero no por lo aburrido, es que comence a leerlo a eso de las 2 de la madrugada, esta buenisimo, me encanto tu modo de escribir, ademas, soy chilena y como conozco Mendoza no me costo entender tantos modismos y me fue facil ubicarme en la mayoria de los lugares que mencionas, ojala puedas tenr un choco que te acompañe. Saludos, Letty