sábado, 31 de mayo de 2008

Una muerte que orientó una vida

Gabrielita nació con 750 gramos, a los cinco meses y medio de gestación. Sus padres, ambos mendocinos, sintió alivio cuando supo que su ella pudo nacer en aquel hospital de la ciudad estadounidense de Denver (Colorado). Con el tiempo, ese bebé se transformó en la chica más querida del grupo de hijos de inmigrantes de un barrio situado en un pueblito de Illinois. En Mendoza cumplió los 15 y sus padres le regalaron una sencilla fiesta, en un saloncito de la calle (avenida) San Martín.

Dos días antes, la habían invitado a un paseo por Tupungato, junto a la hija de una ex compañera de facultad de su mamá. Era un coche grande y viajaban unas seis chicas. Como sucede con todo el mundo que visita Tupungato, volvieron encantadas. Y en el camino de regreso, mientras todas comentaban todo lo lindo que se había vivido a lo largo de ese día, el acoplado del coche que iba adelante se desprendió. El conductor, papá de una de esas chicas, intentó evitarlo, pero resultó ser una misión imposible: ese acoplado fue una gigantesca bala de acero que ingresó por el costado derecho del coche. Tras el accidente, una de las chicas estaba grave, muy grave. Gabrielita le pidió a Dios que hiciera algo, mientras intentaban llamar a la policía y al servicio de emergencia médico.

La chica murió.

Tres años después, Gabrielita terminaba la secundaria en Estados Unidos. Intentó tener el mejor promedio para estudiar en su pueblito, pero no alcanzó (allí, si querés hacer la universidad en la ciudad donde vivís, tenés que tener un promedio de 9 ó 10 en toda la secundaria).

Ayer fue la cena y fiesta de egresados de su colegio. Como es habitual en este tipo de eventos, casi todos los alumnos recibieron una distinción, ya sea por su promedio, nivel de amistad, mérito deportivo y otros. Gabrielita no tenía ningún premio en sus manos. Se terminaba la fiesta. El director de la escuela se sube al escenario y anuncia que el hospital de ese pueblito decidió becar los dos primeros años de la universidad a una alumna de ese colegio. Abrió el sobre y leyó el nombre de la beneficiada. Era Gabrielita. Sus padres se dieron un abrazo y agradecieron a Dios ese favor que les hizo a último momento -ya que la universidad en Estados Unidos, sea estatal o privada, es muy cara. Además esa beca le permitía hacer el college (los dos primeros años de la universidad) en su ciudad.

De este modo, Gabriellita cumplió su sueño de poder estudiar la carrera de medicina en su pueblito de Illinois, para así en el futuro poder salvar vidas, como la de aquella chica que quiso salvar pero que no pudo hacer nada, tras el accidente en Tupungato. Si de algo sirve una muerte es para darle el sentido definitivo de la vida.

jueves, 29 de mayo de 2008

Contadores de historias exageradas

Esta mañana saco la Citronave de la cochera del edificio. Mientras se abre el portón eléctrico meto un bocinazo para que acompañe a la alarma de la cochera, así nadie pasa. Casi siempre da resultado (algunos lo llaman "manejo defensivo"); hoy, digamos que no: pasó caminando un tipo con el celular pegado en la falda derecha de su cogote, mirando para abajo. Un bocinazo de "gracias totales". Nada. Ya estoy afuera. Miro a la izquierda, para ver si viene alguien por Mitre desde Colón. En el tumulto de asfalto selvático, no sé por qué, mis ojos capturan la imagen de otro sujeto con el celular pegado al cogote y mirando para abajo. Un prejuicio resbaló de mi mente y lo dejé caer para no perder la atención. Giro el mate para el otro lado, hacia Pedro Molina, y lo primero que veo es una chica elegantemente empilchada (parecía venir del Poder Judicial) también con el cuello doblado hacia abajo por el celular y su mirada clavada en la vereda. Otro prejuicio resbaló de mi mente. Nadie por acá y nadie por allá. Y allá vamos. Puse primera y encaré hacia Pedro Molina. Miro para la vereda con la idea de construir otro prejuicio y acerté: un pipón hablando con el celular se aprestaba a cruzar la calle. Dejé salir un halo de un nuevo prejuicio resbaladizo: bueno, ¡basta!. Llego a la esquina, freno, voy a doblar por Pedro Molina y... un hombre cruzando la calle y llamando con su telefonito. ¿Cuánto llevamos ya? (uno, dos, tres...¡cinco!). Encaro hacia Casa de Gobierno, pasamos el puentecito, nos acercamos al jardín donde harán la futura legislatura (¿lo harán?) y una mujer también hablando con el celular.

Si hago memoria, podría decir que desde que salí la cochera hasta cerca de Casa de Gobierno vi a diez personas, de las cuales seis estaban hablando por teléfono. Un caso raro, ¿no?

Ahora, lo gracioso es que seguro que cuando se lo cuente a alguien, seguro que mi historia va a quedar chica, porque siempre aparece alguien (esos tipos que parecen haberse vivido toda la vida en 20 años) con una anécdota que le va a quitar toda la gracia a la que recién conté.

Pasa, al menos eso es normal aquí entre los mendocinos.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Empleadas de nadie

No es un estreno de PolKa. Antes de que salga por televisión podríamos rescatar algunas historias reales ocurridas, por supuesto, en Mendoza.

