miércoles, 26 de agosto de 2009

Remiseros

“¿Publicaron ustedes lo del corte de ruta en El Algarrobal? A mi me agarró el domingo. Volvía de Potrerillos y era un despelote porque habían cortado el Acceso Sur por lo del pibe que se había caído en un canal. ¡No puede ser que unos 30 ñatos te arruinen el día! ¡¡¡Yo estoy con ellos pero que se dejen de hacer piquetes!!! ¡¡¡¡¡Tuve que dar media vuelta, ir por la banquina y subir por la misma curva por donde bajé, para volver por la destilería de YPF en Luján y…!!!!! (a esta altura me vi obligado a cerrar la expresión con cinco signos de exclamación porque hacía rato que el vehículo había superado los 80 kilómetros por hora en la Costanera).

Llegamos al cruce con Zapata y tras una falta doble en los dos semáforos en rojo, el Corsa dos gris saltó a esa avenida como el General Lee de los Dukes de Hazzard. La sensación de velocidad de montaña rusa en la boca de mi estómago impidió el célebre “huijaaaa!” de Daisy, Bo y Luke.

Llegando a la Shell de calle España delante de nosotros iba uno a casi 60 kilómetros por hora, la velocidad máxima permitida en avenidas (40 km/h es el máximo legal para las calles) y el muchacho al volante lanzó bocinazos al aire como jugador de golf tras tirar una bola del hoyo 1 al hoyo 89. Como el de adelante venía "pasmado" (así le decimos a las computadoras cuando se ponen lentas en la Redacción), al cumpa no se le ocurrió otra mejor que acelerar por el flanco izquierdo, casi sacándole chispas a los coches estacionados en el lado sur de la avenida Colón. Conté hasta 15 y por fin llegamos. Fin del capítulo montaña rusa del miércoles. Le quise decir a ese remisero que no se hiciera tanta mala sangre con los piquetes en el Acceso Sur porque o sino iba a terminar matando a alguien en la Vicente Zapata o Colón. Pero preferí evitar darle razones para que saque un hacha o el matafuegos reglamentario del coche y me cortase el cerebro desgastado tras 8 horas de copiar / pegar / editar títulos / punchypunch / moderar comentarios /punch/tecnotronic en la Redacción. Una vez que se fue quise que ese coche, cuando volviera a cruzar la barrera de los 80 kilómetros por hora, desapareciese en el aire, como el coche del profesor Brown que manejó Marty Mc Fly en “Volver al Futuro”. Moralejas: no hagas enojar al chofer porque te llevará a tu casa haciendo escala en Júpiter y Mercurio, si es que zafás de que sea el Parque del Descanso o el Hospital Central.

“Dame tu mano”. Y aprovechó el semáforo en rojo para darse vuelta y saludarme. Conté hasta dos y medio y el viejo remisero largó todo el diagnóstico: “Sos alguien muy astuto para resolver problemas, mucha gente te quiere pero otros muchos te quieren hacer daño, por lo que vos preferís tener un perfil bajo para no llamar la atención, te molesta la gente que te quiere pasar por encima, pero tu habilidad supera a la de ellos …”. Pregunta: ¿estaba hablando de mí o de él, o de los problemas de él con su mujer?

Mujeres, ¡qué gran tema para hablarlo con un remisero! Ellos son la escuela de la vida. Cualquiera de ellos podría ser un Alfredo Casero pronosticando el escenario amoroso de las próximas 12 horas de tu vida. Y hay historias que van de un extremo al otro, como el de un chofer de San Luis que se hizo de una secta que proclama la religión del sexo y que lo único con sentido que hay en la vida es hacer el amor todo el tiempo, si es posible con una pareja estable, pero todo el tiempo. Y si la extrañás cuando ella está trabajando, entonces la mejor manera de dirigirse al altísimo es ratoneándote con ella, si es posible, hasta que tus espermatozoides le saquen dos cuadras de ventaja a los del jamaiquino Usain Bolt. Inés, una amiga mendocina radicada en ese otro país que nos separa del Desaguadero, estalló cuando ese testículoman al volante detuvo el coche frente a su casita. Más caliente que Hebe de Bonafini en la Casa Blanca. Inés lanzó disparos directos al corazón: “¡desgraciado, no se te ocurra hacerle ese verso a una niña o adolescente!!”. Para ese hombre, Sex And The City y los chistes calientes de Jorge Corona eran el prejardín de infantes.

