lunes, 15 de febrero de 2010

La ciudad donde todos son porteños

Pedro Luro es avenida Santa Fe y Colón es avenida Corrientes, más sobre todo en la cuadra que concluye en la plaza con el viejo casino provincial, que se asimila bastante a la plaza porteña que acompaña al teatro Colón. Sí, nombres de calles parecidas y bien porteñas, como Alsina (¿cuántas calles con el nombre de ese ex gobernador de Buenos Aires hay en Mendoza?). Y bueno, nosotros tenemos calles exclusivas, como Granaderos, Vicente Gil, Pedro Molina y Martínez de Rosas (allá prevalece Martínez de Hoz, para muchos escleróticos de la ideología, seguramente una calle “oligarca”).

En el medio del hormiguero humano y nocturno, un pelado de unos 52 años se para y grita a lo canillita: “¡Che, sho soy de Buenos Aires, si hay alguno de Mar del Plata que me diga dónde queda la calle Belgrano!”. El sólo hecho de hacerlo de por sí llama la atención y la mitad que va a “socorrerlo” no tiene ni la menor idea de la respuesta, pero el estar al cuete convierte cualquier historia mínima en un mini espectáculo callejero.

“Los verdaderos artistas somos nosotros, los que hacemos teatro en la calle…”, empieza uno a vociferar este eslogan que seguramente repetirá todos los santos días del año y que servirá de introducción para los capítulos de los discursos con insultos secos, breves y bravos, que caracterizan a gran parte de los humoristas callejeros en la peatonal San Martín (parecida a la Lavalle de Buenos Aires).

Landriscina recordaba que una cosa son los chistes, contados por personas de las ciudades, donde los individuos no tienen nombre y ni se dice adónde van, y otra cosa son los “cuentos” (los que él hace), en el que fulano lleva un nombre y se dice de dónde es, por qué está en el escenario del chiste y sabe hacia adónde va. De allí que lo que cuenta el chaqueño es más largo y pausado que lo que lanzan los que comúnmente cuentan los chistes. Al menos así lo entendí mientras regresábamos en un colectivo –sin aire acondicionado- del bosque energético de Miramar.

Mar del Plata, al fin y al cabo, es eso: un escenario urbano porteño habitado por el individuo de discurso breve y anónimo, y el provinciano que te mira a los ojos y trata de llamarte por tu nombre.  Y además, con otro particular: al verano se lo acepta como tal, del modo que no es común encontrar ventiladores y aires acondicionados en los establecimientos y adentro de los colectivos de paseo. De eso me di cuenta, sobre todo, cuando volví a Mendoza y fui al edificio de la Bolsa de Comercio en calle 9 de Julio: allí adentro es siempre invierno y entre golpes de calor y de frío, la garganta termina silenciando su grito de auxilio por la afonía. ¿Si hace mal pasarla sin ventilador ni aire acondicionado? No. Es una cuestión psicológica. Mar del Plata es también la Felíz y eso se nota en el espíritu urbano –sobre todo, en el famoso “tren de la alegría”, que parte de la zona de la Rambla, donde mi mujer aún se ríe cuando le hago recordar a ese individuo de contextura esquelética y con calzas, disfrazado de un Spiderman rosa, más de peluquería que de historias de superhéroes. Todo es alegría. Como decía Alakrán, viva la joda. Y el verano es verano y al diablo con los aires acondicionados.

En la Perla nos hicimos amigos de una pareja que, tras escuchar cómo lograron tener su primer hijo luego de intentarlo durante siete años, nos dimos cuenta de que no eran porteños sino que cordobeses: es que no hablaban como el loro “cordobés” de la publicidad de Movistar. En la cola del cajero Banelco –es verdad, son pocos- sabía que quien estaba detrás de mi era una pareja salteña, por su tonada, apenas perceptible. Las ocho personas restantes no decían ni mu, es decir, provincianos no más. El porteño se hizo anunciar 15 metros antes de llegar a la cola con su verborrágica de taxista que lo sabe todo (del estilo el Bombero Jubilado en diariouno.com.ar: cualquier verdura y en voz alta vale). Definitivamente no existe el porteño humilde y de perfil bajo.

Pero hablando de lógica de taxista, la sorpresa de los dos viajes en taxi que hice allí fue que uno conocía San Rafael…porque era entrenador de un equipo importante de fútbol de Mar del Plata (no alcanza con un solo laburo). Y otro, porque era oriundo de Rama Caída. El taxista-entrenador me dijo algo que no sabía: un DT no sólo sabe de fútbol, sino que también le enseñan psicología –para entender lo que pasa en la cabeza del jugador-, biología y lengua, entre otros. Y me contó una anécdota del burrito Ortega cuando entrenó con Independiente Rivadavia hace un año en el club donde trabaja en Mar del Plata. Y remató diciendo que el problema de Maradona es que piensa como futbolista, más que como DT.

“¿Usted es mendocino? ¡Lo felicito por Cobos! ¡Qué personalidad tiene ese hombre!”, disparó una señora en la cola del supermercado Toledo de la céntrica calle La Rioja. Y el resto de la gente nos empezó a mirar, como esperando meter algún bocado “sí-positivo” también del vicepresidente.  Le tuve que decir que Cobos no solucionó la inseguridad en Mendoza, por eso perdió las elecciones en 2007 (aunque le aclaré que peor fue el que vino después). “No importa, ese problema ya no lo soluciona nadie”, me respondió. Es evidente que fuera de Mendoza, la gente quiere a Cobos porque es el único que se le plantó a los K. Y si de algo están harto los porteños que vi en Mar del Plata es de los K. Clarín gana todos los días la pulseada: en los kioscos ese diario se vende como agua y TN es el canal de noticias más visto en los comedores de los hoteles y restaurantes. Para el colmo, la única vez que entré a una librería, en la caja un hombre pagaba con una enorme sonrisa en la boca los 70 pesos por “El dueño” de Luis Majul.

Pero el premio mayor de Mar del Plata, respecto de Mendoza, por supuesto, está en los precios: 6 pesos la hamburguesa en la playa, 25 pesos una parrillada; outlets a rolete con remeras y jeans de marca desde 25 pesos y un capucchino adentro de un glamouroso yate Anamora (imagen, a la derecha) que recorre el puerto, a 8 pesos. Andá a cualquier café de la Peatonal y pedite lo mismo. Cualquier cosa te cobran acá. La pregunta: ¿por qué Mendoza es más cara, entonces? Y se me ocurrió la siguiente respuesta:

En el colectivo, de regreso a Mendoza, el volumen de las películas en DVD te reventaban el cerebro. Bloopers de mujeres gritando desaforadamente en la montaña rusa mientras que por la ventana veía a las tranquilas vacas en los campos verdes de Tandil. Uno ve campo para respirar campo, se entiende. Hasta cuatro veces le pedí al auxiliar del micro que bajara el volumen del DVD. Era raro, porque todo el mundo estaba molesto con ese aparato, pero a la vez si no fuera por mi, llegábamos sordos a Mendoza. Creo que allí se explica todo: en Mendoza te cobran lo que quieren porque muchos se quedan con la boca callada. En este sentido, un poco de histeria porteña nos vendría bien para aprender a ser más justo entre nosotros mismos.

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