Caso 1: “No puedo trabajar sin ruido”

Leónidas Aguirre y Rodríguez. Mediodía de un día de semana. Pilo es el dueño de la casa y toda su familia trabaja, así que la empleada se queda sola, limpiando, gran parte de la jornada. Pilo entra a la casa, se dirige al comedor (que está vacío) y apaga el televisor. "No es la primera vez que me encuentro con el televisor prendido". Y va a preguntarle a la empleada.

_ Juanita, ¿usted está viendo televisión?

_ No señor

_ Bueno, cuando vea que el televisor está prendido y no hay nadie viendo, apáguelo, por favor.

_ No señor, no puedo trabajar sin el televisor prendido.

_ Entiendo, por eso le estoy diciendo que lo apague cuando nadie esté mirando.

_ No señor, yo trabajo siempre con el televisor prendido, aunque no esté en el comedor.

_ Bueno, le pido que lo apague cuando no esté en el comedor.

_ ¡ No señor, yo no puedo trabajar sin escuchar ruido, por lo tanto si no me deja trabajar con el televisor prendido todo el tiempo, entonces me voy ya! ¡Renuncio: chau!

Y se fue (por Leónidas Aguirre hacia el centro). No volvió más (tenía razón Umberto Eco cuando definió a ese fenómeno como televisor rellena agujeros).

Caso 2: “No puedo lavar los baños porque tengo las uñas pintadas de blanco”

Calle Palero llegando a Olegario V. Andrade, a la vuelta de la sanguchería. Llega la empleada y cuidadora de niños a su domicilio de trabajo, un departamentito de un ambiente, situado en un complejo chico y moderno.

_ ¿Como anda Juanita Segunda (pongámosle ese nombre)?

_ Muy bien, señorita Mariana.

_ Bueno, hoy le toca limpiar el baño.

Juanita Segunda frunció el entrecejo (como se dice en los libros).

_ ¡El baño, ay no! ¿por qué no simplemente barrer el piso o pasarle un paño a los sillones?

_Eso ya lo hice yo. Por hoy sólo necesito que me limpie el baño.

_ Está bien, ¿con qué lo voy a limpiar?

_ Allí tiene lavandina.

_ ¡Ay no! ¡lavandina no! Yo estoy acostumbrada a trabajar con Cif.

_ No tengo Cif, sólo tengo lavandina. Así lo he limpiado yo las veces que lo he hecho, Juanita Segunda.

_ No señorita Mariana, mire cómo tengo las uñas (recién pintadas de blanco, según me contó Mariana), yo no voy a limpiar el baño con estas hermosas uñas, mejor me voy y que usted se busque a otra empleada.

Y también se fue. O sea, se fue. Si lo leyó algún guionista de Suar, que vaya tomando nota.

martes, 27 de mayo de 2008

Pequeño sueño cumplido

Domingo a las 20. Plaza de Godoy Cruz. Cruzamos a San Vicente Ferrer. Empezaba la misa. Escuchaba. En el momento de rezar el Padrenuestro, yo y mi mujer unimos las manos. De repente, toda la iglesia se unen las manos, de un extremo a otro, unas por lo menos 150 ó 200 personas con las manos unidas, que de esa manera parecían ser mucho más. ¿Por qué me marcó ese momento?

Desde que tengo uso de la razón siempre hubo dos bandos. Y desde que nos gobierna el matrimonio K, mucho más. Mendoza, que parecía estar aislada de ese conventillo político, ahora participa activamente en esta telenovela: lo bueno y lo malo que hizo Cobos, por ejemplo, ahora tiene que modificarse, dejando para afuera un trasfondo de rencor que parece perpetuarse a tal punto que a muchos se nos ha borrado esa ínfima ilusión de algún día tirar hacia el mismo lado.

Las pocas veces que estuve en el exterior advertí eso de que en al menos ciertas cosas básicas, todos tiran hacia el mismo lado. Y es un placer sentirlo, porque cuando es así significa que nos hace bien a todos. En cambio, en Argentina y ahora en Mendoza, estamos acostumbrados a la idea de pararnos en dos veredas porque no se puede pensar en el bien de todos haciendo participar a todos.

En ese minuto que duró el Padrenuestro con todo San Vicente Ferrer de las manos (inclusive, ocupando el pasillo central del templo) me hizo sentir que la unidad y el bien de todos es posible. Para mí fue un pequeño (¿realmente pequeño?)sueño cumplido.

sábado, 24 de mayo de 2008

Acomodos

Recuerdo que cuando me gradué en Buenos Aires todo el mundo empezó a bombardearme con preguntas tales como "¿ya conseguiste trabajo?", "¿y ahora qué vas a hacer?" y "¿ya hablaste con algún contacto", cuando en realidad lo único que quería escuchar era algo así como "tome su boleto para Hawaii, aguarde en el preembarque, no se moleste con el dinero: allí el peso vale un dólar".

Lo que concretamente me encontré fue que en Buenos Aires, la gente me miraba con cierta admiración cuando les decía que mi plan era presentar proyectos de trabajo para así ganarme un lugar en lo que realmente podía ser útil. Cuando decía eso en Mendoza, las miradas eran muy distintas: apenadas, entristecidas y con cierto rencor o envidia (como diciendo "acá no conseguís laburo si no es por acomodo, por más buen título que tengas). Lo que confirmaba eso era el hecho de que cuando conocía a alguien que estaba buscando trabajo, en realidad lo que menos me decían era "mirá, yo sé hacer esto y esto y soy bueno para esto y esto y hace falta soluciones para estoy y esto". En realidad, lo más inteligente que escuchaba de ellos era "¿no tenés algún contacto en Casa de Gobierno?".