Juan Carlos tuvo su historia de infidelidad, supo levantar la barrera a tiempo y la pelota finalmente apenas tocó la misma y se fue de la cancha: lleva 35 años de casado y hoy siente revivir una primera vez con su esposa.

“Ella era más linda que mi mujer, pero no fue otra cosa más que una calentura. Al final, si seguía no me iba a quedar ni con el pan ni con la torta, porque si te metés por calentura después ella te va a dejar por otro”, cuenta, mientras baja por Rondeau hacia la Costanera, para agarrar hacia el Norte.

“¿Con qué cara me iban a mirar por siempre mis hijas, siendo que yo soy “el ídolo” de ellas? Y todo por una calentura. No, mejor le puse un freno a eso, porque al final mi mujer me acompañó en las buenas y en las malas. Fue lo mejor que me pasó en la vida. Nosotros hemos vivido momentos durísimos, pero ella siempre me apoyó, siempre estuvo de mi lado. Así que no vale la pena dejarse llevar por la calentura, porque nadie te saca la experiencia de haber construido una familia y un amor durante 35 años”, insistía Juan Carlos, que cuando concluí el viaje en la Redacción de UNO en Las Heras lo saludé dos veces, porque daba ganas de escuchar una historia de vida de alguien que aprendió a vivir.

"Este es el trabajo de la mentira", disparó el último, el que me trajo anoche de la Redacción a casa, luego de publicar este post -pensando que la historia estaba cerrada-.

"La central dice 'Las Heras', 'Centro', 'Godoy Cruz'" y le dan el viaje al que primero se reporta. Se supone que si andás circulando por Las Heras y piden para el centro no tenés que ir, por eso todos mienten: hay veces que tenés que esperar mucho porque, como te decía, piden para Las Heras y vos te reportás en Las Heras pero en realidad estás en Luján. El que más miente consigue más viajes y gana más plata. Y si te descubren que mentiste te sacan la tarjeta roja durante dos horas. Pero nadie termina delatando a nadie porque todos mienten. Y sí, como vos decís, es como estar en el Casino y apostar permanentemente. El laburo te desgasta porque mientras estás llevando a una persona tenés que ir carburando cómo vas a mentirle a la operadora la próxima vez", explicó.

En cierto punto es muy parecido a los traders de Wall Street: trabajan doce horas al día (igual que los taxis), pero en vez de ganar un millón de dólares al año mintiendo sobre el riesgo país y otros índices de especulación económica, apenas cosechan algo más de 100 pesos por día, (ellos se quedan con el 30% de los viajes).

Unos 500 kilómetros por jornada. No se consideran del mismo palo que los taxis, sus competidores. Se meten en los barrios peligrosos "dependiendo de la hora del día y de la cara del cliente". En el centro hay más laburo pero los viajes son más cortos. ¿Cómo hacés para aguantar 500 kilómetros subido a un coche durante 12 horas? "Te acostumbrás, además como se hacen muchos viajes desde el Shopping aprovechamos un rato para tomarnos un café con colegas".

Sí: los remises no son esa suerte de taxis sin imagen de oficina pública por dentro del vehículo. También son historias de mendocinos

martes, 18 de agosto de 2009

Videojuego vs fulbito

Los que andamos buscando familia solemos ser una suerte de Gran DT a la hora de debatir cómo vamos a educar a esos hijos que cada noche buscamos con la fuerza del placer y el amor, o sea. Y allí van dos caminos: las generalizaciones y lo que mis viejos me marcaron. El primero consiste en lanzarse grandes anuncios/promesas, como por ejemplo “a mi hijo lo voy a educar para que no deje de comer lo que no le gusta” o “hasta que el papá o el mamá no se levante de la mesa, ellos tampoco lo harán”. En cambio el segundo no es otra cosa más que una prolongación del “de tal palo, tal astilla”. Un ejemplo de ello, en mi caso, es el utilizar servilletas de tela para almorzar y cenar, algo que mi mujer no hace porque prefiere la servilleta de papel, del modo que como dos buenos bichos democráticos nos acostumbramos a utilizar servilletas de papel de un lado de la mesa y de tela, del otro. Otro ejemplo del modo “de tal palo tal astilla” está en no ser un comprador compulsivo o consumista, porque en mi época nadie se sentía mal por ausencia de drugstore, celular, Atari, Coca Zero o zapatillas Nike. Y allí es donde quería llegar: a los videojuegos.

