jueves, 24 de julio de 2008

El choco oficinista

Primero ver al animal; segundo, elevar la vista hacia los ojos de otra persona que también vio a ese animal y tercero, ver cómo esa persona sonríe junto a vos de lo que acaba de ver. Todo ésto es lo que lo hace mendocino.

Del resto se puede decir que no es muy mendocino que digamos, pero vale la pena reconstruirlo.

Ayer a las 8.00, en carril Godoy Cruz al ochocientos mil setecientos sesenta y pico, más exactamente donde te sacás el carnet de conducir. Por esos vuelteríos de los trámites, mi mujer tuvo que ir por segundo día consecutivo solamente para que le pusieran un sellito en un papel y luego convertir ese papelito en un carnet de conducir, más una fotito que se sacó con cara de sueño, una buena táctica que apunta a asustar al policía que alguna vez le pida ese carnet.

Como buen marido, me limité a respirar con mis ojos el aire de una oficina pública: genterío, desorden, paredes blancas y aburridas como los hospitales, escritorios que se vacían a medida que se suma más gente a las colas, del modo que cuando esa cola ya sea perfectamente larga e interminable, ese escritorio destinado a atender la cola esté brille de ausencia de empleados y de fantasmas de empleados.

Dentro de este escenario es que de repente entró un choco (dícese así a perros callejeros nacidos en nuestra provincia) y con cara de choco estresado por el trabajo se dirigió al box en donde estaba el escritorio más solicitado por las colas. No sé si era porque yo estaba en la Isla de la Fantasía tirando dardos con el enano Tatú, pero lo que vi fue un choco con cara de oficinista resignado, llevando una pila de carpetas bajo sus brazos (patitas). Es increíble, pero estoy seguro de que lo que nos reímos aquellos que vimos ese animal no era el hecho de que en un área de trabajo saturada de empleados y gente apareciera un animal caminando como si fuera un empleado trabajando, sino más bien nos reíamos de ese rostro que tenía el choco (como diciendo, che, "yo aquí también asumo responsabilidades").

Ese choquito negro (vestido de oficinista porque las mujeres policías que atienden allí también se visten de negro), entró y salió varias veces de ese box, pero no como queriendo dejar pasar la mañana sin hacer nada, sino más bien como si fuera un cadete que está cumpliendo un encargo.

Quizá ese animal está acostumbrado a moverse en público y por eso pone cara de estar trabajando.

Al fin y al cabo no está mal ser alguien que aporte una sonrisa en una oficina acostumbrada a hacer perder el tiempo a la gente.

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