Maslow sugería un esquema en el que claramente definía dos objetivos: trabajar por la guita y para llegar a fin de mes, puteando a tu jefe, o trabajar para autorrealizarte y ser feliz. La gente de Mendoza representaba para mí lo primero, y los porteños, lo segundo. Y reconozco que muchas veces sentí bronca cuando me enteré de un caso de acomodo laboral.

Pasó el tiempo y me di cuenta de que casi todos los "acomodados" que conocí en los lugares que trabajé en realidad son muy capaces y algunos, inclusive, talentosos. Lo que advertí fue que ellos jamás se plantearon la posibilidad de conseguir ese trabajo por sus propios méritos. Es decir, la conclusión es que por más capacitado que seas y te sientas, en el fondo de nuestra idiosincracia existe la prioridad de echar mano al recurso del "contacto".

viernes, 23 de mayo de 2008

12,60 no es 12,06

En Colón pasando Chile hay un super chino que para los vecinos de la Primera Sección significa una catársis a la hora de comprar cosas que siempre van a ser caras en el Norte, Carrefour o como se llame ahora. Es el caso del aceite de oliva: en el chino lo tenés a 4,99. En el super, desde 14,99 para arriba.

El momento más contable es el que se produce cuando Occidente y Oriente confluye en la Caja a una velocidad que excede en mucho más al máximo permitido por ley.

_ Gañldsfaoenaoewinsado doce cero seis _ lanzó el cajero (dueño del local) a velocidad de secarropa en centrifugado.

_ Aquí tiene: diez pesos + dos pesos + diez centavos.

_ ¡¡¡oyhaaahaaleslasdifejawo akí decir doce con sesenta!!!_, lo afirmó con una misteriosa contundencia y agresividad serena.

_ ¿Ah, doce con sesenta? (así decía la letrita verde del cajero electrónico). Tome _

Como no tenía el cambio justo, le di quince pesos.

El cajero agarró el dinero, hizo una rápida cuenta (me estaba debiendo dos pesos con cuarenta centavos), sacó dos pesos y...

_ Haodfamnwopnasldn pvoaisjdcoawet yukón_

Y metió cuatro caramelos en la bolsita con la compra.

_ Mmmmme están faltando los cuarenta centavos, dije sabiendo que en el fondo ya me estaba tomando de estúpido.

No fue necesario que me indicara que esos caramelitos representaban a esas cuatro moneditas, que no te sirven para echarlas al Barmatic, pero igual sirven (si sacás la suma).

_ Chau

_ Ioúunnnn!! (chau, a la velocidad del sonido).

Me han contado que escenas como éstas también se viven en otros super chinos.

La verdad, ¿por qué se hacen argentinos copiando lo peor de los argentinos?

miércoles, 21 de mayo de 2008

Por suerte nací aquí

Ayer estaba por editar una información cuyo título decía "El aborto hace caer el síndrome de Down en España". La bajada explicaba que "el número de nacidos con la anomalía se reduce un 30%" y el lead (primer párrafo), así: "Su bebé será una niña, y tiene síndrome de Down ¿Quieren abortar o prefieren seguir adelante?'. De cada 750 concepciones en el mundo, una padece la trisomía 21, la discapacidad...". Ahí concluí la lectura.

Tengo 11 sobrinos. Uno de ellos tiene "anomalía mental" como dice esa nota. Si yo viviera en España, seguramente a ese once habría que restarle uno (11-1 = 10).

Dentro de no mucho tiempo quizá me toque editar una nota cuyo título sea: "El aborto hace caer la diabetes en un 100%: el número de nacidos con anomalía en el páncreas se reduce a cero (porque van directo al matadero)".

Soy diabético. Menos mal que no nací en España.

martes, 20 de mayo de 2008

Limpiavidrios

Es contradictorio: por un lado comprendés la realidad de los limpiavidrios y aplaudís cualquier acción que se haga en beneficio de ellos y por otro, cuando llega el momento de enfrentarlos te hacés para un lado.

Ayer entraba a Mendoza por la Costanera. Al llegar al semáforo que encara derecho a Vicente Zapata recontrabajé la velocidad y puse el freno a unos... 20 metros de la esquina. No venía ningún coche detrás de mi. Yo estaba en el lateral izquierdo (mano rápida). A mi derecha, una cola de coches hasta el semáforo, del cual la mayoría ya estaba siendo atendido por los limpiavidrios. Ninguno de ellos se animó a caminar los 20 metros para poner su trapo sobre el parabrisas de mi coche. Cambió el semáforo y aceleramos todos. Diez segundos de congestión porque un par de coches aún estaban siendo atendidos por los limpiavidrios y cuando finalmente los pasé e ingresé a Vicente Zapata, largué todo el aire de mis pulmunes y sentí un tremendo alivio (el clásico "¡por fin!").

¿A quién de ustedes no les pasó así?

Ahora, ¿por qué esa tremenda sensación de alivio? Intentaremos una aproximación.