Aún no yo ni ella tenemos idea de lo que es educar a una criatura, pero ya lo imaginamos más cerca de las carreras de barquitos de madera en la acequias que del Wii más “guau!”. Mala onda, pareciera, porque recuerdo que el único contacto que tuve con los videojuegos en mi infancia fue durante las vacaciones en Reñaca. No sé por qué pero allá siempre hubo videojuegos o jueguitos electrónicos, en cambio acá tardó una bocha de años en llegar. Recuerdo uno en el que jostick era una bola negra que manejaba un equipo de basquet, que cada vez que te mandaba a comprar otro cospel la máquinita te ladraba “jo, jo, jooo” tras el “game over”. Como ahora ya crecí bastante es que puedo sentirme agradecido de no haber pasado todas las tardes de mi infancia y adolescencia gastando electrodos en el Atari de mi pieza. Pero si me pongo en el lugar del “yo-cuando-era-pendejo” no creo que logre comprender ni justificar que alguien me marque un límite en esto.

Si no sos bueno jugando al fútbol o sos tan malo que la única salida laboral es jugar por descarte de arquero, entonces podés elegir otras opciones, como un deporte que te obligue a salir a correr, o por qué no, probar con aprender a tocar la guitarra o dibujar historietas (no sabés lo libre que te sentís cuando hacés tu propio cómix, aunque lo entendás sólo vos y la familiar que rescató al choco abandonado del Parque).

Muy bien: decidimos limitarle el uso de videojuegos. Ahora, ¿qué va a pasar cuando termine de hacer más temprano las tareítas para el cole? Estamos en la misma: el videojuego será una gran tentación. ¿Y qué pasa si le encuentra más gracia al fútbol virtual que al real, o al videojuego japonés que te enseña a tocar la guitarra que a la guitarra de madera que vos mismo tocás y saboreás con tus sentidos? Todo esto es lo que seguramente están lamentando los padres que alguna vez fueron grandes DT y también dispararon a cuatro voces que ellos educarían a sus hijos sin videojuegos.

Así que ya encontré la respuesta de fondo: ¿Qué le respondería a mi posible hijo/a el día que cumpla 18 y sueñe con una mujer?

Le diría que, aunque no sepa tocar, agarre un guitarra y le escriba una canción a esa mujer y que allí describa su vida. ¿Qué vida describiría si pasó toda su vida encerrado en su pieza con mil escenarios digitales? ¿Y qué describiría si pasó más tiempo compartiendo escenarios reales con los amigos del colegio, el grupo de la parroquia, los chicos del club y los parientes de San Rafael?

Si no le convence esa respuesta, metería segunda con la siguiente: ¿Vos iría al cine a ver una película que cuenta la vida de un joven que se pasó toda su niñez y adolescencia disfrutando de los videojuegos? Puede que a alguien le guste, pero todo el mundo seguramente preferiría ver una historia de vida como la de Slumdog Millonaire.

lunes, 10 de agosto de 2009

¿Cuántos Carlos Pérez hay en Mendoza?

Martín Rodríguez, Martín Fernández, Leandro Fernández, Mauricio Fernández, Martín López, Carlos Pérez, Carlos Sánchez, Maximiliano Sánchez, Carlos Ponce, Guillermo Ponce y Mariano Suárez.

Son todos nombres de amigos y conocidos de aquí. Pero tras colgar una noticia en el que expresa que "el nuevo director de Contingencias, Carlos Pérez" me di cuenta de que algo pasa en Mendoza con los apellidos: somos una gran familia Pérez Ponce Fernández Sanchez o nos falta más creatividad.

Quizás los inmigrantes arribaron todos juntos al Lejano Oeste en un solo tren o bien, llegaron de distintos wines pero se inscribieron en el mismo Registro Civil, entonces el empleado que anotó los respectivos nombres de los recién llegados decidió ponerle a todos el mismo apellido. ¿Por qué lo hizo? Quizá para salir más temprano del laburo, o para estar un rato más con el mate o para llegar más temprano a la carrera de caballos, vaya a saber. Si bien en Mendoza hay personajes especializados en recorrer los cementerios para investigar el origen de los apellidos, como mi hermano Mfede, llama la atención este hecho porque, al haber Carlos Pérez en todas las clases sociales, como seres humanos nos iguala y a la vez nos hace sentir un poco hermanos: ¿Acaso un Carlos Pérez de Chacras en el fondo es muy distinto que un Carlos Pérez de La Estanzuela? Los dos insultaron y ovacionaron a Maradona en su momento y también alguna vez sintieron lo mismo al escuchar un partido del Tomba por Nihuil, o más aún, ambos sentirán en común esa cascadita de magia y paz que se percibe cuando se llega a Potrerillos y por qué no también, el placer de pensar exactamente lo mismo en el momento de bajar el tercer vaso del Malbec de la damajuana de ese asado del domingo.