Porque una cosa es que te vengan a pedir (y seguramente le des algo) y otra cosa es que prácticamente te lo impongan cuando reaccionaste tarde y tenés el trapo enchastrado con agua del zanjón en tu parabrisas. Cuando sucede esto último, en el fondo se siente la necesidad y hasta la obligación de darles una mano. Vos sabés que con 10 centavos no hacés nada, por lo que tendría que ser, al menos, unos 2 pesos como mínimo (no estoy exagerando, acaso si la situación fuera al revés, ¿a vos te gustaría recibir sólo 25 centavos?). Y sucede que muchas veces tenés un billete de 20 pesos y nada más o uno de 10 pesos y una moneda de 10 centavos. Los 10 pesos no se lo vas a dar porque es el resto que te queda para toda la tarde. Y con los 10 centavos no hacemos nada.

Yo creo que debe ser la impotencia de sentir la necesidad (obligación desde la conciencia) de dar bastante más de lo que darías y como ese escenario de contacto (entre el limpiavidrio y vos) no se dio, entonces respirás aliviado porque "al final el destino no quiso que yo me acercara a darle una mano a ese muchacho).

Y cuando te decidís a darle al menos 2 pesos en el fondo sentís la gratificación que se percibe cuando se hace una buena obra, pero a la vez un mensaje en paralelo fluye hasta los oídos diciendo "ojalá que por hoy no me pase otra vez porque me voy a quedar sin un mango".

sábado, 17 de mayo de 2008

Fue un buen consejo

Exactamente en enero de 1988. España y Rivadavia. A media cuadra de allí estaba el cabaret del momento en Mendoza. Acababa de cumplir 18 años y junto con Rubén preguntamos cuánto costaba la entrada (llevábamos algo así como 20 pesos cada uno y todo fue directo a las manos del cajero).

En esa época, a los alumnos del Martín Zapata nos hacía sentir bien la "autocarátula" (inventada) de "seres reprimidos" por la exigencia de ese colegio. Cumplir 18 años y estrenar esa edad entrando a un lugar sólo permitido para mayores de 18 era todo un tema de conversación. Pero apenas entramos nos dimos cuenta que la ingenuidad y la inocencia aún nos protegía: creímos ir con mucho dinero y la realidad fue que seguiamos siendo unos crotos mantenidos por nuestros padres.

Allí adentro parecía una aventura adentro de un submarino rojo y oscuro, misterioso y oculto, secreto y liberado. Recuerdo que nos sentamos para ver un show. Y apareció la trabajadora de la noche: nos escrutó con mirada de madre, más que de buscadora de clientes sexuales.

"Chicos, aquí vienen los fracasados, los que no pueden levantar a una chica en la calle. ¿Si hay políticos? Aquí viene de todo. Pero ustedes tienen toda una vida por delante, éste no es un lugar para ustedes. Sean hombres y conquisten a una mujer como la ley manda", nos dijo.

Se lo agradecimos. Con cara maternal, la prostituta se despidió de nosotros y terminamos la noche con una charla existencia y filosófica, en la parada del 7 que iba al barrio Villa Hipódromo, en la plaza Independencia.

Fue la primera y única vez que fui a un cabaret. Gracias, mujer.

viernes, 16 de mayo de 2008

Sensaciones

Año 1983. Tenía 13 años. Seguía siendo niño. Cada verano íbamos de vacaciones a San Rafael, a la casa que era de mi abuelo, en El Toledano. Pero ahora veníamos por la Ruta 40. Un día de sol desértico de aquellos eneros sin lluvias, pre-cambio climático. Pasamos La Consulta. En la línea del horizonte, mirando hacia adelante, en la conclusión óptica de la ruta, se advierte una pequeña multitud en el camino. Un minuto después se ve algo mejor, pero no lo suficiente para saber qué era. Sesenta segundos después empezó a destacarse una luz roja de sirena. "Seguro que alguien se mató", dijo atrevidamente mi hermano de 18 años. Tenía razón.

Al llegar a ese tramo de la ruta cortada del lado que iba de Mendoza a San Rafael bajamos la velocidad de 40 a 20. Todos miramos. Una ambulancia, dos médicos y/o enfermeros revisando el cuerpo de un niño, una bicicleta rota, dos coches policías y unos quince ruteros curioseando. Me quedó pegado el rostro pálido del cadáver. Pensé para mí mismo "yo estoy viviendo y este tipo -a esa edad, también le decía "tipo" o "tipa" a los niños o niñas- no vive nada", pero no de un modo tan informativo, como se muestra, sino desde un arraigue existencial y espiritual que me condujo a formular 200 por qués en un minuto. Y en el fondo deseé no vivir jamás un momento como ése.

A las 20 de ayer, en Montevideo y Mitre, una ambulancia levantaba el cuerpo de un ciclista que estaba con vida, pero se mostraba inmóvil. Lo vi, llamé al diario para avisar y seguí caminando. La semana anterior también vi cómo el cuerpo de un motociclista, que parecía sin vida, era conducido hacia la ambulancia, y recordé que hace no mucho tiempo, un coche se llevó por delante a una moto en Salta y Vicente Zapata, ahí nomás de la Costanera.

Vengo de estar manejando una hora en Ciudad y Guaymallén y anoté dos motos que cruzaron en rojo "violento" (o sea, sin animarse a frenar un poco) y también dos coches que muy panchos se pasaron en rojo. Y recordé una familia entera mendocina que (creo que fue hace dos veranos) murió cuando llegaba de vacaciones de la costa atlántica, en la Ruta 7, justo antes del inicio del Acceso Este. Una familia entera muerta.

Como somos libres, parece, eso es lo que queremos (¿da la sensación de que es así, no?.

jueves, 15 de mayo de 2008

Mendocinas con historias breves

¿Por qué los hombres se ponen muy nerviosos cuando nos enseñan a manejar?, preguntó en la tarde de ayer la alumna de una academia de conducir situado en la calle San Juan. La clase entera lanzó una carcajada y con ello, una catársis de sinceramiento por haber podido sacarse de encima una maldita pregunta que las vino persiguiendo desde que decidieron (o la obligaron) a aprender a conducir.

A unas seis cuadras de allí, en la esquina con Lavalle, una señora hacía un trámite en el Instituto Provincial de la Vivienda, cuando de repente deja de lado el discurso del trámite para decirle a la empleada que la atendía la frase introductoria de una confesión profunda: "desde que nos separamos, mi ex marido me ha amenazado de muerte porque quiere quitarme a los hijos".

En una escuela en la zona de El Sauce, la madre de una alumna es convocada por la escuela para hablar sobre el rendimiento escolar de su hija. La gente de esa escuela apenas pudo abrir la boca: el 98% del intercambio de palabras tuvo como único emisor a la madre de esa alumna.

"...¿y sabe qué? ¡Hace mucho que con mi marido no hacemos el amor!", dijo ella -entre un millón de palabras disparadas- delante de su hija de 14 años.

Por esas cuestiones de abrir la boca, en una reunión en la que participaron unas seis mujeres, se me ocurrió preguntarles quién va al psicólogo. La respuesta fue: todas. Una de ellas -no recuerdo bien su nombre- me dijo que iba al psicólogo "como para distraerse un rato".

"Hoy el psicólogo reemplaza a Dios, porque en el fondo existe una espiritualidad en nosotros. Fijate que ahora las revistas ya no preguntan si creés o no en Dios, directamente preguntan "¿estás haciendo terapia?", me comentaba anoche mi mujer cuando le comenté ésto. Y cuando me puse a pensar en todos los líos que la misma vida se evitaría si las mujeres no fueran tan complicadas, ella ya había preparado la ensalada con rúcula (que me encanta) con los ñoquis. Es al cuete: no sirve de nada hacerse estos planteos.

Sin mujeres, Tinelli no sería Tinelli. Sin mujeres, no tendría la hermosa cena que tuve anoche. Sin mujeres, tampoco tendríamos presidente.

lunes, 12 de mayo de 2008

La eterna cola en el Norte

Diciembre de 2006. Estábamos de Luna de Miel. Fuimos al supermercado de Camboriú. Como siempre, la primera sensación la marcó el nacionalismo de la ultraintimidad: "está bueno, pero el Wall Mart de Mendoza es cinco veces mejor que éste". Adentro me sorprendí cuando vi que vendían Fanta de Uva. "¿Por qué siendo Mendoza la tierra del vino y de las uvas que tienen que tirar -porque muchas veces sobran o no tienen a quién venderlos-, allí no existe una gaseosa de uva?", me pregunté mientras depositaba la bebida de dos litros en nuestro carrito. Pero lo mejor vino cuando llegamos a la caja.

Nadie, o sea, rapidísimo. En un abrir y cerrar de ojos estábamos afuera del supermercado. Cuando caí en lo que estaba pasando, instintivamente di un giro para echar un panorama visual. Y encontré la respuesta de la pregunta que aún no me había formulado: en cada caja trabajaba un cajero, o sea.

Tengo la suerte de vivir a la vuelta del Norte (o Carrefur, no sé bien qué cornos es ahora) de la calle Colón. Hace más o menos un año, esa empresa lanzó una publicidad que decía algo así como "perdón, no lo supimos entender". En realidad tendría que haber sido "perdón, nunca lo vamos a entender", porque de las 15 cajas, como mucho funcionan 4 (cada vez que voy). Si sacamos las cuentas es el 33%.

No es el único caso. También me pasó en el Wall Mart hace 20 días. Terminé de llenar el carro de la compra del mes a las 9.40. Me fui del supermercados a las 10.40. ¿Qué hice durante esa hora? Ustedes ya saben. Y eso que allí sobran las cajas. Lo que ocurre es que misteriosamente vos llegás a una caja y la cajera te dice "ya está cerrada esta caja", y así sucesivamente, hasta encontrar un total de dos o tres cajas funcionando de las por lo menos 30 que hay allí.

En el ANSES de Ciudad llegué a estar cinco horas haciendo cola, pero sin dudas que el máximo podio se lo disputan el Registro del Automotor y la Policía de Mendoza, en el lugar donde se hace el trámite para la cédula o el certificado de Buena Conducta. En el primero hay gente que paga hasta 40 pesos para no hacer tanta cola. En el segundo te la tenés que comer sí o sí. Yo creo que mucho tiene que ver en el índice de inseguridad el porcentaje de mendocinos que están dispuestos a admitir que tienen "mala conducta" (aunque no sea así) con tal de evitar hacer ese maldito certificado.

Dejo la pregunta abierta a ustedes: ¿por qué en Mendoza siempre hay que hacer mucha cola para cualquier cosa?

Martes 13

_ ¿Hola, hablo con el IPV?
_ Sí señora, ¿en qué le puedo ser útil?
_ Dígale a mi hija que hoy es Martes 13. Bueno, chau (y cortó).

Pasó una vez. Tal como lo acabás de leer.

En estos días, el Martes 13 se convirtió en una anécdota inocente. No conozco una historia de terror que emblematize (veo que acabo de cometer un horror ortográfico, porque me lo señala la máquina con la línea roja debajo de la palabra) esa fecha. Lo único concreto es que es un día de mala suerte. Pero asesinatos y muertes en la ruta hay todos los días.