Así como informamos de un Carlos Pérez funcionario, también los hay empresarios (me suena que hay uno que se llama así en una línea de colectivos de San Rafael), podrá ser el hermano número seis de una familia numerosa que jamás se pierde un partido de Huracán Las Heras o simplemente, es el portero de la Oficina Pública. O el sargento Pérez de la comisaría.

Si vemos los nombres de los protagonistas de las noticias policiales, sobre todo en Mendoza, también encontraremos muchos Carlos Pérez, Garrido, Fernández, Sánchez y no sé cuántos más.

¿Acaso todos los mendocinos en algún punto somos parientes?

Parece muy tonta la pregunta. Pero a mí me pasó tras pasar exiliado algunos años, que te encontrás con ciudades donde pareciera que cada personaje tiene apellidos distintos. Y cuando dos individuos con el mismo nombre y apellido chocan entre sí entonces aparece el doble apellido.

En Chile y en México ésto no pasa. Allá son Carlos Pérez Domínguez, o Pérez Perea o Pérez Samaniego, depende del nivel social. Si el segundo apellido se pronuncia en francés o inglés, aquí en Mendoza sería un Carlos Pérez que tira para Chacras; si se pronuncia en árabe sería un Carlos Pérez de Palmira o de cualquier otro punto del Este, y si se trata de un Carlos "Pérez Pérez" es de cualquier otro punto de nuestro mapa.

Pero los mendocinos nos resistimos al doble apellido. Y así vienen los problemas. ¿Cómo se sentiría un Carlos Pérez de Guaymallén que se entera por televisión que un Carlos Pérez que no es él se ganó el Quini 6? Buenísimo, ahora todos somos hermanos, hijos del mismo empleado de aquel Registro Civil que inscribió a todos con el mismo nombre. Ya hay abogados investigando el caso: hay mucho para repartir.

Así como en Mendoza es Carlos Pérez, en Chile es Carlos Tapia, en Colombia lo sería Carlos Valencia y en Yanquilandia, Charles Smith. Quizás el apellido de Adán fue Pérez y el de Eva también. En la otra punta del mapa también se podría decir que el primer hombre mono también se llamaba Pérez y que el apellido del primer rey de España fue Pérez, porque lo que nos queda en el recuerdo los que fuimos al Zapata fue "Carlos I" y no "Carlos I Pérez", o Luis XVI, en vez de Luis 16 Pérez.

Si bien Benedicto XVI es Ratzinger y no Pérez, aún nadie comprobó que el primer Papa, San Pedro, no se apellide Pérez o Smith. Todo puede ser.

¿Cómo arreglar ésto?

No hace falta: por más que hayan doscientos mil Carlos Pérez en Mendoza, supongo que todos tienen nombre de nick y contraseñas distintos. ¿No quedaría mejor llamar al Carlos Pérez overloquista así "@charlycampeon2218" y al Carlos Pérez empresario, "@cperezibm", por ejemplo?

La imagen de este post son todos rostros de Carlos Pérez sacados de Google. Si te llamás Pérez y estás por ponerle a tu recién nacido Carlos, te sugiero que pongas ese nombre y apellido en Google para ir conociendo a sus parientes de nombre desde ya.