En 1986 cursaba tercer año en el Martín Zapata. Digamos que siempre fui de los alumnos de sacarse nota para zafar del aplazo que para competir por el mejor promedio. No recuerdo si fue Contabilidad, Francés y no sé cuál otra materia, pero ese día me saqué tres 9, algo que se notó muchísimo cuando finalizó ese trimestre y nos entregaron la libreta. Nunca en mi vida me saqué tres notas tan altas al hilo. Recuerdo que desde ese día tomé con simpatía el Martes 13 y para ser sinceros, siempre fue un día más. Quizá por eso es que los guionistas cinematográficos nunca se calentaron en meter a los martes 13 en las escenas más conflictivas y trágicas de sus películas.

Buscando en Google razones para justificar el martes 13, me acabo de encontrar con un punto que termina de cerrar toda esta farsa construida por las amas de casa desocupadas: el título original de la famosa película de terror Martes 13 es Viernes 13.

Perdón, en realidad no lo inventaron las amas de casa desocupadas. Lo que ocurre es que ellas en gran medida se encargan de mantener vigente algunas costumbres milenarias no escritas. En este caso, según dice Wikipedia, Martes es una palabra que desciende del nombre del planeta Marte, que en la Edad Media lo llamaban "el pequeño maléfico" y que significa voluntad, energía, tension y agresividad.

El número trece desde la antigüedad fue considerado como de mal augurio ya que en la Última Cena, trece eran los comensales; la Cábala enumera a 13 espíritus malignos; en el Apocalípsis, su capítulo 13 corresponde al anticristo y a la bestia.

Bueno, chau.

sábado, 10 de mayo de 2008

El baño de mujeres

El año en que nos casamos fuimos a ver a la Virgen de San Nicolás. El auxiliar de Turismo Uspallata, un tipo graciosamente particular: ni bien terminamos de rezar el Rosario, se plantó con un chiste que hasta aún hoy lo recuerdo ("Ayer pasé por tu casa y me tiraste un colectivo...¡TAC, me pegó!) (m, m, m, m, m).

En el Arco del Desaguadero fuimos al baño. Mi mujer, al de mujeres y yo, al que corresponde, o sea. Tres minutos después me retiro de la soledad del ñoba. Unas 15 señoras hacían una molesta cola para entrar al baño de mujeres. A las 5 de la mañana desayunamos en un pueblito de campo. Lo mismo: en el baño de hombres había espacio hasta para pintar cuadros; en el de las minas, una extensa cola que las hacía consumir los 15 minutos de descanso en cada parada. Una vez en San Nicolás fuimos a un parador donde hay mesas, teteras, parrillas y baños para cientos de personas. Exactamente lo mismo: el baño de mujeres, un tormento sólo comparable con la caja rápida del Norte de la calle Colón.

Lo que nunca logré explicarme fue por qué después de soportar inhumanas colas, al salir del waterclose las mujeres lo hacen con una sonrisa. ¿Esto será así en todas partes?

No me imagino a Cristina haciendo cola junto a su cuñada Alicia y a las ministras Garré y Ocaña en la Casa Rosada, intentando entrar a un baño que históricamente estuvo al cohete hasta que el país tuvo a su jefe de Estado de sexo femenino (se entiende que ellas tienen otros tiempos, salvo que el baño de mujeres sea una excepción para todas).

viernes, 9 de mayo de 2008

Over Pucho

Diciembre de 1987 (o sea, no fue ayer). Un bondi de turismo La Cumbre (¿se acuerdan? era el que salía más barato) despega de Pedro Molina y Perú. A esa hora, los únicos habitantes de la escuela de comercio eran los padres y familiares de los alumnos de 5° 2°. Nos fuimos a Bariloche.

Cuatro horas y media después habíamos pasado San Rafael y encarábamos hacia Alvear, entre Montecomán y Villa Atuel, si no me equivoco (seguro que me equivoco). Empezaba la nochecita. No me acuerdo si fue el Renato, que me ofreció un pucho. Dije "está bien, nunca fumé, al menos probá una vez para cuando alguna vez hablés de lo malo que es fumar, lo hagás con un poco de autoridad moral". Intenté desprenderme de todos los prejuicios (el del cáncer de pulmón, sobre todo) y prendí el pucho. Empecé a fumarlo. El único sabor que le encontraba era el del humo (¿por qué a los fumadores les encantan fumar?, pensé). Me puse en el rol del vaquero fachero de Malboro y de las minitas que ya estarían esperando a esta estrella imaginaria de cine, de 17 años, en Bariloche. Intenté, pero finalmente no pude: por culpa (creo yo) de la hiperinflación de Alfonsín o de que mi vieja viviera siempre quejándose de la guita, es que se me apareció en la cabeza la escena del que "está bien, si querés fumar, fumá, pero ¿cuánta guita te va a salir esto a lo largo de toda tu vida? ¿por qué no ahorrar para así comprarte tu tan soñada guitarra eléctrica?).