lunes, 3 de agosto de 2009

Adoptado


Empieza el partido. Te enterás. "Felicitaciones, hermano”. Empieza el Cinemark mental: ¿a quién de los dos se parecerá? y ¿cómo vos lo vas a acompañar de aquí a 20 ó 30 años? (aunque nadie tiene la vida asegurada, nos dan ganas de vivir más). Corto comercial. La publicidad de un pañal por TV y de una escuela privada por afiche callejero, mientras recordás fugazmente el colegio público donde hiciste parte de la primaria y la secundaria (“¿allí lo mandará dentro de 5 años?”). Bien. Riquelme para la pelota, en uno de los plasmas de la Redacción. “Faltan nueve meses todavía”, le dice el Coco Basile desde el banco, pero a otro destinanario. Las mujeres son las primeras en preguntar siempre “¿cómo va el embarazo?”. Nosotros, por acto fallido, lanzamos la de siempre: “¿anda bien tu coche? ¿este domingo venís a comer un lomo con el José, Bruno y Gustavo? y recién la quinta o sexta pregunta es ¿y, tu suegra te está rompiendo con el embarazo de la Silvia?”. Respuestas: “ya compramos el cochecito” (no sé cuándo lo hicieron, pero se tomaron todo el tiempo del mundo) o “el ginecólogo nos dijo que en un mes sabremos si es varón o nena, pero prefiero enterarme cuando nazca”. La suegra, tranquila: llegó el momento en que vos vieja seas un salvavidas y los ayude con algo que viviste hace años. “Por suerte, gracias: la suegra nos va a dar una mano”.

Nueve meses después caíste en que tenés que comportarte a la altura de las circunstancias: “Bueno, si tu mujer siente contracciones y todo eso, que no entiendo un pomo, y llamás a un taxi o remis y no viene, mandame un mensajito y los llevamos en mi coche”. El amigo, por alguna razón, te entiende y te perdona. Dos semanas te llega el mensajito: “Nació Paloma”. Tragás saliva, “¿qué bueno, ah?”. Hay que felicitarlo al cumpadre, pero… ¿cómo?

Los nacimientos y los velorios tienen algo en común: no sabés qué corno decir porque en el primero, ese momento es igual a mil palabras y en el segundo, es igual a “no sé qué decir”, por lo que en ambos casos mejor dejar que los sentimientos se comuniquen a su manera y no meter la pata.

Fin del primer tiempo. La popular de Boca pide otro gol rápido.

Lucas es de los alvearenses que triunfan en Mendoza. Algo tienen los de General Alvear porque los que conozco hacen buena letra acá. En el periodismo hay un grupo de destacados. El amigo Lucas tiene hermanos casados. Él me lo contó así:

“Me llamó el Néstor de Alvear y me pregunta cómo ando, todo bien le digo, ¿qué le voy a contestar? y de repente dice: Sos tío, se llama Augusto. Mientras digiero la noticia, prendo la PC, abro el Gmail y ya tengo una foto de Augusto con la camiseta de Boca. ¿Qué rápido el güevón, ah? ¡Hermano, todavía no caí: soy tío!”, concluye, abre las manos y empieza a contar con los dedos: “ahora sumale uno más, Augusto”.

Al verlo a él entendí que tampoco hay palabras para explicar el momento en que alguien se entera de que un familiar adoptó a un nene o nena. Es un parto natural de 9 meses sintetizado en los dos segundos que tardó en decirle “sos tío”.

Según me dijo Lucas un tiempo después, quizá esa palabra que significa mil palabras es “gracias”, en vez del clásico “te felicito” que le decís al amigo que acaba de ser padre a través de un parto natural. No sé por qué gracias. Quizás haga falta mil palabras para explicarlo un cacho, pero este post ya se hizo muy largo, así que mejor que los sentimientos de cada uno lo lea a su manera.

Y sí, también en el fondo decís gracias cuando Riquelme pone el tiro libre en el ángulo izquierdo en la primera jugada del segundo tiempo.

El caso de Lucas me interesó y lo acompañé un tiempo. Vi que su experiencia fue única y hermosa.

La semana pasada publicamos en el diario el caso de una estudiante de Santa Isabel que tras abortar y degollar a su feto (mejor dicho, bebé, porque era sietemesino, según lo que se publicó), lo mandó en una encomienda a su novio a esa localidad pampeana. Los lectores reaccionaron furiosos y algunos de ellos dijeron que ella tendría que haber dado a esa criatura en adopción.

Los embarazos no deseados en realidad no existen. Sólo se entiende si salimos del individualismo, es decir, de esa forma de ver la vida en el que todos los problemas empiezan y terminan en nosotros. En Mendoza, hoy, un embarazo no deseado es un embarazo deseado para las más de 500 parejas que esperan adoptar un bebé.

Una explosión de alegría, lo que me queda de esta historia de Lucas.

Como hace Riquelme, tendríamos que parar un poco la pelota para saborear esos momentos de amor que tienen sensación de infinito, quizá demasiado grande para lo que es el hombre de hoy.