Nunca tuve guita para salir a bailar a los boliches hasta los 26 años (casi diez años después de esa historia del viaje de egresados). La vez que fuimos a bailar en esa época, nos mandamos para un boliche en Tupungato porque en Mendoza no te dejaban entrar si ibas colgado. Además, salía más barato ponerle nafta al Citroen de mi hermano y pagar la entrada en Tupungato que ir a un boliche de Chacras o El Challao. Después, desde el 92 hasta el 96 viví en Buenos Aires con los mangos ajustadísimos (recuerdo que en primer año, durante quince días almorcé galletitas Criollitas). Laburé muchísimo gratis (de lo mío) y con la guita sólo para el colectivo y para el caramelo de miel, por si se me bajaba el azúcar. Recuerdo que una vez una minita linda me largó "porque no tenía coche". Cuando tuve coche, el indicador de la nafta siempre estaba en la línea roja (en eso todavía no cambié). Me pasó de tener que pasar varios fines de semana con la videocasetera, porque no sólo no tenía minita para salir, sino también dinero para pagar lo que sea (boliche, café, cine, drugstore). Lo más duro fue el año pasado, cuando ya estando casado agarré un laburo con un sueldo mucho menor al del indicador de la pobreza, lo que me duraba dos días y el resto tenía que aguantar. Ahora, en este momento, estoy calentando unas salchichas que me salieron seis pesos, porque mi sueldo aún no lo depositaron en el cajero y estoy con dos pesos para toda la tarde y noche.

Gracias a Dios que aquella vez decidí no fumar (al final tenía razón con lo de la guita). ¡Ah! y mi viola eléctrica está a punto de cumplir 10 años.

jueves, 8 de mayo de 2008

Mami, ¿puedo dejar la escuela?

Durante mi infancia y adolescencia jamás se me pasó por la cabeza abandonar la primaria y secundaria, respectivamente. Era la obligación y más allá de lo feo que me resultaba el levantarme temprano para ir corriendo a la parada del 60, para viajar parado y transpirado y bajarme en Pedro Molina y 25 de Mayo, y desde allí emprender una carrera contra el reloj, hacia la esquina la otra esquina (donde está el Martín Zapata), para perder esa competición por cinco minutos, al final uno se acostumbraba a solucionar los problemas existenciales dentro de ese escenario. ¿Para qué me sirvió ir a la escuela? Recién ahora puedo responder con claridad.

Mi mujer me comentó que un primito segundo dejó la escuela. Estaba cursando octavo (es decir, ni siquiera terminó con la primaria, que es obligatoria). Quiere trabajar porque necesita plata. Sus padres son separados y como vive con su madre, ella trabaja más de 24 horas al día para apenas pagar los impuestos y la comida. Para la cerveza, el boliche, el fútbol cinco y los cigarrillos no llega.

Cuando su tía le comentó este caso, a mi mujer se le ocurrió decirle que a ella nunca se le pasó por la cabeza plantearle a su madre la idea de dejar la escuela y le sugirió que "le ordenara" ir al colegio. La tía respondió resignada: "y bueno, así son los chicos hoy".

Hay que averiguar realmente por qué hoy los padres han perdido la autoridad moral al punto que sus hijos los manejan como quieren. Quizá antes no me daba cuenta, pero hoy en Mendoza hay muchos chicos trabajando en las calles y muchos otros en los negocios de videojuegos (para mí, muchos más que antes). Y también veo a muchos padres que no quieren imponer autoridad por miedo a ser visto por sus hijos como "autoritarios".

Ayer, cuando entraba a la ciudad por el nudo de Costanera, un joven limpiavidrio enchastró el parabrisas de mi coche para empezar su trabajo como es habitual, sin consultarme. Le dije que "no" y se fue. Se me pasó por la cabeza lo siguiente: "necesito un plomero y un electricista para que revise mi departamento. Los pocos que conozco están siempre ocupados. ¿Por qué este pibe no aprende a hacer ese laburo, para que gaste su tiempo en cosas útiles y de paso, se sienta realizado como persona? Yo no conozco a ese limpiavidrios, pero estoy seguro de que no terminó la secundaria. Quizá si hubiera finalizado sus estudios básicos tendría más libertad mental para plantear su vida y dejar entrar ideas como por ejemplo aprender plomería y electricidad.

miércoles, 7 de mayo de 2008

La cola en la parada del 60

Si pudiéramos hacer un Truman Show en toda la ciudad de Mendoza detectaríamos muchos errores para reparar: los coches que van por la izquierda y no respetan el paso al que va por la derecha, los que pasan en rojo creyendo que nadie los mira, los que tiran el paquete del pucho al piso de la plaza Independencia, creyendo que se trata de una zona liberada para la limpieza y así mucho más.

Pero hay cosas que se pueden calificar de buenas y malas, pero que en este caso se hace difícil porque no existe un modelo base, porque nuestras costumbres nunca llegaron a adoptar ese modelo base de cómo tendría que ser la cosa para que sea correcta. Es lo que pasa en las paradas de los colectivos. Una de estas cosas, por ejemplo, es el margen de tiempo que se deja para considerar a una persona puntual o impuntual (por ejemplo, los empleados del IPV pueden llegar hasta cinco minutos tarde porque el reloj de donde marcan la tarjeta está adrede cinco minutos atrasado).

Otro caso particular es lo que sucede en las paradas de colectivos.

Recuerdo cuando viví en Buenos Aires que cada vez que me tomaba el 152 en Cabildo y Juramento, la gente hacía una cola. Así en todas las paradas. De este modo, el que llega primero a la parada sube primero y el último que llega a la parada, sube último.

Así lo recordé una vez en la parada del 60, en 25 de mayo llegando a Colón. Hacía 40 minutos que esperaba el colectivo y cuando por fin llegó, una señora con muchos kilogramos de contrapeso y desesperación se subió primero que yo, como si después de esta parada sería el fin del mundo. Mientras esta mujer intentaba pasar todo su volumen en la puerta del colectivo, una anciana ya se me había adelantado y junto a ella, una nietita de unos 16 años. Quedé penúltimo, porque había una parejita de novios también allí. Los dejé pasar, tal cual, a esta altura ¿qué se pierde?

domingo, 4 de mayo de 2008

Choco abandonado en Palmares

A las 1.20 puse el coche frente al McDonalds, en la primera curva de la playa de estacionamiento. Una chiquita de más o menos 14 años se acercó. "¿Le cuido el auto?". Sus hermanitas, en la parada del colectivo de Panamericana y Palmares. "¿Y la seguridad privada?", se me pasó por la mente, enfriada por la frivolidad. Si no fuera porque mi mujer es trabajadora social muchas veces tardaría en aterrizar en la sensibilidad.

Agarramos para el lado del Vea, porque por allí "hace más calor" (sólo cuando funciona ese experimento llamado "calefacción a la interperie"). "La última vez que pasamos por acá habían tres perritos durmiendo en la puerta de la farmacia", me recordó mi mujer. Su sensibilidad se había adelantado: un choco peludo, enano y con pinta de abandonado nos estaba siguiendo. De los chocos que con una mirada podés sintetizar el resumen de la historia de su vida en tres expresiones: "gracias + por favor + no me abandones". Ella me hablaba de la zona nueva que habían inaugurado donde antes se estacionaban los coches y otras cosas más. Pero lo único que me entraba en la cabeza era amor e impotencia (imposible sentir bronca cuando un ser abandonado te pide con amor que no lo abandones). Nunca lo abandoné porque nunca fui su dueño (así pensaba antes). Algo no me cerraba en esto: en realidad no quería reconocer que el amor es un acto puro de integración (algo así, porque no es fácil explicarlo).

El choco nos siguió hasta que entramos por la parte donde antes estaba el café Cinema. Allí estaban Martín e Inés, recién llegaditos de otro país: San Luis (nos dijeron que allí ya no está tan barato como antes). "¿Cómo andan, chicos?". "Bien, (pero no en este exacto momento, aunque veo que el choco ya se hizo amigo de una pareja que estaba saliendo por otra de las nuevas entradas)". Muy lindo esa parte de Palmares: una hermosa cúpula si mirás hacia arriba (lo hice cuando les saqué una foto con su celular desde el piso, para que dijeran a sus amigos puntanos "¿viste que estuvimos recorriendo un museo en Florencia?").

Nos fuimos a Bonafide. Como decimos aquí, el café estaba hasta el poto. Como si fuera en pleno San Rafael, muchas caras que decían "¿y vos quién sos?" o "no será el hermano del primo de ese tipo que es dueño de la bodega esa que queda en...?" me miraron, como diciendo "no sé si hay lugar para vos aquí". Quizá sea yo que piense así (o no, quizá en el fondo quería decirles "¿a vos no te mueve una chica que cuidacoches y hermanitos en un centro comercial con seguridad privada + un choco abandonado y que aún cree que se va a salvar si pone toda su perra vida en manos de alguien, que seguramente como vos, se le habrá pasado por la cabeza abandonarlo allí? Pregunta muy larga = imposible llegar a esa reflexión sensible). Por suerte, mi mujer en ese momento me volvía a agarrar la mano, como en los mejores tiempos del noviazgos, y la impotencia se esfumó y la sensación de amor se afirmó.

Tenía ganas de cerrar con algo útil. Se me ocurre lo siguiente: cuando un necesitado te mira con amor se produce una conexión que te da a entender, en menos de un segundo, por qué el amor termina ganándole la batalla al odio y a los sufrimientos.

viernes, 2 de mayo de 2008

Alfagol

"¡Qué malolto!", repetía un personaje de la radio llamado como esa expresión, que yo interpreté en programas de la vieja Emisora del Sol y de las FM Rock & Pop y UTN. Aprender el modo de hablar de los chinos no fue difícil: desde la infancia escuchaba los chistes gallegos, de Jaimito, los de "mamá, mamá, ¿el inodoro da vueltas? (entonces me hice en el secarropas" y otros por el estilo, en el que siempre estaban los chistes de chinos. El más famoso fue ¿cómo se dice 99 en chino? (todos lo saben: cachichen).

Algo que nunca analicé con profundidad de estos chistes chinos fue el hecho de que ese idioma tuviera dos consonantes: la primera letra consonante de cualquier palabra y la "L". Hablar en chino básico consistía en meterle la "L" en todas las palabras y así lo hacía el personaje Malolto.

Esta mañana descubrí que lo de la "L" no es un invento criollo para reírnos de los orientales.

Todo fue cuando mi mujer apareció en el mercadito chino situado en San Juan, entre Lavalle y Buenos Aires, a la vuelta del IPV. Ella traía un alfajor Ser. En la caja, la mujer que sacaba las cuentas -siempre le decimos que son chinos, pero en realidad hay más coreanos que chinos allí- pasó ese alfajor de estuche verde por el lector del código de barras. Apenas la máquina leyó ese producto lo que apareció en el monitor de esa caja me hizo retrotraer a los tiempos que inicia el relato de este post: "Alfajol SER..... $1,50".

Lo de la "L" nunca fue un chiste, parece mentira.